Por qué soy imperialista

Querido Senén,

Pedro Sánchez es hoy presidente, porque Bruselas ha querido. El PNV ha apoyado los presupuestos de Rajoy mirando a la UE y luego lo ha hecho caer al ver girar hacia abajo el pulgar europeo tras la sentencia de la Gürtel. El Gobierno del PP ya no garantizaba a Europa estabilidad sino precariedad. Al mismo tiempo, Berlín-Bruselas purgaba al Gobierno italiano de los antieuropeístas más peligrosos. Las bolsas subían y caían las primas de riesgo. El dinero siempre sabe quién manda.

Este episodio del nuevo orden imperial me ha recordado lo que dijiste este verano en tu barbacoa tras contarnos tus viajes por China vendiendo millones de etiquetas de cerveza: “Nosotros ya no estamos pendientes de Madrid, sino de Bruselas”. A los empresarios vascos os preocupan más los peros de la UE al cupo y a vuestras subvenciones (una papelera finesa, que se queje de las que recibe la tuya) que Madrid. Y es que habéis entendido el nuevo orden imperial: los mismos derechos y obligaciones para todos; libertad y diversidad de identidades para vivirlas. El Estado-nación sólo es hoy, con un reparto cada vez más federalizado de poderes, un instrumento más al servicio del bienestar común, y no el objetivo al que subordinarlo.

Al final, dándole otra vuelta al chuletón añadiste: “Los catalanes vais y los vascos volvemos”. Y recordamos vuestro inútil paseo por las cárceles y la división social en pos de un objetivo del siglo XIX: conseguir un Estado propio, que ya no vale lo que cuesta en esta Unión Europea donde se disuelven poco a poco los estados.

Después hablamos de lo grande y lo pequeño que ya es nuestro mundo. Y que los imperios tienen mala prensa, pero son mejores para los de a pie que las naciones-Estado identitarias que acaban siendo excluyentes. Al fin y al cabo, los pueblos ibéricos (vale, pues: menos los vascos) hablamos lenguas que fueron la del imperio.

Y Robert Kaplan acaba de definirme la UE como el imperio que Berlín, con la OTAN en decadencia, lidera. En su voz escuché el eco de la de Yuval Harari, autor de Sapiens, que se declaró imperialista tras contarme cómo su familia judía había prosperado en el imperio austrohúngaro sólo para acabar en los campos de exterminio ideados por el pujante Estado-nación alemán.

El historiador me dejó soñando con una Barcelona convertida en la nueva Viena imperial que repita el esplendor que evoca Stefan Zweig en El mundo de ayer. Pero con playa y, espero que pronto, buen tiempo.

LA VANGUARDIA