Joan Ramon Resina: La represión tiene un coste y hay que procurar que sea insoportable para el adversario

Entrevista al director del Programa de Estudios Ibéricos de la Universidad de Stanford (EE.UU.)

Joan Ramon Resina (1956) es uno de los observadores más perspicaces de la realidad política y cultural catalana. Es jefe del Programa de Estudios Ibéricos de la Universidad de Stanford (Estados Unidos de América) y acaba de publicar el libro ‘Josep Pla. Seeing the World in the Form of Articles’ (Universidad de Toronto, Canadá). Observar desde una cierta distancia, aunque sea sólo física, puede ayudar a separar el grano de la paja y no dejarse influir por los rumores o los estados de ánimo demasiado volátiles. Resina siempre se explica con una perfecta claridad y también lo hace en esta entrevista, donde habla sin tapujos de la situación del proceso hacia la independencia y del referéndum de autodeterminación del 1 de octubre.

 

– ¿Qué riesgos habrá que encarar de ahora al día del referéndum?

– Los riesgos son evidentes: el primero, la represión del Estado para impedirlo. Si el Estado da este paso y rompe el tabú, no es difícil que la represión sea desproporcionada.

 

– ¿Qué otro riesgo observa?

– El segundo riesgo es, en caso de ponerse las urnas, no obtener una mayoría clara. Un empate que no decidiera la cuestión, la diferiría durante mucho tiempo, y las consecuencias políticas enviarían al independentismo a una larga travesía del desierto antes de que se volviera a presentar otra oportunidad. Y un tercer riesgo es la deslegitimación de los resultados.

 

– ¿A qué se refiere?

– Por una parte estaría el clamor del unionismo sobre la ilegalidad de la votación; por otro la argucia del unionismo vergonzante, o sea de Podemos y los comunes, que ya preparan la deslegitimación de la consulta, sea por la vía del boicot, sea denunciando la falta de garantías, la baja participación que ellos mismos promueven, o quién sabe qué. No se debería perder de vista que, desde el punto de vista de su horizonte de aspiraciones, estos partidos son Estado.

 

– Más allá de estos riesgos, ¿el referéndum es la gran oportunidad del soberanismo?

– La oportunidad se da en el hecho de que, por primera vez desde el 14 de abril de 1931, un gobierno catalán rasga el corsé política y lo hace, no por un arrebato, como el 6 de octubre de 1934, sino obedeciendo una voluntad popular de amplitud, duración e intensidad como no se había dado nunca. Llevado a cabo, el referéndum certificará que las movilizaciones de los Once de Septiembre anteriores no han sido simplemente unas jornadas de expansión sentimental estéticamente exitosas, sino de compromiso efectivo de un pueblo con las exigencias de su historia.

 

– Jornadas de compromiso efectivo, dice. Ahora vendrá el momento del compromiso de verdad…

– Nadie ignora que este paso tendrá consecuencias ingratas, y que resistir al Estado pedirá sacrificio y generosidad de todos, pero, si se sabe positivar, será posible convertir el sufrimiento en el bumerán que golpeará el agresor. Todas las revoluciones pacíficas se han hecho de esta manera.

 

– ¿Hasta donde cree que está dispuesto a llegar el Estado español?

– Me temo que puede llegar a cualquier extremo. Hay que contar, en primera instancia, con la inhabilitación de todos los políticos implicados en la consulta, y con unas elecciones autonómicas de resultados más o menos predeterminados. Si los resultados no fueran favorables a los intereses del Estado, no se puede descartar la suspensión de la autonomía.

 

– El choque de legitimidades y legalidades, ¿se puede prolongar indefinidamente?

– Puede tener una larga duración, ¿por qué no? Ahora, el coste de alargarlo es cada vez mayor para la imagen del Estado. Para el independentismo, existe el riesgo de cansancio y desencanto. Yo lamenté que en 2014 el presidente Mas se hiciera atrás y se inventaran la finta de referéndum que ahora dicen que quieren Podemos y comunes. Hace tres años era el momento de forzar el choque, cuando el viento nos era favorable, no existía la distracción de los comunes, y el Estado no había reaccionado.

 

– ¿Cuál debe ser la reacción del gobierno si se desata una cadena de inhabilitaciones de políticos?

– Me temo que una causa general del independentismo podría paralizar el gobierno. La cuestión no es tanto cómo reaccionarían los gobernantes sino cómo reaccionaría la gente. El gobierno, una vez dado el paso de la declaración de independencia, ya no estaría bajo jurisdicción española. Pero es claro que una cosa son las palabras y otra los hechos. La gran pregunta es si la gente está dispuesta a hacer efectiva la ruptura no reconociendo la autoridad del Estado.

 

– ¿El referéndum sólo es el punto de partida? ¿Cuál será el combate posterior?

– En el supuesto de una mayoría partidaria de la independencia, procedería declararla. Esto implica declarar nulas las leyes españolas e ilegítimos sus agentes y representantes. Está claro que, llegados a este punto, el Estado intervendría con violencia. Entonces habría que no dudar ni un momento de que esta violencia no sería legítima y actuar en consecuencia.

 

– ¿Se puede confiar en una reacción internacional antes del referéndum o después?

– Yo no confío, ciertamente no antes. En cuanto a después, tengo muchas dudas, salvo que el resultado fuera espectacular. El Estado inrterpretaría la pasividad internacional, probablemente, como un consentimiento y probablemente se extralimitaría. Cuanto más represión, sin embargo, menos tolerancia internacional, especialmente en Europa. Y, pasado un cierto punto en el tira y afloja entre represión y resistencia, podrían cambiar las tornas. La represión tiene unos costes para quien la practica, y en estos procesos se debe procurar que el coste sea insoportable por el adversario.

 

– ¿Cómo ve el liderazgo del proceso? ¿Puigdemont ha sido un buen sustituto de Mas?

– Puigdemont ha sido un triunfo inesperado. Mas no podía liderar el proceso por razones evidentes a todo el mundo menos a los Masistas, obcecados como estaban en la idea del líder insustituible.

 

– ¿Y el tándem con Junqueras?

– Podía parecer una estrategia de partido, y posiblemente también lo era, pero Mas tenía razón en querer unificar el independentismo. Lo que ni él ni los suyos entendieron era que, como heredero de Pujol, Mas llevaba plomo en el ala. Forzándole a abdicar, la CUP hizo un servicio al proceso. Junqueras, linchado por rechazar la propuesta de Mas y sometido a chantaje, tuvo la generosidad de aceptar una segunda posición cuando las encuestas lo favorecían. Al final todos los protagonistas, también la CUP, han desterrado las ambiciones personales y las urgencias ideológicas en nombre del país, y eso en Cataluña, en política, es un gesto casi inédito.

 

– Haber situado el referéndum en el centro, ¿habrá ayudado a ganar impacto en el exterior?

– No hay ninguna duda de que enfocar la independencia como un ejercicio de normalidad democrática tiene un impacto positivo. Afuera, para designar el proceso catalán la prensa todavía usa preferentemente el término ‘separatismo’, que tiene connotaciones negativas. Así se presenta Cataluña como una región rebelde por razones tendencialmente egoístas. Insistir en el valor democrático del derecho de autodeterminación contribuye a cambiar la percepción y poner a España en la posición de Estado autoritario que trata de retener un territorio históricamente subyugado.

 

– Sin embargo, aún hay dificultades…

– El derecho de autodeterminación no se reconoce a todos; sólo pueden reclamarlo los pueblos con una historia y una cultura diferenciadas. Insistiendo en estas credenciales podemos aspirar a cierta comprensión y alguna simpatía; con la queja de región cansada de pagar no las encontraremos nunca. De modo que mucho cuidado con la lengua y la identidad, no sea que, como aquel que se jacta de ir en bicicleta sin manos y sin pies, acabáramos desdentados y en la cuneta.

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