Macron vs. Merkel

La Francia de Macron no es muy diferente de la que se encontró Hollande, económicamente hablando: déficit público y exterior y mucho paro. Se trata del escenario ideal para la receta Schäuble: disminuir salarios y gasto público para ganar competitividad, generar empleo y acabar con el doble déficit. Es la receta que Hollande se negó a aplicar y que ha acabado con él, a pesar de que haya podido compensar el alto desempleo con un generoso sistema de subsidios que le ha permitido tener un nivel de pobreza por debajo del alemán.

¿Qué puede hacer Macron? Si sigue el camino de Hollande, cavará su propia tumba; si hace lo que pide Schäuble, dará la razón a lepenistas y mélenchonistas. La tercera vía, que a menudo se demuestra imposible, consistiría en convencer Schäuble de cambiar su política y, de paso, la europea. Argumentos no faltan: el colosal superávit exterior alemán genera pobreza en su casa y paro en la de los demás. Por si fuera poco, el flujo de capital prestado o invertido allí donde se dan déficits simétricos puede acabar ahogando a estos países y que Alemania ni siquiera lo recupere, por muchos cambios de Constitución y rescates condicionados que les imponga.

Si Macron convenciera a Merkel, y ella, a su vez, convenciera a Schäuble, Francia podría recuperar empleo sin tanto recorte o incluso sin hacerlo, y Alemania disminuiría la pobreza interna y la presión inmigratoria que ahora autogenera. Y, de paso, el resto de países europeos recuperarían competitividad sin tener que bajar salarios. No sólo todos ganaríamos sino que, además, el proyecto europeo saldría reforzado y dejaría de verse sometido a referéndum con cada elección nacional.

Y si gana todo el mundo, ¿por qué no lo hacen? En Cataluña nos es fácil de entender: ¿quién votaría a favor de algo que fuera contra las exportaciones y el superávit exterior de los que nos jactamos? Paradójicamente, incluso los más directamente perjudicados quizás votarían en contra, deslumbrados por el espejismo de prosperidad que prometen las exportaciones. Al menos, mientras este espejismo no se resquebraje. Y tal ha empezado a hacerlo… Todavía tímidamente, la UE va repitiendo a Alemania que debe reducir su superávit. También lo decía Obama, y ahora lo grita Trump con amenazas. Y, tal vez más significativo, el ‘think tank’ europeo por excelencia, Bruegel, muy recientemente difundía la idea de que el superávit alemán es un suicidio económico, ya que, al exportar capitales en vez de invertirlos en casa, acabaría perdiendo prosperidad en relación con los receptores.

Aunque cogido por los pelos, tal vez este último argumento hará agujero en la pared hermana. Y para ser justos hay que decir que los alemanes ya han hecho algo: establecer un salario mínimo que no tenían, aumentar pensiones y permitir que la participación salarial en la distribución de la renta, que hoy es el 50,8%, y unos tres puntos más que en 2007, recupere la mitad de lo que perdió desde la reunificación, cuando era del 54%. Por lo tanto, algo han ido haciendo en la buena dirección; pero no es suficiente. Un superávit exterior del 8% del PIB como han tenido este año todavía es un 50% superior al límite que la prudente UE fija. La lástima es que el hecho de saltárselo no le represente a Alemania la amenaza de sanción que tiene la misma Francia por unas décimas de más de déficit público.

Con estas diferentes varas de medida, ¿extraña en Europa que se extienda el desencanto? Si hay algo que tiene que hacer la UE es impedir cualquier dumping entre sus miembros, ya sea fiscal o social laboral; es decir, debe evitar los sistemas de suma cero, en los que unos ganan a costa de los demás, y aún más los de suma negativa, en la que el conjunto sale perdiendo debido a la estrategia para ganar de uno de los sus miembros. De hecho, si la UE es incapaz de hacer posibles los juegos de suma positiva, en la que todos ganan, verá cómo huyen los miembros hasta disolverse.

Ni la UE ni el euro son culpables de nada, como tampoco lo es la globalización; en los tres casos está fallando su gobernanza. Y si esto no mejora, la tentación del repliegue nacional no dejará de crecer. No será la solución, sería la peor respuesta, pero no es de extrañar que se imponga cuando no se ve alternativa. El domingo Francia resistió la tentación creyendo que el cambio es posible en Europa. ¡Ojalá no se hayan equivocado!

ARA