Los Borja, el Papa

Es decir, aquellos Borja y compañía famosa de finales del siglo XV, y el papa Francisco felizmente reinante en estos inicios del XXI. Ustedes posiblemente leyeron, no hace mucho, una entrevista que publicó este diario, en la que el Santo Padre, preguntado sobre la corrupción en la Iglesia Romana en tiempo presente y en tiempo pasado, puso como ejemplo supremo el papa Alejandro VI y la hija Lucrecia y «sus tecitos», donde «tecitos», un anacronismo tan sorprendente como si hubiera dicho «cafecitos», significaba simplemente los legendarios (e inexistentes) venenos que derramaba la mujer fatal en las tazas y los vasos de las víctimas. Dios mío, pobre chica, qué lúgubres disparates debe sufrir aún después de cinco siglos de ignominias sin un pelo de fundamento en la historia real.

Yo comprendo que las leyendas negras son malas de blanquear un poco, difíciles de reducir a la habitual mediocridad humana. Comprendo que cuando una leyenda bestia y maligna (todas son iguales: sexo, sangre, dinero, demonios, la receta habitual) tiene como actores papas e hijos de papas, la tentación es aún más grande. Comprendo que con ello es posible hacer mala información y peor literatura. Pero aquí se acaba mi comprensión. Lo que me cuesta entender es que a estas alturas se siga presentando como verdad histórica, con aire de novela o no, las más banales y burdas mentiras. Y da pena que el Papa se lo crea: espero que no sea doctrina de fe. Por otra parte, si alguien quiere vender un subproducto literario sobre los Borja en forma de novela de padrinos mafiosos, es muy libre de hacerlo. No es tan libre de querer presentar como «histórico», basado en hechos y en personajes reales. Intenté leer las primeras cincuenta páginas de aquel engendro que parió Mario Puzo, y no pude continuar: era demasiado grotescamente ignorante, demasiado ridículamente falso, demasiado de todo. El autor no sabía qué era un Papa, qué era un obispo, un cardenal, un concilio, un cónclave, un palacio romano, un Orsini, no sabía absolutamente nada. Nada de nada, y punto final. Aventuras borgianas al nivel de Mortadelo y Filemón. Pero esto es lo que se vendió por millones de ejemplares en todo el planeta, y esta la imagen que se extendió (¡aún más!) de nuestros compatriotas, naturales, según Puzo, del «principado de Valencia».

Luego, en el dominical de este mismo diario Alejandro VI aparecía asociado a Hitler, Stalin, Atila y Nerón. El más perverso de todos los pontífices, que realizó «verdaderos alardes de desenfreno», padre de Lucrecia, «una de las mujeres más pervertidas del Renacimiento», y que «consiguio convertir el Vaticano en un grandioso burdel». Venga, pues: don Corleone, la mafia, el incesto, el veneno, la mujer barbuda, la escalera encima de la cabra, y veamos quién la dice más gorda. Y algunos años más tarde, la dirección de TV-3 me pidió opinión previa sobre una célebre serie borgiana: la vi entera, y resistiendo la profunda repugnancia, dije lo que tenía que decir (que era inmunda, infame y rigurosamente falsa en todo y para todo)… y la emitieron igualmente. No nos quejemos, pues, si el Papa Francisco habla de los «tecitos» de Lucrecia.

EL PAÍS