Otra instrumentalización del islam político

La Rusia de Putin ve la Turquía de Erdogan como puntual socio económico pero sobre todo como elemento distorsionante de la OTAN.

Esta es una guerra entre creyentes e incrédulos, entre la unidad y la blasfemia. Turquía ya ha declarado que es una yihad contra los incrédulos». En esta frase pronunciada por un oficial turco muerto en la invasión de Afrin, el cantón de la Federación Norte de Siria, se resume la guerra de propaganda del gobierno de AKP (Partido de la Justicia y Desarrollo) de Recep Tayyip Erdogan. Yihad, la guerra santa exterior, está en cada declaración del Gobierno turco, en los gritos de guerra de los soldados y milicianos mercenarios que con la exclamación Allah Akbar o su versión turca Allahu Ekber, acompañan sus hazañas.

El día del comienzo de la invasión Diyanet, la agencia estatal de asuntos religiosos, dio orden de leer, en las 90.000 mezquitas de Turquía, la sura (capítulo del Corán) denominada “de la Conquista”. Sarcásticamente, la sura en cuestión se refiere a un pacto y no a una guerra que, si se hubiera dado, se basaba en una mentira: «Al poco, llegaron rumores de que Uzman había sido asesinado y entonces el Profeta convocó a los musulmanes y les pidió un juramento de fidelidad por el que se comprometían a luchar hasta el final y defender la causa de Alá. Más tarde el rumor se desmintió y los Quraysh enviaron un emisario con el que se concluyó el pacto». Lo dijo el presidente del parlamento turco, Ismail Kahraman: «Estábamos conduciendo la operación “Escudo del Éufrates” y ahora estamos en Afrin. Somos un gran país. No es posible progresar sin yihad».

Erdogan y su gobierno construyen una realidad bipolar, hasta el punto de convertir ahora a EEUU, su histórico aliado, en un potencial enemigo por su «apoyo» a las YPG y SDF en la lucha contra el ISIS, porque «comparten la misma ideología marxista, comunista y atea» (¡sic!), según dijo el ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Mevlut Cavusoglu. Erdogan no da espacio a la duda: «Solo Alá es victorioso y la fe es más importante que las armas. Si es necesario lucharemos contra el mundo».

Un mundo que, mudo, observa el aumento de fanatismo y odio del «segundo ejército de la OTAN». Erdogan que había sido alabado al comienzo de su gobierno al traspasar el siglo XXI, como el líder musulmán «democrático y aperturista», ha demostrado ser un perfecto interprete del chauvinismo y fundamentalismo religioso que en un dialéctica política y cultural nunca ha faltado, desde el imperio otomano pasando por la república turca de Ataturk.

Una historia que tuvo un momento de inflexión a partir del el golpe militar guiado por el general Evren, (septiembre de 1980), que impuso una corrección, no un cambio, al nacionalismo chauvinista turco «kemalista» de  Kemal Ataturk para contrarrestar el crecimiento de las corrientes políticas e ideológicas de izquierda. Se impuso así la Turk-Islam Sentezi, la síntesis turco-islámica, la ideología que combinaba el islam sunita y el nacionalismo turco, como ideología estatal, y que conllevó la expansión de los servicios religiosos estatales, la introducción de la educación religiosa como asignatura obligatoria en las escuelas públicas y el uso de Diyanet, la agencia estatal para asuntos religiosos, para la «promoción de la solidaridad e integración nacional».

Estos cambios no solo llevaron a una nacionalización del islam, sino también a una islamización de la nación. Los militares le otorgaron al islam sunita un papel discreto e importante en el desarrollo sociopolítico del país; era la «nueva» vieja fuente de legitimación para el Estado kemalista. En los años siguientes, este islam político ha dado lugar progresivamente a una lucha interna despiadada, que no una disputa «teológica», sino mas bien la terrenal cuestión de poder económico y de visión geopolítica que se ha materializado en la lucha entre el AKP de Erdogan y el movimiento de Gulen Fetah, definido en Europa como el Opus Dei turco.

Sin embargo, esta verborrea de imperio, útil para los súbditos, no se ha convertido en una coherente acción político-diplomática. Si en noviembre de 2016, delante del parlamento de Pakistán, Erdogan afirmaba tajantemente que «el dialogo interreligioso no era posible y que no aceptaría un encuentro con el Vaticano», el 5 de febrero pasado, el papa Francisco y Erdogan se dieron un apretón de manos, sonrientes. Mientras amenaza de guerra a su socio americano, el presidente turco firmó, el 15 de febrero, un acuerdo con la Agencia de Comunicación e Información de la OTAN.

Mientras, Rusia ya parece olvidarse de las acusaciones del comercio de petróleo de Erdogan con el ISIS. Ahora el representante de Rusia en Naciones Unidas apoya la propaganda turca, acusando a la Fuerza Democrática de Siria (SDF) de liberar unos «300 miembros de ISIS en Raqqa para luchar contra Turquía en Afrin», después que aparecieran los nombres y apellidos de miembros de ISIS que combaten con la milicia mercenaria de Turquía en Afrin. La Rusia de Putin ve la Turquía de Erdogan como puntual socio económico pero sobre todo como elemento distorsionante de la OTAN. Así que el pacto militar de Rusia con la administración de Afrin de 2017 ha desaparecido.

Por otro lado, el fundamentalismo islamista armado ha sido el instrumento a través el cual el Gobierno turco de Erdogan ha entrado en la guerra civil siria. No ha sido él solo. Directamente o indirectamente otros países como Arabia Saudí o Qatar y la misma OTAN han favorecido la llegada de armamento hasta de soporte logístico a estos grupos. Pero Turquía, por su situación estratégica e intereses geopolíticos con respecto a Siria y por la presencia del movimiento kurdo del «confederalismo democrático», ha utilizado las diversas facciones de manera más incisiva y determinante.

ISIS, Ahrar an Sham, Al Nusra-Al Queda (y su  evolución/disidencia en la actual Hayʼat Taḥrīr al-Shām), Nour al-Din al-Zenki, Hamza Brigade y otros han sido apoyados por Ankara, haciendo que el archipiélago fundamentalista fuera como piezas de ajedrez, a mover según conveniencia. No siempre ha sido posible controlar las dinámicas internas de estos grupos, a veces coincidentes en la lucha contra Assad o en otra vertiente contra el movimiento kurdo, a veces, como desde 2017, enfrentadas entre sí como en la Gobernación de Idlib en donde Ahran an Sham, Nour al-Din al-Zenki, (desde 18 febrero conforman el Frente de Liberación de Siria) y Hayʼat Tahrīr al-Shām, han protagonizado enfrentamientos armados por el control del territorio.

Sin embargo, la utilización de la lucha contra la Federación Norte de Siria ha sido la más evidente y funcional. Con el soporte activo y pasivo al ISIS, desde la batalla de Kobane (octubre 2014) pasando por la invasión a través del Eufrates Shield, para romper la Federación de Siria, hasta la actual invasión de Afrin. El Gobierno turco ha desplegado paralelamente una operación propagandística para maquillar la imagen de la relación con los fundamentalismos de sus mercenarios. La última estrategia de presentarse como enemigo del ISIS, ahora que está moribundo, y achacar a la Federación Norte de Siria el posible resurgimiento del grupo, es decir, a quien ha combatido como nadie al ISIS no solo en marco militar sino también en el ideológico político, cultural y de género. Es la última fake news de esta operación de cosmética.

Los briefing diarios del Ejército turco en la invasión de Afrin sobre las supuestas bajas de «YPG, PYD, PKK e ISIS» cuando ISIS ni está presente en el área, son repetidos de manera sintomática. Erdogan muestra en cada intervención un discurso cómodo, dando la imagen de tirano e implacable con quien se le pone delante. Las voces disidentes reprimidas, también del mundo islámico en Turquía, que denuncian la mezcla explosiva de la política con la religión, pueden citar a su antojo el Corán «Los que creen combaten por la causa de Dios y los que no creen combaten por la causa de los tiranos». (4:76).

Naiz