Los rehenes ya están en Cataluña. ¿Y ahora qué?

El ingreso en cárceles catalanas de los nueve rehenes políticos que el Estado español mantiene secuestrados, no constituye ningún valor democrático por sí mismo. Se intenta mostrarnos así, para que tengamos la estúpida percepción de que «se están produciendo cambios» y que, de repente, se han abierto las ventanas y está entrando aire puro. Sin embargo es una trampa. Y es muy importante que seamos conscientes de ello, de lo contrario acabaremos concediendo medallas al sentido común. Hacer que los encarcelados, comunes o políticos, estén en penitenciarías cercanas a su casa es un deber de obligado cumplimiento por principios democráticos y por ley. Nadie, por tanto, debe ser alabado por respetarlo, al igual que nadie debe ser alabado por respetar un semáforo en rojo.

Otra cosa es la instrumentalización política que PSOE, PP y Ciudadanos están haciendo de acuerdo con su nacionalismo y en función de sus intereses de partido. El PSOE, aunque no lo confiese, necesita que los catalanes veamos el acercamiento de presos como un gesto amable por su parte de la misma manera que PP y Ciudadanos, desde la oposición, necesitan que los españoles consideren el hecho en cuestión como una concesión del PSOE a Cataluña. Fijémonos, no obstante, que se guardan mucho de decir que este acercamiento es ilegal. No lo dicen, porque es absolutamente legal y, como he dicho, de obligado cumplimiento. Por supuesto, cualquiera puede pensar que si aún gobernara el PP el traslado de los rehenes no se habría producido. De hecho, la parte subliminal del mensaje del PP es esta: «¡Nosotros no lo habríamos permitido!» Pero no hay que entrar en este marco de disquisiciones, porque no llevaría a ninguna parte. Después de todo, llegado el caso y al verse obligado, el PP habría podido sacudirse las moscas diciendo exactamente lo mismo que ahora está diciendo el PSOE: «La ley nos obliga», cosa que rápidamente habría sido denostada por Ciudadanos con el mismo argumento que ahora utiliza el PP contra el PSOE. Como vemos, Cataluña no es más que la regla que estos partidos necesitan para medir quién de los tres tiene la erección mayor. Sencillamente es oír el nombre de Cataluña y ya experimentan la intumescencia. Sin este nombre no hay erección. ¿Comprende el lector por qué no soportan la idea de quedarse sin Cataluña?

Independientemente de ello, sin embargo, fijémonos cómo todos ellos, faltos de argumentos humanísticos, acaban atrapados en su propia telaraña, que es la telaraña de la ley, como verdad absoluta, ante la que todas las voluntades se han arrodillar. Y es que no sólo incumplen sus propias leyes, sino que se jactan de ello y, como es el caso, califican de concesión o claudicación todo cumplimiento relacionado con Cataluña. Tanto les da que estas afirmaciones pongan en evidencia que el Estado español no es un Estado de derecho democrático con separación de poderes. Y vaya si la evidencia es fuerte, porque, si el poder jurídico y el poder político no son una misma cosa, ¿cómo puede ser que las decisiones judiciales que afectan a Cataluña dependan del partido que gobierna el Estado? Y peor aún: si el Estado español no es un régimen de pensamiento único, ¿cómo puede ser que los jueces intervengan en los asuntos políticos, manipulen el resultado de las elecciones, violenten la voluntad de un Parlamento, secuestren, encarcelen e inhabiliten políticos desafectos y violen derechos humanos en nombre de un principio religioso y supremacista llamado «Unidad de España»?

Todo es pura escenificación. Una escenificación mediante la que el nacionalismo español se intercambia cíclicamente los papeles en función del resultado de las elecciones, lo que ha contado durante muchos años con la complicidad de la política catalana del ‘pájaro en mano’. Esta política nuestra ha sido tan cómplice, que incluso ha obtenido el doctorado en la gestión de migajas. Ocurre, sin embargo, que todo esto ya es historia, por más que algunos, cambiando la terminología, pretendan eternizarla. Se equivocan, pues, los políticos que creen que el grueso de la sociedad catalana bendecirá un nuevo regateo de competencias autonómicas y presupuestarias. El proceso de independencia de Cataluña no es un juego de mesa en el que los jugadores aceptan obedientes el volver a la casilla de salida. No podemos admitir, como dice la canción, que se comercie con nuestros derechos, «derechos que son, que no hacen ni deshacen nuevos barrotes bajo forma de leyes». Ahora ya no se trata de mejorar las condiciones de vida de la prisión, sino de huir de la prisión; ahora ya no se trata de tener la celda más cerca de casa, sino de dejar de vivir en cautiverio; ahora ya no se trata de mirar qué secuestrador es más simpático, sino de ser libres. ¡Libres, de una puñetera vez! ¡Ah, libertad! ¿Qué hace que tiemblan tantas piernas, cuando escuchan tu nombre?

El acercamiento de los rehenes, ya lo hemos dicho, es una obligación, pero es una obligación de la que el gobierno español, ayudado por el guirigay de la oposición, hace una maniobra de distracción destinada a mantenernos entretenidos. Es la misma maniobra que usaban los ejércitos cuando pretendían engañar al enemigo: hacerse el pardillo en un punto para atacar a continuación por otro. En otras palabras: mientras pedimos que liberen a los rehenes, no hacemos nada para liberar el país, lo que nos incluiría a todos. Por ello es lógico que mucha gente esté haciendo esta pregunta: «¿Y ahora qué?». O esta otra: «¿Dónde estamos ahora mismo?»

Hay, en todo caso, una pregunta que, al ser contestada, contestaría también a las dos anteriores. Pero ningún periodista catalán osará hacerla. La podría hacer un periodista británico o estadounidense, pero difícilmente uno catalán. Es una pregunta dirigida a las nueve personas inocentes que el Estado español mantiene secuestradas. Esta: «Saben que se dictará sentencia sobre ustedes y que les pueden caer muchos años de estancia en prisión. Serán años de su vida que les serán robados. Si, de pronto, ahora que se encuentran en Cataluña, les dijeran que la Generalitat ha elaborado un plan para garantizarles la huida del Estado español en cuestión de horas, y que lo único que tienen que hacer es seguirlo, ¿qué harían? ¿Irían hacia el norte o permanecerían en prisión acatando la condena?» La respuesta a esta pregunta nos daría la medida de dónde estamos exactamente.

EL MÓN