Negar el referéndum es un acto de violencia

El jueves 26 de octubre de 1917, hoy hace casi un siglo. Se celebró el Congreso de los Soviets de toda Rusia en la antigua capital de Petrogrado (actual San Petersburgo). Eran exactamente las 08:40 cuando -según la descripción del periodista norteamericano John Reed, en «Ten days that Shook the world» («Diez días que estremecieron al mundo»)- «un hombre bajito y fornido, con una gran cabeza reposando sobre sus hombros, calvo y férreo. Ojos pequeños, nariz grande, boca generosa, mentón salido; bien afeitado, pero ya insinuando la barbilla tan conocida en su pasado y futuro» accedió a la sala donde, minutos después, pronunciaría la famosa llamada a los pueblos y los gobiernos de todos los países beligerantes, para proponer una salida democrática y pacífica de la Primera Guerra Mundial. El hombre que Reed describe es Lenin.

Me gustaría reproducir un fragmento de esta proclama, sin temer caer en el menor anacronismo, por su idoneidad en el contexto que actualmente atravesamos una parte significativa de la nación catalana:

«Si cualquier nación es retenida por la fuerza dentro de los límites de otro Estado; si, a pesar del deseo expresado por esta (poco importa si este deseo se ha expresado a través de la prensa, en asambleas populares, decisiones de los partidos políticos, o por desórdenes y disturbios contra la opresión nacional), no se le concede el derecho a decidir, a través de una votación libre, sobre cómo quiere organizarse nacional y políticamente -sin la menor coacción, tras la completa retirada de las fuerzas armadas de la nación que la ha anexionado, o que la desea annexionar- , o que es, en general, más poderosa-, tal unión consiste en una anexión; es decir, se trata de una conquista y de un acto de violencia. (*)

Año 2017: el Parlamento de Cataluña, por amplia mayoría, decide retomar la vía del referéndum, bajo la proclama «referéndum o referéndum». Un camino que, sin duda, cuenta con el apoyo de la inmensa mayoría de la población de este país, así como de sus legítimos representantes electos, tanto a nivel municipal como parlamentario. Y, sin embargo, los escollos del autoritarismo del Estado español, permanecen inmutables al paso del tiempo.

Pero no haré referencia a aquel 9 de noviembre de 2014, donde los tribunales políticos del Estado prohibieron el referéndum , la consulta y el proceso participativo, sin distinciones, es decir, que impidieron cualquier mecanismo de expresión democrática del pueblo catalán. No, no: me estoy refiriendo a ese mismo 26 de octubre de 1917, donde Lenin también señalaba a las colonias españolas, entre otras, como naciones que veían negado su legítimo derecho a la autodeterminación.

¿Qué ha cambiado, un siglo después, en la posición del Estado español? Absolutamente nada. Las colonias se han ido, y en ninguno de los casos, ha sido la voluntad democrática del Estado la que lo ha hecho posible, sino la imparable lucha de los movimientos de liberación nacional, desde Simón Bolívar al Frente Polisario. Por lo tanto, tengamos claro (si es que los representantes del Gobierno no nos lo han dejado todavía bastante claro): Cataluña no ejercerá, por la gracia del Estado español, el derecho a la autodeterminación. Ni referéndum, ni consulta ni proceso participativo. Ni menos aún proceso constituyente. Nada de nada. Este hecho, por suerte, cada vez hay menos sectores autodenominados soberanistas que se atrevan a desmentirlo y, consecuentemente, la vía unilateral consiste, en estos momentos, en el carril central del proceso independentista.

Dicho esto, la principal diferencia entre el referéndum que, como tarde, llevaremos a cabo en septiembre, y el proceso que ejercimos el 9N, no es una mera cuestión jurídica; es decir, no se trata simplemente de afirmar que lo que votamos en 2014 era un proceso participativo, sin carácter vinculante y eminentemente simbólico, mientras que ahora lo que nos proponemos es un referéndum con todos los pormenores. Incluso, no pienso que sea la unilateralidad lo que diferencie ambos procesos, ya que, en definitiva, también el proceso participativo se fundamentó en una desobediencia masiva, tanto por parte del pueblo, como de los representantes electos, a la suspensión dictada por el Tribunal Constitucional.

En mi opinión, la fase actual va más allá del hecho de «contarnos». Ya no sólo es un acto de movilización electoral, ni de voluntarismo democrático, para poder averiguar cuántos somos los que somos partidarios de la independencia y cuántos son sus detractores. En otras palabras: ya no se trata de una voluntad de afirmación, sino de una voluntad constituyente. El referéndum que ahora proponemos, pues, no es tan sólo un referéndum de independencia, sino que también es un referéndum constituyente que, por el solo hecho de celebrarse, estará construyendo poder constituyente y generando un nuevo marco democrático: la República Catalana, como el único espacio donde el pueblo catalán podrá desarrollarse nacionalmente, como un Estado soberano constituido sobre la base de la voluntad popular.

Esto es así, por una cuestión puramente fáctica: por la negación sistemática, irremediable y obstinada del Estado español, a la posibilidad de realizar un referéndum amparado dentro de su legalidad misma (como, por ejemplo, sí que fueron los casos de Escocia o de Quebec). Creer que una voluntad manifiesta puede ser disuelta simplemente a través de la negación de los medios para hacerse valer, sería de una ingenuidad gigantesca. Pero también sería inmensamente ingenuo pensar que el Estado español no traspasará el simple umbral de la negación.

Las actuaciones de los tribunales son sólo la punta del iceberg y, de hecho, todavía no se ha traspasado el ámbito de la violencia simbólica, desde la ridiculización a la simple amenaza. Como decía Mahatma Gandhi (en una de sus frases más repetidas últimamente): «primero te ignoran, luego se ríen de ti, finalmente te atacan; entonces, ganas». Y es que, en este sentido, la reiterada advertencia del Estado español contra el proceso independentista catalán, afirmando rotundamente que Cataluña no celebrará ningún referéndum, y menos se convertirá en independiente, no son meramente palabras vacías. Por el contrario, son contingentes de una violencia real, en todas sus formas y posibles expresiones fácticas.

El Estado español dispone de todos los medios coercitivos para evitar cualquier movimiento que vaya en contra de la propia superestructura jurídicopolítica. En este caso, el referéndum o la independencia de una parte del territorio ocupado. Afirmar, pues, que el referéndum no se hará, no es simplemente retórica partidista, sino que constituye el principio de un acto de violencia que, dependiendo de la necesidad de cada momento, puede desplegarse con más o menos saña, pero que en todo caso, dispone de la cobertura legal para agotar hasta el último recurso disponible. Hasta dónde estarán dispuestos a llegar, seguramente, no lo saben ni ellos mismos, ya que para responder a esta cuestión, deberían poder responder a la fundamental: ¿hasta dónde estaremos dispuestos a llegar nosotros, los catalanes y las catalanas?

La diferencia fundamental entre unos y otros, es que el pueblo catalán movilizado consiste en un movimiento pacífico y profundamente democrático. Cuando el movimiento independentista proclama «celebraremos un referéndum y ganaremos la independencia», estas afirmaciones no engendran ningún tipo de violencia, ni en acto, ni en potencia. Por el contrario, consiste en la única resolución posible del conflicto nacional existente y que el Estado, lejos de buscar soluciones alternativas (aunque fueran aparentes o estéticas), sólo se reafirma en la vía de la violencia judicial, como decía Joan Tardà, al menos por ahora.

Esto hace que la solución independentista se vaya consolidando como la única salida democrática y pacífica, real, para la nación catalana. En esta vía, hoy por hoy, sólo se contraponen el autoritarismo y la violencia del Estado, dejando de lado falsas terceras vías sin ninguna posibilidad de ejercer el poder, en el momento histórico concreto que lo exige. Mientras unos llegan tarde (¡varios años tarde!) Y los otros evalúan si serán o no capaces de ejecutar sus amenazas, el pueblo catalán avanza decididamente hacia la plena determinación de si mismo. Y, cuanto más avanza, el pueblo en marcha se hace más imparable, menos intimidable, más seguro de sí mismo. Llegado este punto, pues, los y las independentistas debemos unir nuestros esfuerzos para que la República resulte vencedora en el referéndum. Si ganamos el referéndum ganaremos la República y, si nos niegan la democracia por la fuerza, también ganaremos: aquí y ahora, el futuro de la nación está en nuestras manos (#alesnostresmans)

(*) «If any nation is retained by force within the limits of another State; if, in spite of the desire expressed by it, (it matters little if that desire be expressed by the press, by popular meetings, decisions of political parties, or by disorders and riots against national oppression), that nation is not given the right of deciding by free vote—without the slightest constraint, after the complete departure of the armed forces of the nation which has annexed it or wishes to annex it or is stronger in general—the form of its national and political organisation, such a union constitutes an annexation—that is to say, conquest and an act of violence». (pàg. 64)

(*) «Si cualquier nación es retenida por la fuerza dentro de los límites de otro Estado; si, a pesar del deseo expresado por ella, (poco importa si ese deseo de ser expresada por la prensa, por las reuniones populares, las decisiones de los partidos políticos, o por desórdenes y disturbios contra la opresión nacional), esa nación no se le da el derecho a decidir por el libre voto, sin la más mínima restricción, después de la salida completa de las fuerzas armadas de la nación que se la ha anexionado o que la desee anexionar o es más fuerte en general, la forma de su organización nacional y política, tal unión constituye una anexión -es decir, la conquista y un acto de violencia». (Pág. 64)

EL MÓN