Impotencia, error, fracaso, mentira

Se ha ido instalando en algunos entornos soberanistas la sospecha de que los acontecimientos de hace un año fueron un engaño en toda regla. Es decir, un enorme fraude político que se aprovechó de la buena fe de mucha gente dispuesta a darlo todo por la autodeterminación del país. Los hay que lo sostienen a cara descubierta, y hay que agradecerles la franqueza. Pero, enmascarados en las redes sociales, estoy seguro de que también hay quien, de manera anónima y organizada, está interesado en hacerlo correr con la intención de desmoralizar al independentismo.

Naturalmente, las críticas honestas forman parte de la libertad para expresar opiniones ya sean fruto de las propias convicciones personales, de buenas o malas vivencias subjetivas, de emociones confesables e inconfesables, de los recelos que nacen de mentalidades conspiradores, e incluso si son opiniones al servicio de las diversas estrategias de la propaganda política. Las opiniones son libres, incluso cuando se fundamentan en juicios de intenciones de terceras personas, un tipo de especulación arriesgada pero que suele salir gratis.

Sin embargo, si bien todo está permitido, no todas las opiniones tienen la misma legitimidad ni respetabilidad. Quiero decir que hay opiniones bien fundamentadas en hechos y otras que son una mera distracción apriorística. Y las hay bien trabadas argumentalmente y otras inconsistentes que hacen agua de arriba abajo. Y las hay bien intencionadas y otras que sólo buscan razones. Lo que es sagrado es el derecho a expresarse, pero el pensamiento o la opinión que este derecho ampara puede llegar a ser profundamente despreciable.

Desde esta perspectiva, y en relación al tema que nos ocupa, considero particularmente discutible que se conviertan las críticas legítimas en juicios morales. Aunque no lo comparto en absoluto, supongamos que los líderes políticos que hace un año se jugaron la piel -y los que les empujamos, claro- hubieran pecado de ingenuidad y que su acción impotente les hubiera llevado a la derrota. Pongamos que, además de ingenuos, hubieran equivocado la estrategia y se les pudiera atribuir un grave error de cálculo por querer empezar la ruptura con un referéndum. Incluso puede haber quien, por impaciencia, sólo vea un fracaso rotundo. Ahora bien, pasar de la impotencia, el error o el fracaso -que son juicios sobre hechos- a la acusación de engaño y de habernos mentido cínicamente, es un salto para el que no encuentro ningún fundamento sólido.

Si, como algunos sostienen, nuestros líderes eran unos autonomistas enmascarados movidos por la voluntad de hacer fracasar la independencia, estaríamos ante un nuevo episodio de ‘La vida de Brian’ de los Monty Python, donde mientras el Frente Popular de Judea (sector oficial) felicitaba a Brian al pie de la cruz por el coraje de dejarse crucificar por el pueblo y le leía un manifiesto de adhesión, el Frente del Pueblo Judaico se le suicidaba delante para escarmentar… ¡a los romanos! Y se debería explicar por qué en lugar de prisión, el Reino de España no les ha dado la medalla de la Orden de Isabel la Católica.

Ironías aparte, a mí me es imposible aceptar la hipótesis del engaño y la mentira. Primero, por el largo compromiso con la independencia de las personas que tomaron decisiones extremadamente difíciles en momentos tan complejos. Y después porque se trata de personas que no están en condiciones de defenderse de estas acusaciones sin agravar aún más su situación penal. Por ello, creo que decir que «no había nada preparado» es una verdadera infamia.

El independentismo, ya lo hemos visto, ha perdido el miedo y es resistente a las amenazas. También soporta bien la autocrítica y aguanta estoicamente las desuniones, dos deportes nacionales que sabemos llevar hasta el límite. Pero creo que no merece que se le someta a una permanente crisis de autoconfianza, y menos cargando contra los líderes encarcelados y en el exilio. Lo encuentro irresponsable, pero sobre todo obsceno.

ARA