Los partidos no se han entendido nunca, no es este el problema

Si hubiera un barómetro del partidismo, estos días marcaría uno de los registros más altos. Entre los independentistas. Todo el debate político en Cataluña, casi todo, lo han secuestrado con el debate sobre la investidura, increíblemente manipulado. Como en los peores tiempos, las brigadas de tuiteros se afanan en crear el ambiente más propicio a sus intereses, y llegan a denigrar al otro incluso con insultos. Esto, como siempre, ha infundido un cierto desánimo entre los votantes, pero me parece que más vale mirarlo con calma. Porque esto, resolverlo no lo resolveremos.

El votante independentista, especialmente el votante independentista, clama por la unidad siempre, como es lógico. Todo el mundo es consciente de que la unidad es el arma clave para vencer. Pero no es necesario que nos engañemos ni hay que olvidar todo esto que ha pasado: los partidos independentistas no se han entendido entre ellos nunca y si el independentismo político ha tenido épocas de más o menos acción unitaria esto ha sido todo por la presión popular, muy particularmente de la ANC, cuando ha podido presionar de verdad. En este sentido, ahora no estamos ante ningún cambio esencial, sino allí donde siempre hemos estado. Y creo que es importante que lo asumamos.

El repaso es muy sencillo de hacer. El 9-N se hizo en una atmósfera de ruptura total entre CiU y CUP, por un lado, y ERC, por otro. Lo fue seguido de aquellas dos conferencias de Mas y Junqueras, separadas sólo por una semana, que dejaron paso a meses y meses de guerra abierta entre ambos partidos. Entre ambos partidos y sus satélites. Al final, después de inmensas movilizaciones y del trabajo extraordinaria de mucha gente, se hizo ‘Juntos por el Sí’. Y aquel gobierno que nos llevó al primero de octubre y a la declaración de independencia. Pero para llegar hubo que pasar por el episodio de las asambleas de la CUP y el paso a un lado de Mas y aún por la moción de confianza. Sin embargo, el gobierno de Juntos por el Sí, con el apoyo parlamentario de la CUP, nos llevó tan lejos como nunca habríamos pensado que llegaríamos. ahora, por dentro era una batalla diaria, una guerra fría constante, sobre todo entre los dos partidos grandes. En las jornadas clave del 25 al 27 de octubre, el cálculo electoral, la voluntad de hundir al otro, condujo a situaciones difíciles de creer cuando el precio a pagar era tan enormemente alto. Y ello hasta el punto de que después del 27-S todo se medio partió y no hubo manera de ir juntos a las elecciones más trascendentales de la historia. Elecciones con un resultado que ha reabierto la guerra fría, con más fuerza que antes. Ahora habrá gobierno, lo habrá, pero todos sabemos que los consejeros ni se hablarán entre ellos. Serán dos gobiernos que no obedecerán a un solo presidente ni tendrán una estrategia común.

El recuento, el memorial de agravios, lo podríamos alargar tanto como quisierámos. Hasta que Esquerra prefirió el segundo tripartito o hasta que CiU prefirió el PP a Esquerra. Da igual. El partidismo es una fuerza decisiva en las sociedades occidentales y nuestro país no puede ser diferente. No es necesario que nos lamentemos más de la cuenta ni que nos desesperamos. Los últimos datos de militancia que he podido encontrar, del Observatorio de la Democracia Interna y la Transparencia de los Partidos Políticos Catalanes, son de hace poco menos de un año. Y señalan que el PDECat tenía unos 13.000 afiliados, ERC unos 8.000 y la CUP unos 2.000. Demócratas tendría unos 2.000 y MES no debía llegar al millar. En total, pues, hablamos de unas 25.000 mil personas con carnet de partido independentista -según las cifras del Observatorio-, y sin tener en cuenta cuánta gente de Juntos por Cataluña no es del PDECat, dato que no tengo manera de saber.

Visto desde la perspectiva de los 2.079.340 votos independentistas del 21-D, la fuerza del partidismo sorprende, y sorprende mucho. Aproximadamente, hablamos de 83 votantes independentistas por cada militante de algún partido independentista, una relación que no puede explicar por sí sola la fuerza decisiva que, sin embargo, tienen los partidos. La que ahora, por ejemplo, bloquea totalmente la política catalana.

Pero el caso es que tienen esta fuerza. Y la han tenido siempre, salvo cuando lo han visto todo amenazado, que ha sido sobre todo cuando los 83 no militantes han visto claro cuál era el camino a seguir y han exigido a todos el seguirlo. Esta es la otra cara del relato de enemistades que he explicado antes y la que a mí me gustaría destacar. Porque es la que nos puede sacar y nos tiene que sacar del punto donde estamos. Los partidos no se han entendido, pero la calle les ha obligados una y otra vez a llegar a unos acuerdos mínimos. De modo que cuando nos preguntamos, en estos días, cómo es posible que estemos donde estamos ahora mismo, en medio de este desorden, yo creo que la pregunta nos la deberíamos hacer nosotros mismos los 83, y no el militante que nos toca a cada uno de los 83 que no lo somos.

  1. Les recomiendo, casi diría que les exijo, que lean este impresionante artículo de Joan Ramon Resina que publicamos hoy («La épica como decencia»). No se puede explicar mejor.

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