La otra amenaza a la libertad de expresión

En el mundo democráticamente más avanzado hay una gran preocupación por las nuevas amenazas a la libertad de expresión. No se trata, sin embargo, de las amenazas propias de regímenes autoritarios como las que hay en el Reino de España en su actual retroceso democrático. No: estos atentados a la libertad de expresión, por graves que sean, tienen la ventaja de que son visibles y, por tanto, denunciables. Incluso son relativamente fáciles de descubrir cuando se esconden bajo nuevas terminologías, como los supuestos «delitos de odio». Un tipo de delito que de servir para proteger a las víctimas más vulnerables de la violencia étnica, sexual y de género, pasa a ser utilizado para deshacerse del adversario político e ideológico considerado un peligro para el sistema.

En cambio, la nueva preocupación llega por la vía de amenazas mucho más sutiles y, por ello, más peligrosas. Uno de los principales académicos que ha puesto atención es Timothy Garton Ash, de la Universidad de Oxford, y que tiene una impagable página web, ‘www.freespeachdebate.com’, y una obra interesantísima, ‘Free Speech. Ten Principles for a Connected World’ (2016), centrada en los nuevos desafíos de este viejo principio. Hablamos de atentados que son consecuencia de lo que Bradley Campbell, profesor de sociología de la universidad del estado de California en Los Ángeles, llama la nueva cultura de la victimización (‘The free speech crisis on campus is worse than people think’, Quillette, noviembre de 2018) y que contrapone a la de la dignidad. Es decir, el paso de un mundo donde el valor de la persona está por encima de su reputación, al de una cultura que convierte el hecho de ser víctima en un estado moral superior intocable que justifica el derecho a censurar a quien se considera culpable.

Hay otras causas de estos nuevos, sutiles y cada vez más normalizados atentados a la libertad de expresión. Por ejemplo, la sustitución de los fundamentalismos religiosos por unas nuevas ortodoxias seculares igualmente autoritarias. O bien el imperio de una corrección política supuestamente progresista. También el aislamiento confortable en los propios sesgos ideológicos que facilitan las redes sociales. Todo ello muestras de intolerancia ante la discrepancia que fuerzan a las instituciones públicas y privadas a no permitir la exposición de ideas que se consideran inapropiadas y peligrosas. Es lo que en inglés ha tomado el nombre de ‘no-platforming’, y que a menudo conlleva la acción violenta para impedir que determinadas personas se puedan expresar libremente.

Se vincula estas nuevas formas de censura -y estoy de acuerdo- a la existencia de unas generaciones educadas en la sobreprotección, que han crecido consentidas y a quienes se ha querido proteger de ideas perniciosas. En lugar de exponerlas al debate abierto y argumentado de ideas contrarias a las de su hábitat, en lugar de formarlas en la confrontación racional, se ha creído que era necesario evitar que fueran expuestas a las mismas. El resultado, como se ve en todo el mundo, no es nada halagador. Haber sido protegidas todavía las hace más indefensas ante las ideologías xenófobas, machistas y homófobas que, precisamente porque no se han dejado expresar y no han sido discutidas en público suficientemente a fondo, se expanden sin cesar. Aplicándolo al caso español: no es que Vox crezca porque se haya «blanqueado», como se suele decir, sino todo lo contrario: crece porque no han sido suficientemente expuestos al debate abierto, público y argumentado.

Y si todo esto es grave en términos generales, aún lo es más cuando pasa en el mundo universitario. Lo es porque si hay un lugar donde la libre expresión debería ser lo más amplia posible, es este. Lo es porque si hay un lugar donde el consentimiento sobreprotector debería ser sustituido por la confrontación cruda de ideas, es este. Y, en cambio, si hay un lugar donde se practica sistemáticamente la censura de lo que no encaja con las nuevas ortodoxias pseudoprogresistas está en la universidad. Cada vez pienso que aquí nos haría falta algún tipo de organización, como la norteamericana ‘Heterodox Academy’, que velara contra estos abusos. Si no, seguiremos formando en una debilidad ideológica que ya empezamos a pagar cara.

LA REPÚBLICA

https://www.lrp.cat/opinio/article/1516744-l-altra-amenaca-a-la-llibertat-d-expressio.html