La Ribera y el euskaldun de Schrödinger

Tras ese apellido de dificultosa pronunciación se encuentra un físico austríaco conocido por su célebre experimento del gato. Sin entrar en demasiados detalles y traducido para los mortales, se trata de una paradoja en la que simultáneamente se dan dos realidades contradictorias: el gato está vivo y muerto a la vez. Esta paradoja ha servido también, por ejemplo, para desmontar argumentos falaces de los discursos anti-inmigración: el emigrante de Schrödinger, ese curioso individuo que a la vez viene a quitarnos el trabajo y es un vago que sólo sabe vivir a costa de las ayudas de la Administración.

Pues bien, todo puede superarse, y buena prueba de ello es el discurso antieuskara que venimos soportando últimamente en la Ribera, al cual la paradoja en cuestión le viene que ni pintada. Así, tras largos años en una situación de discriminación total, ante los mínimos avances en la materia promovidos por el actual Gobierno de Navarra, asistimos a la airada reacción de esos amantes del euskera que no utilizan la lengua políticamente y su cansina matraca llena de contradicciones.

Bebiendo de oscuras fuentes, recuperan el discurso de quienes históricamente lo han prohibido y limitado, que dice que aquí nunca se ha hablado. Quienes nos han dirigido sus miradicas de odio al oírnos por la calle o nos han tachado de maleducados por hablarlo en su presencia son quienes a la vez sostienen que no se utiliza. Quienes no tienen nada en su contra son quienes se oponen a cualquier medida en su favor. Temen por la convivencia, la cohesión social y la reputación de la lengua mientras agitan fantasmas y azuzan a la población con su demagogia postfranquista. Hablan de “imposición del euskera” y libertad quienes no pueden optar a hablar una u otra lengua y se aferran a la obligación constitucional de conocer y usar el español.

Y en lo que respecta al ámbito laboral, y especialmente en lo tocante al empleo público, el euskaldun de Schrödinger alcanza su máximo exponente. Ante la exigencia de perfiles lingüísticos (que no sean español, claro), o ante la mera valoración del euskara, asaltan con la manida pregunta: -¿qué prefieres que te opere un buen médico o un médico euskaldun? Como si el saber inglés antes (cuando esta lengua puntuaba y el euskara no, y no pasaba nada) o ser monolingüe castellanoparlante ahora proporcionara per se un pulso de hierro y una precisión de relojero. Pues es de todo el mundo sabido que el euskara es muy difícil y, por lo tanto y en buena lógica, su conocimiento y/o aprendizaje es incompatible con cualquier otra competencia. Sin embargo, el asunto de la lista única en Educación ha venido a redondear la paradoja: si no se puede ser euskaldun y buen profe a la vez, ¿qué problema hay en competir en méritos con docentes euskaldunes con capacidad de enseñar en castellano?

Quizás el problema sea que incluso para los Schrödingerianos más entusiastas es cada vez más difícil sostener que aprender y saber euskara no vale para nada. Y que conforme el euskara crece y se desarrolla en la Ribera, cada vez está más claro que esos que no tienen nada en su contra se parecen mucho a quienes no tienen nada en contra de los negros… siempre que estén en África.

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