Laboaren Aztarnak

Conocí personalmente a Mikel Laboa el día 6 de abril de 1974 en Usurbil. Antes había asistido a varios de sus conciertos, kantaldis los llamábamos, en los que intervenía junto a otros componentes del grupo “Ez dok Hamairu”, principalmente Xabier Lete, Lourdes Iriondo, Antxon Valverde y, por supuesto, los hermanos Joxan y Jexux Artze con su txalaparta rescatada del olvido. Y los discos. Para entonces Mikel había publicado cuatro discos de cuatro canciones cada uno, que se llamaban “EP”. El doble LP “Bat-Hiru” se publicó a finales de ese año.

Antes de esa fecha nunca había hablado con él, ni siquiera le había saludado, a pesar de que a veces actuaba con el grupo de danzas “Goizaldi”, del que formaba parte una amiga. Yo iba en calidad de acompañante y ocasional colaborador para llevar y traer los bártulos del grupo. Mi amiga estudiaba filología en la sede donostiarra de la Universidad de Deusto, que entonces llamábamos la “ESTE”, acrónimo de Escuela Superior de Técnicos de Empresa, o “EUTG”, que era Escuela Universitaria Técnica de Gipuzkoa. Allí había hecho amistad con Amaia Lasa, por entonces casada con Joxan Artze, fundador junto con Mikel de “Ez dok Hamairu”, txalapartari y poeta, a varios de cuyos poemas había puesto música Mikel.

Aquel día de abril era el cumpleaños de Joxan. Quedamos en Usurbil con Amaia y con él y un grupo de amigos. Nosotros le regalamos un libro sobre Georges Brassens. La fortuna quiso que lo abriera por una página al azar en la que leyó: “es como exigirle a un carnicero que haga versos”. El cachondeo entre los presentes fue generalizado, puesto que Joxan era poeta y trabajaba como carnicero.

Comimos los cuatro en casa de Joxan y Amaia, que entonces vivían encima de la carnicería, en una bocacalle de la calle Mayor. A los postres llegó Mikel. Nos fuimos a tomar café por ahí. Luego Joxan se fue a trabajar y Amaia también tenía cosas que hacer, así es que nos quedamos mi amiga y yo con Mikel, tomando algo en la terraza del bar Patri, que no recuerdo si entonces se llamaba así.

Mikel nos habló de “Bat-hiru”, el doble LP que iba a publicar. Nos dejó boquiabiertos con una explicación sobre el ying y el yang, tema del que nosotros lo ignorábamos todo. Nos quedamos maravillados, claro que nosotros éramos unos pipiolos y Mikel tenía veinte años más que nosotros.

Antes de todo aquello, de escuchar a Mikel en directo y de conocerle personalmente, a principios de los años setenta, solía recalar con la cuadrilla en el bar Itxaso de la calle Fermín Calbetón, en la parte Vieja de Donostia, no por sus excelencias enogastronómicas, más bien rudimentarias, sino porque tenía una máquina de discos, que más tarde nos enteraríamos de que se llamaba sinfonola, aunque los más puestos la llamaban jukebox, en la que había un disco de Mikel Laboa. Se trataba de un EP editado en 1966, de cuatro canciones en sus dos caras. En una figuraban “Urtsuako kanta”, una canción tradicional del Baztan, y “Apur dezagun katea”, la primera composición de Mikel publicada en disco, sobre un poema de Gabriel Aresti. En la cara B, otra canción tradicional navarra, “Goizuetan”, y el conocidísimo “Egun da Santi Mamiña”, con música del organista de Markina José María Arrizabalaga y letra también de Gabriel Aresti, que nosotros cambiábamos en los momentos de euforia política. Era el segundo disco de Mikel. Un par de años antes había grabado el primero, con tres canciones tradicionales -“Oi Pello, Pello”, Bereterretxen kanthoria” y Aurtxo txikia”- y otra -“Amonatxo”- de Jean Barbier, un sacerdote bajonavarro del primer tercio del siglo XX. El tabernero llegó a relacionar a nuestra cuadrilla con aquella música, de manera que a veces ponía el disco él mismo cuando nos veía llegar.

Por entonces, cuando nosotros machacábamos a los parroquianos con aquel disco de Mikel Laboa, él ya había añadido otros dos a su discografía, uno con cuatro poemas de Bertol Brecht y música suya, el otro con dos canciones tradicionales, las esenciales “Haika mutil” e “Ituringo arotza”, otra sobre un poema del escritor bajonavarro Daniel Landart, “Zure begiek”, y la cuarta sobre un poema de Joxan Artze, “Gogo eta gorputzaren zilbor-hesteak”. Primer paso de una fecunda y fundamental colaboración entre Mikel y el poeta de Usurbil.

¿Por qué la música de Mikel nos había atrapado de aquella manera? En realidad no era nada del otro mundo. Una voz bien modulada, aunque no potente, acompañada por un elemental acompañamiento de guitarra, entonando sencillas canciones de la tierra. Cantaba en euskara, naturalmente, lo cual era un aliciente dentro de la plétora de discos en español, inglés, francés y hasta italiano que le rodeaban en aquella sinfonola. Pero había algo más. Aquella música nos decía algo, más allá de los poemas que se apoyaban en ella. Nos comunicaba algo que iba más allá de la música y de los mensajes literarios, algo que no habríamos sabido definir aunque nos lo hubiésemos planteado, lo que no era el caso.

Lo que nosotros sentíamos cuando insistiámos en poner aquel disco en la sinfonola, era una relación directa entre el creador de aquella música, recreador en el caso de la música tradicional o de otros autores, y nuestro anhelo por vislumbrar nuevas perspectivas. En aquellos tiempos éramos como náufragos que oteaban el horizonte para distinguir la línea de la costa, posiblemente algunos lo sigamos siendo. Mikel había conseguido convertir a los simples espectadores de su música en creadores ellos mismos, en intérpretes de un sentimiento que se convertía en voluntad.

A finales de aquel año 1974 Mikel publicó, con 19 canciones, el disco doble del que nos había hablado en Usurbil. Se comentaba que, en realidad, el disco iba a ser triple, pero la censura había prohibido muchas de las canciones, por eso su título era “Bat Hiru”, faltaba el “Bi”. Este disco ha sido declarado, por votación popular, el mejor de la discografía vasca de todos los tiempos. En él, junto a las canciones tradicionales reinterpretadas desde su particular concepto de la música, figuraban dos temas que darían un vuelco a la historia de la música vasca, “Baga, Biga, Higa” y “Gernika”, cotitulados como “Lekeitio 2” y “Lekeitio 4”.

Esta serie de los “Lekeitio” ha sido calificada como música experimental, sin embargo, la forma de crear de Mikel Laboa no era improvisada, sino basada en el trabajo, el esfuerzo y la búsqueda de materiales para un fin concreto, que era la comunicación con lo que, de manera bastante superficial, suele considerarse como “público”. Dicho de otra manera, los “Lekeitio” son obras acabadas y muy trabajadas, tanto que el “Lekeitio 1” nunca vio la luz, debido a que su autor consideró que no requería suficientes condiciones para ello, sin embargo existe en esta serie como una prehistórica realidad fundacional.

Hubo gente que abandonó a Mikel debido a los “Lekeitio”. No entendían cómo podían convivir aquellas obras a veces disonantes con las dulces melodías de nuestro país o las nacidas de su creatividad. Acaso deseaban un retorno a un paraíso imaginado y nada más, pero Mikel no les iba a dar eso. Mikel nos exigía el mismo esfuerzo que él había empleado en dar a la luz sus obras, para que las reinterpretásemos en la escucha.

Lo que Mikel hacía era música, su medio para comunicar era la música. No es que las letras de sus canciones no tuvieran importancia. La tenían, pero a menudo prescindía de ellas y nos cantaba en ese su lenguaje propio aparentemente ininteligible, porque no era lenguaje fonético, sino puramente música.

Hubo un punto de inflexión en el periplo artístico de Mikel Laboa. El 27 de marzo de 1976 las emisoras Radio Popular de San Sebastián y Radio Loyola, ambas gestionadas por la Compañía de Jesús, decidieron reivindicar el uso de la lengua vasca con una programación íntegramente en euskara durante las veinticuatro horas del día. La jornada culminó con un multitudinario jaialdi en el velódromo de Anoeta de Donostia. Allí estuvieron todos los músicos vascos que habían hecho del euskara su instrumento creador. Mikel cantó “Izarren hautsa”, con letra de Xabier Lete, y “Txoria txori”, sobre un poema de Joxan Artze, que fue coreada emocionadamente por los asistentes, entre los que estábamos los miembros de la cuadrilla que habíamos escuchado hasta su desgaste aquel disco de la sinfonola.

Sin que aquel evento tuviera nada que ver en ello, a partir de entonces el país empezó a cambiar, no precisamente en la dirección que queríamos algunos, entre ellos -sospecho- Mikel.

Mikel, entre los miembros de aquella generación, no tuvo apenas detractores manifiestos, pero sí partidarios acérrimos, entre los que me cuento. En 1980 publicó otro doble LP, “Lau Bost”, con 16 temas. Uno de ellos era “Lekeitio 5”, significativamente titulado “Komunikazio-Inkomunikazio”, lo que supuso, a mi juicio, una auténtica declaración de intenciones acerca de cuál iba a ser su trayectoria artística en el futuro, basada en una auténtica necesidad de comunicarse son sus conciudadanos y conciudadanas, de expresar aquello que bullía en su espíritu. No puede haber mejor definición de lo que significa ser artista.

Su trayectoria, hasta su fallecimiento en 2008, estuvo jalonada por multitud de actuaciones y la publicación de una decena de discos. Su arte se fue perfeccionando, tanto musicalmente como expresivamente, hasta alcanzara cotas memorables. Tanto en su recreación de la música tradicional vasca, como en sus propias composiciones sobre poemas de varios autores -Aresti, Brecht, Artze, Lete, Xenpelar, Xalbador, Atxaga, Sarrionaindia, por citar los más significativos- y en sus inquietantes “Lekeitio”. Mikel nos sobrevoló por espacios siderales, paradójicamente sin abandonar nunca sus raíces, ya que él era en esencia un radical en el sentido propio del término, es decir, alguien que sabe que por debajo de lo que vemos hay unas raíces que dan a todo sentido y vida.

Mikel fue un adelantado a su tiempo, un tiempo que vivió con pasión, vacunado contra estériles veleidades utópicas. Si en aquellos confusos tiempos del postfranquismo llamados “transición”, hubo quienes en su generación y en la mía no acabaron de comprenderle e, incluso, le menospreciaron, la generación posterior, la de nuestros hijos e hijas, ha redescubierto a Mikel, entre otras cosas porque él nunca dejó de influir en los músicos del país que se han nutrido de su arte, a veces deliberadamente, pero otras inconscientemente, en una suerte de involuntaria ósmosis.

Por ello es motivo de regocijo y de alabanza, el que un grupo de jovenes músicos haya decidido afianzar su legado, no sólo para interpretar y, en su caso, versionar, los temas de Mikel, sino además para evidenciar orgullosamente de qué manera su propia música se ha visto influenciada por su legado. Son las huellas de Laboa. Profunda alegría. Ellos son Beñat Antxustegi, Unai Pelayo, Mikel Karton, Petti, Olatz Salvador, que ya han realizado actuaciones en Pamplona, Bilbao y Donostia y preparan otra para el 2 de diciembre, en el Gaztexe Txantxarreka del Antiguo donostiarra, el barrio de Mikel Laboa, para homenajearle en el décimo aniversario de su fallecimiento. Ya el pasado 15 de junio, fecha de su nacimiento, Antiguotarrak Elkartea y Antiguotarrak Dantza Taldea organizaron un concierto en memoria de su convecino, en el que participaron los músicos citados.

Para acabar dos apuntes. Mikel estuvo en aquel jaialdi de 1971 en Larraitz que fue tildado de “akelarre” por los medios franquistas y por otros no franquistas. Luego puso musica a un poema de Joxan Artze “Nere juaneteak” cotitulado “Larraitz”, en el que cantaba:

Zapalketa gorriaren erahilketa bilutsiaren aurrean entzungo diezu erruki hitza aipatzen. Xurgatze amorratuaren jende gosetiaren aitzinean entzungo diezu karitate hitza goraltzen. Lantegiak geldiaraziz herria kaleratzen denean entzungo diezu pakea, pakea deiadarkatzen. Zapalduak oro batzen direnean eta lurra ikaran ezarri entzungo diezu: Ai, nere juaneteak!”

(Ante el crimen descarado y la opresión/les oirás mencionar la palabra compasión/Ante la expoliación y la faz de gente hambrienta/les oirás ponderar la palabra caridad/Cuando, dejando el trabajo, la gente salga a la calle/les oirás gritar: Paz, paz/Cuando los oprimidos se unan, les oirás decir: ¡Ay, mis juanetes!)

Más tarde, en 1977, compuso “Martxa baten lehen notak”, música a la que luego, al contrario de lo que era habitual en ellos, Joxan Artze puso letra, que decía:

Batek goserikan diraueno, ez gara gu asetuko, bat inon loturik deino, ez gara libre izango”.

(En tanto haya un solo hambriento no nos saciaremos/Mientras haya un oprimido no seremos libres)

Sobran más palabras.