Pequeños dioses protectores

Si los recibidores de los hogares actuales hubiera, como había en la entrada de cualquier ‘domus’ romana, un pequeño altar consagrado al culto de los dioses domésticos, de las pequeñas divinidades protectoras de la familia, de la estirpe, de la comunidad cercana y de sus intereses -eran los llamados ‘lares’ y ‘penates’-, entonces en todas las viviendas de los independentistas catalanes se debería rendir culto a Pablo Casado, a Albert Rivera, a José María Aznar…, e incluso al recientemente cesado jefe de la Policía Nacional en Navarra, Daniel Rodríguez López, entre muchos otros.

Sí, porque, a ver: en medio de este poco alentador aniversario del otoño de 2017, contemplando con el corazón encogido la indisimulable división de los dirigentes entre «legitimistas» y «pragmáticos», desconcertados ante la cacofonía de discursos y ultimátums, perplejos al percibir la abundancia de gesticulación y la penuria de estrategia y de táctica, ¿qué impide a la gran mayoría de independentistas mandar a hacer puñetas la causa que los ha movilizado desde 2010, guardar en el rincón más escondido de la cómoda esteladas y lazos amarillos y acudir en actitud arrepentida a suplicar a los señores Antoni Fernández Teixidó o Ramon Espadaler que los conduzcan de nuevo al buen camino de un ‘catalanismo bien entendido’?

En mi opinión, la respuesta es obvia: hoy, lo que cohesiona, galvaniza y aún anima las filas independentistas, soberanistas o autodeterministas, lo que empuja a sus miembros a manifestarse una y otra vez, a seguir colgando y luciendo lazos amarillos, a convertir ciertos libros sobre el Proceso en ‘bestsellers’, etcétera, es el discurso del odio que les llega desde un españolismo desbocado; es la constatación de que no hay ninguna posibilidad de un repliegue digno; es la evidencia de que la disyuntiva se establece entre persistir contra viento y marea, o aceptar una capitulación humillante y devastadora.

No, ni exagero ni dramatizo. Basta con observar el espíritu de escarmiento y de venganza que planea sobre el proceso judicial por el 1 de Octubre. Pero aún es más esclarecedor escuchar el discurso de los gemelos-rivales Casado y Rivera. Cuando uno y otro exigen aplicar de nuevo el artículo 155, esta vez por un tiempo indefinido, incluyendo la intervención sobre TV3 y Cataluña Radio, sobre los Mossos y sobre la enseñanza, cuando el líder del PP reclama empezar sin demora la ilegalización de partidos independentistas, lo que en realidad proponen es instaurar en Cataluña un estado de excepción permanente; y, bajo este paraguas jurídico, establecer un gobierno unionista que desmantele cualquier estructura de carácter nacional, ya sea cultural, educativa, de comunicación, de seguridad, etcétera. Como un 1939 sin fusilamientos, vaya.

¿Qué otra cosa está exigiendo si no José María Aznar cuando tacha de error la convocatoria electoral del 21-D de 2017 -la que firmó Rajoy-, cuando invoca la ley de partidos políticos para prohibir algunos, cuando llama a «desarticular» y «erradicar» el secesionismo, incluidos «sus aparatos mediáticos, culturales y financieros”?

Convertido en un clon de Aznar pero sin arrugas, últimamente Pablo Casado también se llena la boca con los conceptos de «golpe» y «golpistas»… Que su formación como jurista era manifiestamente precaria ya lo sabíamos, pero no deja de ser llamativo que el líder de «la oposición de Su Majestad» exhiba una ignorancia o una desenvoltura tan supina: ¿qué sentencia de qué tribunal calificó los acontecimientos catalanes de octubre del 2017 de golpe de estado, y a sus responsables de golpistas? ¿Y la presunción de inocencia? Ah, no, esta presunción se aplicaba a Bárcenas, a Rato, a Zaplana, Camps, a Ana Mato, a Carlos Fabra…, no a una facción de ‘separatistas’.

Al igual que a Aznar nadie le debe decir cuántas copas de vino puede beber, un patriota español con todos los atributos como es Casado no necesita la sentencia de ningún juez ni de ningún tribunal para saber a ciencia cierta quién es un golpista, qué es una rebelión, qué una sedición, etcétera. Y bien, si el supuesto «presidente del gobierno en la sombra» se manifiesta así, no nos podemos extrañar de que, al otro extremo de la escala del ‘establishment’, el mando policial de Navarra exalte a Franco, califique al líder de Vox de «José Antonio del siglo XXI» o pida la disolución de los Mossos. Y todavía provoca menos sorpresa el comportamiento de los agentes policiales de base durante la jornada del 1-O, por ejemplo.

Cuando Pablo Casado se reúne, como hizo el pasado jueves, con los próceres integrados en el Foro Puente Aéreo no se da cuenta, claro, porque no se atreven a decírselo o quizás no lo ven. Pero cada vez que tacha a los presos y exiliados de golpistas, que exige represión y mano dura en Cataluña, que amenaza con más 155, está inyectando en la hoy frágil moral del independentismo una potente descarga de ánimos y de certezas. Por eso él y otros como él merecen gratitud y deberían recibir ofrendas y libaciones, al igual que los antiguos ‘lares’ y ‘penates’. Ahora mismo, tenemos suerte por ello.

ARA