La vía eslovena

Estábamos en Ljubljana cuando izaban la bandera eslovena

Ángel Colom

VILAWEB

Estos días se habla mucho de la vía eslovena a raíz del viaje del president Quim Torra a aquel país. Quizá no se sabe tanto que el día en que Eslovenia bajaba la bandera yugoslava e izaba con orgullo la suya, la eslovena, lo hacían casi solos: sólo había dos presidentes de regiones vecinas austríacas y tres catalanes (quien poco tiempo después sería diputado, Xavier Bosch, el compañero Albert Anglí, ya diputado, y un servidor, entonces secretario general de ERC), como observadores internacionales. Era el 25 de junio de 1991. Estábamos invitados. No asistió nadie más de Europa ni tampoco del mundo, que unánimemente apostaba por mantener la Federación Yugoslava. Se oponían en redondo a la independencia de la República de Eslovenia. Pero los ciudadanos eslovenos habían decidido autodeterminarse; y lo hicieron unilateralmente, habiendo hecho dos referendos no reconocidos por nadie pero ganados masivamente ambos y siempre invocando negociar con la Federación de Yugoslavia.

Recuerdo que mientras bajaba la bandera yugoslava y se izaba solemnemente la eslovena, dos cazas serbios hacían vuelo rasante sobre la plaza donde celebrábamos el acto, en el centro de Liubliana. Querían meter miedo. La gente, sin embargo, ya había desconectado mental y efectivamente de aquel Estado.

Y comenzaban unos días de resistencia…

Por la noche, recuerdo que lo celebramos en una recepción donde estaban los representantes de las fuerzas políticas, cívicas, sindicales (‘la crème de la crème’ eslovena) y los invitados de Austria y de Cataluña. Mientras -esto lo supimos al día siguiente-, los sindicatos de autobuses de Ljubljana, algunos camioneros, gente anónima, etc., rodeaban la capital para impedir que llegaran las columnas de tanques serbios que avanzaban hacia Ljubljana. ‘Con malas intenciones’. Como habían demostrado antes, desgraciadamente, en Croacia y Bosnia, y como más tarde hicieron en Kosovo, con un total de 133.000 muertos.

Aquella mañana, nos avisaron de que, además del cerco de la capital con camiones, autobuses y máquinas de todo tipo, la milicia de defensa eslovena defendía el aeropuerto de la capital de una eventual intervención serbia. Control del territorio y de las principales infraestructuras. Xavier, Albert y yo fuimos allí; queríamos verlo. En coche, llegamos hasta muy cerca, pero la entrada estaba blindada. Accedimos a pie, atravesando un campo. La pista de aterrizaje y despegue había sido inutilizada por las escaleras de acceso a los aviones situadas en medio de las pistas: ningún avión podía aterrizar ni despegar. La milicia eslovena aplicaba herramientas de defensa civil no violentas. Nos pidieron que volviéramos a la capital. De hecho, esa tarde, la aviación militar serbia bombardeó el aeropuerto y atacó las barricadas en las carreteras y la autopista. También nos contaron que esa noche, mientras estábamos en la suntuosa recepción, la milicia de defensa eslovena había bloqueado en casa a los jefes militares serbios; cero violencia, sólo control. A las pocas bases militares yugoslavas situadas dentro Eslovenia, les habían cortado los suministros básicos de agua y luz; eran inoperativas.

El control del territorio era efectivo, total, sin violencia por parte eslovena. No por parte serbia. Empezaban diez días de ataques serbios que causarían sesenta y dos muertos (cuarenta y cuatro soldados yugoslavos y dieciocho ciudadanos eslovenos). Por ello, nos pidieron que saliéramos rápidamente del país, por carretera, y esa misma noche fuimos hacia Istria e Italia.

Dejábamos un país que en tan sólo diez días lograría liberarse. La comunidad internacional que pocos días antes decía que no reconocería nunca una República eslovena independiente (la Unión Europea y Estados Unidos), después de diez días de control del territorio y de resistencia no violenta de la sociedad civil eslovena, aceptó la implementación de la nueva República, que fue reconocida por Alemania, Austria, Estados Unidos y, poco a poco, por el conjunto del mundo. La llamada ‘vía eslovena’ que el presidente Torra mencionaba con acierto estos últimos días.

Lo podíamos haber hecho en octubre de 2017 en Cataluña y lo podemos hacer en los próximos tiempos, en el segundo intento, ahora, de hacer cumbre.

 

 

Madrid no es Belgrado

Germà Capdevila

NACIÓ DIGITAL

El presidente Quim Torra ha reivindicado la «vía eslovena» para alcanzar la independencia, y sus palabras han provocado una onda expansiva que ha sacudido el panorama político y ha inundado las redes sociales con reacciones de todo tipo.

Varias voces de todos los sectores, desde la portada de La Vanguardia a la alcaldesa de Barcelona, han condenado al presidente de la Generalitat por trazar similitudes con un proceso de independencia manchado por la violencia y la sangre. Los 10 días de conflicto armado y las decenas de muertes de 1991 se han alzado como banderas contra la insensatez de la independencia.

Sin embargo, sorprende que ninguna voz haya salido de inmediato a desmentir a Torra en otro sentido. En una sociedad democrática, los líderes políticos, sociales y mediáticos habrían declarado de inmediato que España no es la Yugoslavia soviética, que nunca habría una reacción violenta ante un pronunciamiento pacífico, incluso si es ilegal.

Se echa de menos que desde España se alcen voces que dejen claro que el Estado nunca movilizaría las fuerzas armadas contra la población civil, como hizo Yugoslavia en Eslovenia, que en la España del siglo XXI todo conflicto político se resuelve en una mesa de negociación, y nunca provocando decenas de muertos por la represión militar.

Que desde el unionismo se asuma con naturalidad que la reacción española a una «vía eslovena» (que fue pacífica y democrática mientras Belgrado no actuó militarmente) sería la misma que la que desató Yugoslavia después de la declaración parlamentaria de independencia de Eslovenia, debería preocupar a todos los demócratas españoles, cuyo silencio vuelve a ser ensordecedor.

 

 

¿Y la vía española?

Vicent Partal

El debate sobre la vía eslovena, si es que a eso se puede llamar debate, esconde una trampa fácil. Vaya, esconde unas cuantas, y algunas hacen pasar vergüenza. Sobre todo esconde lo más básico, claro y evidente: España simplemente no acepta ninguna vía.

La vía eslovena, dejemos de lado un momento la manipulación, no le gusta. Pero tampoco le gusta la vía escocesa, y ha dejado claro repetidamente que no la acepta como alternativa. Ni la quebequense, que también ha rechazado públicamente. Ni la báltica. Ni siquiera quiere la vía eslovaca. Y ya no hablemos de la vía de Kossovo, donde España mantiene una resistencia numantina que ya ni siquiera Serbia sostiene. Ninguna. A España no le gusta ninguna vía. No quiere ninguna vía que no sea la sumisión total e incondicional de Cataluña, lo que es simplemente imposible.

La dictadura de Franco es bastante reciente para hacer evidente que ni siquiera con una dictadura de cuatro décadas España ha conseguido doblegar la voluntad de la ciudadanía catalana. Y cuando hace un año del golpe de estado del 155 ya tenemos más que demostrado que este recurso que debía ser excepcional y de máxima emergencia no les ha funcionado, no ha servido para los objetivos que querían. Porque si les hubiera funcionado ahora no hablarían de volverlo a aplicar. Es tan simple como eso.

Y sin embargo vuelven a ello. Obsesionados por no probar ninguna vía democrática, por no intentar ninguna solución política para un problema que no tiene ninguna otra. Que no vengan, pues, a dar lecciones de nada, ni políticos, ni periodistas, ni predicadores diversos. Que sus aspavientos por la vía eslovena son puro cinismo, gesticulación interesada. Y miedo. Eso, sí. Mucho miedo por lo que haremos.

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