La UE, amenazada

«Dentro de un año ya veremos si la Europa unida todavía existe», dice Matteo Salvini, confiado y chulo, en una entrevista en un medio alemán. «En los próximos meses se decidirá si Europa todavía tiene futuro en su forma actual o si todo ello se ha convertido en fútil», insiste el nuevo ministro del Interior italiano.

Salvini se siente fuerte, entronizado como máximo representante de esta nueva Italia que flirtea a la vez con Steve Bannon, el estratega de la extrema derecha norteamericana, y con el ideólogo del putinismo, Aleksandr Duguin. Ambos se han apresurado, en cuestión de días, en visitar el escenario del último test de estrés político en una Unión Europea ya bajo presión.

Los enemigos de la UE presionan desde dentro y desde fuera. Lo que nació como un proyecto de cooperación regional, como experimento federalizante de cesión de soberanía sin precedentes, vive hoy su peor crisis existencial, consecuencia de un nuevo nacionalpopulismo, de egoísmos de corto vuelo y visiones del mundo que terminan allí donde se dibujan las fronteras y los intereses de países y capitales aliados. La nueva confrontación ideológica que amenaza la UE se aleja del eje izquierda-derecha.

«La Unión Europea ya no es lo que era, ni es lo que los europeístas todavía creen que es», decía la semana pasada, en Barcelona, ​​Hans Kundnani, experto del Chatham House, en un desayuno en el Cidob. «Las amenazas internas son hoy mayores que las amenazas externas», sentenciaba.

 

ALIANZAS.

Pero ya no hay un dentro y un fuera. Bannon y Duguin se pasean por Europa. Donald Trump tiene aliados entre los socios de la UE, que le admiran, que comparten valores y retórica con el presidente de Estados Unidos que ha declarado una guerra comercial a Europa. «El discurso de Trump en Varsovia lo habría podido escribir perfectamente Viktor Orbán», me decía un diputado de Fidesz, hace unos meses, mientras elogiaba las palabras del presidente de Estados Unidos en julio del año pasado ante el monumento que conmemora la resistencia polaca contra el nazismo. Un discurso contra las influencias y llegadas externas que pueden «subvertir y destruir» el mundo de «costumbres y tradiciones intemporales» de este nacionalpopulismo en expansión. Un mundo de patriotismo económico y contrarrevolución cultural.

Esta es la principal amenaza que subvierte el orden europeo. Las viejas alianzas están en cuestión. Las viejas fórmulas de solidaridad, de comunitarización de decisiones y responsabilidades se entienden hoy como una limitación a la soberanía. Donald Trump vendrá la próxima semana a Bruselas para advertir a sus aliados de la OTAN que quiere acabar con los aprovechados que viven a la sombra de la seguridad estadounidense.

 

ALTERNATIVA.

Pero también hay una Europa que resiste, que todavía cree en la cooperación. Lo hace a medias, bajo presión política y de manera decepcionante (la cumbre del jueves y viernes pasado es el último ejemplo). Solidaridad mínima, a la carta y voluntaria. Reformas de la eurozona de nuevo pendientes. La UE en modo supervivencia mientras improvisa un nuevo parche insuficiente en inmigración que evite la ruptura definitiva con la Europa de los Salvini, Orban, Kaczynski y tantos otros. Mientras se construye una nueva cooperación en defensa y se confía en que la guerra de aranceles con Estados Unidos obligue a Alemania a darse cuenta de que su futuro comercial depende, sobre todo, de sus socios comunitarios y del buen funcionamiento de su economía. La amenaza, sin embargo, seguirá mientras una parte de los europeos sigan convencidos de que sólo el repliegue los ampara. La legitimidad de la UE se construía sobre la protección de su ciudadanía y eso es lo primero que hay que recuperar. Protección social, y no la mal entendida protección de fronteras.

ARA