La realidad de Europa, según Eric Hobsbawm


El conocido y prestigioso historiador británico Eric Hobsbwam, miembro del Partido Comunista de la Gran Bretaña durante cincuenta años, profesor emérito de la Universidad de Londres, miembro de la Academia Británica y especialista en historia económica y social, inauguró a finales de septiembre un conjunto de conferencias sobre historia en Blois (Francia) en la que hace un análisis lúcido y riguroso sobre los mitos, la historia y la realidad de Europa, que vale la pena resumir por tal de tener unos puntos de referencia en unos momentos de tanta confusión política, económica e intelectual como los presentes.

Lo que nosotros denominamos continente europeo no es más que el extremo occidental del gran continente euroasiático. Fue en el siglo XVIII cuando un historiador y geógrafo ruso, Tatixtxev, estableció la frontera que separa-une Europa y Asia, las montañas de los Urales, hasta el Mar Caspio y el Cáucaso. Los rusos querían dejar clara su pertenencia en Europa y no al Asia atrasada, es decir, que la definición continental es, además de una entidad geográfica, una construcción histórica. Esto quiere decir que la Europa continente es una construcción moderna que surge a partir del siglo XVII mientras que la Unión Europea es una construcción del siglo XX, más moderna todavía, nacida a partir de las dos guerras mundiales. Estados enemigos se unieron para formar una zona de paz, en base a un interés común. La evolución de la UE es positiva, de manera indudable, a pesar de quedarse corta respecto a las esperanzas de los padres fundadores, entre otras razones debido a las exigencias norteamericanas.

La Europa histórica, pues, es muy joven, mientras que la ideológica es más antigua puesto que procede de la idea de una tierra civilizada en contraste con la de los bárbaros. Esta ideología nos hace retroceder hasta Herodoto y siempre ha existido. Las fronteras de esta Europa basada en componentes étnicos, sociales y culturales, más que geográficos, han ido variando a lo largo de los siglos. Y esta idea de Europa basada en la exclusión del «otro» es la que históricamente ha situado a Rusia cómo exterior en Europa. Metternich dijo: «Asia empieza al este de Viena». A partir de esta ideología se han creado los mitos europeos como la existencia de una unidad básica, de unos elementos comunes primordiales, mientras que los que nos divide acontece secundario. La realidad, sin embargo, es que ha sido la división lo que ha caracterizado la historia de Europa.

En América nace la conciencia europea

No hay historia europea antes de l’imperio romano puesto que los griegos antiguos eran una civilización a caballo entre Europa (Grecia), África (Egipto) y Asia (Oriente Mediano). El imperio greco-macedónico de Alejandro Magno iba desde Grecia hasta Afganistán, pasando por Egipto. Roma construyó un imperio entre Siria y el estrecho de Gibraltar pero nunca ocupó, de manera estable, las tierras de más allá del Danubio ni del Rin y, de hecho, era un imperio más que europeo pan-mediterráneo. A partir de la caída del imperio romano Europa Occidental siempre ha sido un continente fragmentado. A lo largo de la historia los imperios surgidos en Asia y el norte de África fueron imperios multiétnicos. En cambio, en Europa, ninguna construcción política sustituye al imperio romano. Durante diez siglos Europa padeció sucesivas invasiones (hunos, ávaros, magiares, tártaros, mongoles, turcos, vikingos, musulmanes) hasta el 1683, fecha en que los turcos son derrotados a las puertas de Viena. En esta etapa histórica se divide el cristianismo y Europa entre católicos y ortodoxos.

Los últimos conquistadores procedentes de Oriente fueron los turcos otomanos que ocuparon el sudeste de Europa mientras que la otra parte de Europa iniciaba su época de conquistas. Españoles, portugueses, franceses, ingleses, holandeses, italianos, conquistan las Américas recién descubiertas y allí, en confrontación con los «indios», toman conciencia de su identidad europea, es una diferenciación racial que en los siglos XIX y XX llevará a la certeza de que los blancos tienen el monopolio de la civilización. Ahora bien, la palabra Europa no aparece en el discurso político hasta el siglo XVII, en que coinciden la geografía y la historia, con la llegada de Rusia al escenario internacional y el avance de los austriacos a los Balcanes. El juego político y militar está en manos de la Gran Bretaña, Francia, el imperio de los Habsburgo y Rusia, a los cuales poco después se sumará una Prúsia que acabará siendo la Alemana unida.

El Europa de la cultura

Con la paz de Westfalia, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años, se produjeron dos innovaciones políticas: los estados se convierten en soberanos y no reconocen ninguna obligación por encima de sus intereses, lo que se denomina las «razones de Estado». Unos conceptos puramente políticos y laicos, que continúan estando vigentes hoy en día. Resumiendo, entre los siglos XVII y XIX surge una Europa que se reconoce como tal enfrente de los «otros», como los indígenas del Nuevo Mundo, y un conjunto de relaciones entre estados situados entre los Urales y Gibraltar (Paz de Westfalia).También nace a partir del siglo XVII la Europa de los intelectuales formada por miles de personas que se comunican primero en latín y después en francés, y de la cultura del siglo XVIII surgen los valores universales. Hay una Europa cultural formada por una red de operas, salas de concierto, bibliotecas, museos,…

Con este repaso histórico queda clara la inexistencia de unos valores europeos, los que actualmente inspiran a la UE, dentro la historia continental. Los valores fundadores de los estados modernos, antes de las revoluciones, son los de las monarquías absolutas y sin ningún tipo de pluralidad ideológica. Y los valores que dominaron Europa en el siglo XX, como el nacionalismo, fascismo y marxismo-leninismo, son tan europeos como el liberalismo. Otras civilizaciones han practicado valores de los que nosotros calificamos como europeos, como la tolerancia religiosa en los imperios chino y otomano, mientras España expulsaba los judíos. Es a finales del siglo XX cuando estos valores se han extendido por toda Europa. Los «valores europeos» son de la segunda mitad del siglo XX.

Centros dinámicos y periferias

Desde el siglo XV hasta el XX Europa se situó en el centro de la historia mundial por sus conquistas, su superioridad militar, marítima, económica y tecnológica. Esto se acabó a partir de la Segunda Guerra Mundial. La revolución económica europea permitió consolidar un grupo de estados potentes que desarrollaron políticas de expansión imperial y económica. El entendimiento entre estos estados ha permitido la creación de la UE, la Europa de las patrias de que hablaba el general De Gaulle. Dentro del continente, sin embargo, ha habido dos centros dinámicos y sus periferias. El primero fue el Mediterráneo occidental, donde sobrevivió la herencia romana y la civilización de las ciudades. La zona que tomó el relevo y la primacía a la primera, fue la situada entre Italia del Norte y los Países Bajos, incluyendo la Francia del este y la región alemana de Renania, que se ha extendido por Inglaterra y los territorios que rodean el mar del Norte y el Báltico, para acabar incluyendo la Alemania central. En esta última zona se sitúan nueve de las diez regiones con mayor riqueza por habitante del continente. La comunidad originaria del Tratado de Roma coincide con este espacio. Alrededor de este eje se articulan cuatro regiones periféricas: Escandinavia, Escocia, País de Gales, las de Irlanda, la zona entre el Adriático, Egeo y Mar Negro y la eslava de las grandes llanuras, al este. También son periféricas partes del mundo mediterráneo y de la península ibérica. Hay líneas de fractura muy claras entre las dos Europas: Italia del Norte e Italia del Sur, Catalunya y Castilla. La línea Hamburgo-Trieste separa la Europa de la libertad de la Europa de los siervos y campesinos. Esta línea en la segunda mitad del siglo XX se transformó en el «telón de acero».

En el siglo XIX el progreso de las lenguas estatales asentó la pluralidad, confirmada con la creación de los estados nacionales, en los cuales el ciudadano se identificaba con una patria en contra de otras, como quedó patente en la Primera Guerra Mundial cuando campesinos, obreros y clases cultas siguieron su bandera, su estado, en contra de los otros. Era la Europa de las naciones…y de las guerras. En los últimos cincuenta años se han producido transformaciones profundas al crearse instituciones comunes, han disminuido las diferencias internacionales (económicas y sociales) debido de a los fuertes adelantos de estados como España, Irlanda y Finlandia. Las revoluciones de los transportes y de las comunicaciones han armonizado las culturas, ha progresado la educación superior y la juventud ha adoptado una manera de vivir y de consumir que es copia de los norteamericanos. En las clases cultas la herencia europea se ha globalizado. Después de la desaparición de las dictaduras y de los regímenes comunistas las divisiones político-ideológicas de Europa han desaparecido y la UE desde hace decenios juega un papel primordial en el proceso de convergencia global. Pero, de manera paradójica, el proceso de homogenización va paralelo a una conciencia de los europeos que no se identifica con su continente puesto que la identificación primordial es la nacional. Europa está más presente en los europeos en su vida práctica que en sus sentimientos. Pero la UE es una realidad que ha encontrado su lugar en el mundo y que quedará completa el día que Rusia esté allí..

17.01.2005

Publicado por Tribuna Catalana-k argitaratua