Mircea Cartarescu: «No entiendo la diferencia entre fantasía y realidad»

¿Como podrá mantener el nivel durante ochocientas páginas? Esta es la pregunta que surge al leer ‘Solenoide’, la obra del escritor rumano Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956) que Ediciones Impedimenta acaba de publicar en castellano. Entrevistamos al autor de esta novela magistral sobre el ser y el mal; un hombre, por cierto, que suena cada vez más como premio Nobel de la literatura.

 

– Desde los dieciséis años llevas un diario. Sin él, ¿habría podido existir ‘Solenoide’?

– Ni siquiera yo habría existido sin mi diario. Es la cosa más preciada que he escrito nunca. Más preciada para mí, para mi salud mental. En él llevo todas mis esperanzas y mis proyectos de vida. El diario es la cepa de mi escritura. Los libros son las ramas que salen de esta cepa.

 

– Y cuando escribe ahora, ¿todavía puede utilizar las notas que tomó a los dieciséis años? ¿Siguen siendo igual de válidas?

– No sé si me he adentrado tanto en mis diarios como para llegar a lo que escribía cuando tenía dieciséis años, pero he usado muy a menudo la sustancia apuntada en los últimos veinte años. Por ejemplo, todos los sueños de ‘Solenoide’ son reales. En un momento dado escribí un manuscrito con estos sueños, y este manuscrito de cincuenta páginas lo he utilizado en la novela. Yo publico mis diarios, he publicado tres volúmenes y en 2018 publicaré el cuarto. Los considero literatura.

 

– Lo que escribe en ellos se transforma tanto en poesía como en narrativa, ¿o la poesía va a parte?

– No hago distinción entre poesía y prosa. He escrito siete volúmenes de poesía y luego he empezado a escribir prosa, pero nunca he tenido la impresión de que hacía algo muy diferente. No ha habido ninguna transición. En la superficie, la poesía y la prosa son dos artes de la palabra diferentes, pero en las profundidades la diferencia desaparece. Mis diarios son complejos y tienen muchas funciones. En ellos anoto reflexiones sobre lo que leo, ideas para los libros en los que estoy trabajando, reflejo la realidad de mi alrededor. Lo que hago más a menudo son anotaciones de cosas que me pasan por la mente sin saber por qué, y que se parecen mucho a la poesía.

 

– En las profundidades no existe diferencia, pero en la superficie, para un poeta, ¿no requiere más esfuerzo escribir una novela de seiscientas páginas que un poema?

– También escribí un poema de doscientas páginas. Es verdad que el arte de la poesía es un arte diferente, pero sólo porque la palabra poesía tiene otro significado. No es sólo el arte de la versificación, de escribir un verso. La poesía es una manera de ver el mundo. Una manera de unificar el mundo. De alguna manera pueden existir poetas que no han escrito nunca ningún verso, pero que tienen esta capacidad de seguir siendo niños toda la vida. Creo que en esto consiste la poesía. Si puedes disfrutar de cualquier cosa así como lo hace un niño, significa que eres un poeta.

 

– Su libro empieza diciendo «He vuelto a coger piojos». ¿Podría ser este el resumen del mismo libro? ¿Una metáfora que se va repitiendo de diversas formas?

– Sí. En ‘Solenoide’ he intentado hacer una parábola de la realidad, de esta humanidad falta de conocimiento, ciega e impotente. Me preguntó si era posible salvarnos a través del conocimiento y mediante la llegada de mensajeros de otro mundo, así como a la Tierra llegó Jesús. Y la mejor representación de esta realidad la he encontrado en el mundo invisible de los ácaros. De alguna forma irónica, mi personaje baja al planeta de los ácaros e intenta tener un contacto con estos seres. Pero al igual que su modelo en la biblia, termina desmembrado y asesinado y su mensaje no consigue transmitirse. El mensaje parece pesimista. El personaje cree que el mundo está perdido, que no tiene escapatoria, que vivimos dentro del mal sin ninguna posibilidad de redención. Pero esta idea oscura cambia al final de la novela.

 

– ¿Sería posible hablar de todo ello sin utilizar la ironía?

– En nuestra época es muy difícil no ser irónico. Algunos pensadores creen que ahora empieza la época post-irónica, lo que yo interpreto como una supresión de la ironía, como el retorno a una manera de escribir muy responsable y muy seria que no acaba de excluir este concepto. Entiendo la post-ironía como la capacidad de escribir sobre cualquier tema manteniendo una distancia respecto a lo que se está explicando. La ironía significa distanciamiento, incluso en los temas más graves. Si no es así, existe el riesgo de caer en el patetismo.

 

– Si no, ¿la angustia pura y dura se comería el libro?

– De alguna manera, la angustia ya se come el libro. Es un libro sobre el mal. Sobre la eterna pregunta «¿De dónde viene el mal?». Debería provocar al lector el temblor del que hablaba Kierkegaard, pero al final también le aporta una especie de alivio, porque después de todo hay una salida. Mi personaje busca constantemente una evasión, una manera de huir del mundo. Al final, acaba cumpliendo este sueño mediante un mecanismo metafísico muy complejo. Se le abre una puerta hacia el más allá. Mi sorpresa, en primer lugar como escritor y también por parte del personaje, es que él no quiere salir solo. Hubiera querido salir y marchar de una vez de este mundo obsesivo, pero se detiene ante la puerta y dice: «No quiero irme sin mi mujer y mi hija». No quiero marchar sin el sentido humano del que provengo. Al final te das cuenta de que él ya hacía mucho que había salido del mundo -junto con toda la humanidad- por la única puerta que se nos abre de verdad y que está al alcance de todos: por la experiencia del amor y de la solidaridad humana. Al fin y al cabo, este es el mensaje del libro.

 

– En ‘Solenoide’ pasa del realismo a la fantasía en cuestión de segundos. La línea que separa estos conceptos se diluye, lo que también vemos en otros autores rumanos como Stanescu o Sorescu. ¿Recoge la tradición?

– En cierto modo, los rumanos se parecen mucho a los latinoamericanos. Mucha gente dice en broma que Rumanía es un país latinoamericano perdido en medio de Europa. Encontramos muchos contrastes y también el exotismo de Marquez o Vargas Llosa. Así que los escritores rumanos han estado siempre atraídos por esta vía fantástica. En Rumanía este filón comienza con Mihai Eminescu, que es en la literatura rumana lo que sería Cervantes en la literatura española. Él comenzó a escribir cuentos fantásticos en la línea del romanticismo alemán. Continuó otro gran escritor, Mircea Eliade. Después de la Segunda Guerra Mundial, todos los escritores rumanos han tenido episodios fantásticos. Es difícil imaginarse un escritor puramente realista. Yo escribo literatura «fantástica» desde que era adolescente, pero aún así no acabo de entender la diferencia entre literatura fantástica y realista, para mí es una misma cosa. Para mí la realidad es fantástica y lo fantástico forma parte de la realidad.

 

– Ya que habla de literatura latinoamericana, ¿podríamos decir que este libro es un ejemplo de realismo mágico?

– El realismo mágico viene por la vía surrealista del romanticismo alemán, por lo tanto es muy adecuado. Hay un componente onírico, un componente de extrañamiento que siempre ha estado presente en la literatura europea.

 

– En esta mezcla entre la realidad y el mundo onírico, ¿qué papel juega el lenguaje?

– Para mí como poeta, la lengua es absolutamente esencial. En todos mis libros he intentado utilizar un lenguaje tan plástico como he podido, a veces hasta llegar a hacerlo incomprensible. Mucha gente me pregunta si utilizo diccionarios cuando escribo, porque utilizo palabras técnicas, científicas. Pero yo no sólo las uso por su significado, sino también por su sonoridad o expresividad. Por ejemplo, no me interesa qué significa ‘Solenoide’, el título de la obra. Para mí no es importante que sea una bobina o un concepto del mundo de las matemáticas. Precisamente lo he utilizado porque la gente en general no sabe qué significa. Es una palabra que resplandece por sí misma. Lo que me fascina es su sonoridad. Creo que sugiere una espiral.

 

– También es una palabra poco clásica que evoca algo astral, metafísico…

– Sí, podríamos hacer una constelación alrededor de los pensamientos que evoca la palabra ‘Solenoide’. Para mí aboca al sol, pero también a la luna [en rumano, «selena», sonoramente cercano a «soleno»]. Y también representa lo que es y no es: «noide» es un sufijo que significa que dos cosas son similares sin ser idénticas. Por ejemplo, «androide» significa un hombre que no es un hombre sino un robot.

 

– Teniendo en cuenta su fijación por el lenguaje, ¿escribe pensando en innovar?

– Mi preocupación siempre es seguir siendo yo mismo, pero escribiendo algo diferente de lo que he escrito antes. He recibido críticas por el hecho de repetirme, pero también por ser siempre diferente. Y es verdad, continuamente trato los mismos temas. Ni siquiera los repito yo, se repiten ellos sin control mío. Pero pienso que esto ocurre con cualquier escritor de verdad. De hecho, escribimos un solo libro. Y sin embargo, mis libros son muy diferentes entre ellos.

 

– Ya para terminar, usted tenía que venir a Barcelona el día 27 de octubre, el día que se proclamó la República. Decidió aplazar la visita. ¿Cree que es compatible revolución y literatura?

– No existe ninguna regla sobre la implicación de un escritor en la política y en la historia en general. Alguien se puede implicar en política y con la vida civil, como Solzhenitsyn o Zola; y alguien puede quedar al margen, como Kafka. En cuanto a mí, no tengo ningún tipo de problema al estar en la mesa trabajando y a la vez bajar a la calle. No soy sólo un artista, también soy un ciudadano que forma parte de una comunidad. Tengo el deber de luchar por ella. He participado en todos los movimientos de protesta de Rumania este año. He intentado ser un creador de opinión para la gente y defender la democracia, la independencia de la justicia y los derechos de los ciudadanos. Sobre todo, intento luchar contra el mayor problema de la sociedad rumana, que es la corrupción. Como tantos otros intelectuales rumanos, he sido perseguido por el poder. Pero no me arrepiento en absoluto, porque sé que debo ayudar.

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