La conjuntiva ‘coniunctio’

De la dualidad escindida, polarizada desde las categorías de la sexualidad, deviene, en el psicoanalista James Hillman, apolíneamente (es decir, consciente y racionalmente) el principio de jerarquía, ya que “todos los modelos jerárquicos requieren la inferioridad de las posiciones más bajas”, por el cual siempre habrá de existir un dominador, principio de la masculinidad que nos gobierna, frente a un dominado, principio de la feminidad sometida. Este autor rechaza de tal manera la ingenua credulidad en la posibilidad de un proyecto utópico desde la masculinidad de la gobernanza actual, compuesta tanto por ella misma como por su opuesta especular, la subversión, debido a que su estrategia principal habrá de consistir en ir aplazándolo sine die; de forma similar a como lo hace la religión con la promesa de un más allá aunque si bien desde una visión secularizada. Es por lo que el autor explica el lugar apolíneo de la utopía de la siguiente manera: “Lo que ahora no es posible lo será en el futuro, mediante un proceso. La coniunctio se lleva a un télos utópico, que nunca puede realizarse de hecho, ya que este proceso no puede tener un término final a menos que abandone el viejo método analítico”. Trasladado este modelo al mundo del pensamiento supondría poner en cuestión el tradicional alinear el orden creativo de la lógica y las matemáticas, por un lado, frente al caos imaginativo de la intuición y las artes, del otro. Lo que implica no tener en cuenta que en todo cerebro masculino hay un componente femenino, y viceversa; y asimismo que todo raciocinio requiere de un sentimiento para su completitud. Y diagnostica el que tan solo con un radical cambio en la estructura de nuestro pensamiento, naturaleza del conocimiento incluida, conjuntando los mundos de lo apolíneo y de lo dionisíaco, de lo consciente y de lo inconsciente, de la masculinidad y de la feminidad, podremos superar el actual impasse en el que nos encontramos frente al inexorable avance de un proceso deshumanizador basado en el dominio de un polo sobre el otro propio de este tipo de dualidad.

Por esta y otras razones se puede considerar a Hillman algo así como representante de un cierto pensamiento alternativo que no obstante en modo alguno participa del movimiento de la izquierda freudiana, siendo, en este caso, especialmente crítico con la figura de Herbert Marcuse de quien afirma no decir otra cosa que tonterías. Por lo mismo, rechaza el matriarcalismo por ser la otra cara de la misma moneda del modelo patriarcal de dominación. Y propone el modelo dionisíaco basado en la junguiana coniunctio (unión y conjunción) como la solución ideal desde la psicología “arquetipal” -su escuela- para la superación de toda supeditación basada en el principio jerárquico, tomando por modelo el mito dionisíaco, considerando que independientemente de lo que fuera en su tradición originaria ello no supone de facto un retorno del rito en sí mismo, puesto que: “Tales referencias tienen un sentido, pero no en el nivel positivo de los hechos históricos, sino en el nivel imaginal. Son expresiones simbólicas”. Afirma este autor el que, pese a todo, conscientia significa desde su origen un conocimiento en común que lleva implícito el erótico sentido dionisíaco que nos inclina hacia la participación, ratificada por el hecho de que “hace tiempo que el análisis ha reconocido la existencia en la psique de una serie de presiones internas que lo abocan a la vida colectiva”. Advirtiéndonos de que a pesar de los prejuicios que mostramos ante las manifestaciones de la conciencia colectiva, adoptando en ocasiones la caracterización brutal de la turba, nunca deberemos prescindir de la necesidad que toda conciencia dionisíaca requiere de un thyasos, una comunidad, siendo, a su vez, matizada por el hecho de que no necesariamente esta comunidad está constituida por lo “meramente exterior, con otra gente, sino que es un fluir común con los distintos complejos, un entremezclarse de la consciencia con las otras almas y sus dioses, una consciencia que se encuentra siempre infiltrada por sus complejos y que fluye conjuntamente con ellos”.

En algún sentido este pensamiento parece converger con el de Skolimowski, aunque el autor polaco -al menos en lo que le he podido leer- en modo alguno le mencione. Tanto el autor del Mito del análisis como el de La mente participativa ven en el concepto de la participación el camino por el que ha de discurrir el futuro de la humanidad si ésta considera que aún pueda estar a tiempo de dárselo a sí misma. Y participar en los hechos que le afectan requiere de una toma de conciencia primera sobre los mismos. Es decir, mantener una actitud hacia la realidad lejana del tedio con el que asumimos el automatismo de lo habitual, ya que tal y como nos alertara Ryle debemos ser plenamente conscientes de que: “Cuando decimos que alguien actúa por puro hábito, parte de lo que queremos significar es lo siguiente: que, en circunstancias similares, siempre actúa de la misma manera, se encuentre o no atendiendo a lo que hace”.

Esta situación de predictibilidad basada en el automatismo repetitivo es, en todo caso, la ansiada por toda organización, aún más si cabe orientada hacia el consumo, que tienda a calificarse como de sistémica. Es decir, todo lo contrario de lo que se pretende desde la visión participativa. El solucionismo tecnológico es la vía propuesta por el sistema para que absolutamente todo lo dejemos en manos de quienes gozan de una reglada presunción de competencia tecno-administrativa y por lo mismo funcionarial de ambos lados de la frontera, de lo público y de lo privado. Y en las cuestiones que tienen que ver con las comunidades tradicionales llega al extremo de cuestionar hasta lo más íntimo de una de sus más señeras señas de identidad, como es el factor diferenciador de la posesión de un idioma propio. Por ejemplo, cuando éste ya no constituya un problema en su traducción por haber sido abordado mediante un programa y aplicación al que podamos recurrir mediante la interfaz o aparato tecnológico que facilite la transacción comunicativa entre diferentes lenguas. Entonces comenzaremos a habituarnos a no necesitar de su aprendizaje y, por tanto, nuestros intereses se dirigirán hacia otros aspectos de la realidad que puedan suponernos, en el mejor de los casos, un nuevo desafío formativo y educacional. Por ello no es de extrañar que el secreto para acceder a la complejidad globalizadora por la que apuesta el sistema actual pase por la creación de un instrumento que facilite su acceso basado en el reduccionismo simplificador. Siendo así cómo, en definitiva, la coniunctio sistémica polarizada en torno al asunto tecnológico puede derivar en una más que real y panóptica conjuntivitis.

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