Por eso hay que saludar que dos historiadores catalanes hayan hecho el esfuerzo intelectual de ofrecernos unos libros llamados a ser unos referentes dentro de la historiografía internacional por la documentada y solvente tesis que defienden: la desigualdad ha sido y es un rasgo permanente de la historia mundial. Son obras que nos ofrecen nuevos elementos de reflexión que sirven para enfrentarnos al futuro oscuro que nos espera, al mismo tiempo que ponen en duda el mito de que el mundo desde el siglo XVIII evolucionaba hacia un progreso imparable que mejoraría las condiciones sociales de toda la humanidad.
Gonzalo Pontón, después de cinco décadas de editor, ha irrumpido en el mundo de la historiografía con un libro que quiere desmitificar la visión que uno tiene a menudo del siglo de las luces. El autor hace hincapié al explicar que la naturaleza de las desigualdades actuales tienen su origen en la forma en que fue pensado y después desarrollado el nuevo sistema capitalista. Los cambios económicos y sociales vinculados a la introducción de la manufactura y de la industria mostraron que el incipiente capitalismo instauraba unas nuevas y grandes desigualdades que eran justificadas con una ideología que se hacía heredera de las ideas de libertad e igualdad de los ilustrados. Desde esta óptica, Pontón señala el carácter contradictorio de los cimientos ilustrados de la nueva sociedad, que si bien defendían las nuevas luces y los valores emancipadores frente al oscurantismo, también legitimaban que el progreso material viniera acompañado de millones de víctimas sociales, entre ellas los esclavos de las colonias. Es otra visión del siglo XVIII resultado de utilizar unas fuentes muy diferentes de las tradicionales, basadas en el pensamiento de unas élites interesadas al defender los valores de su mundo. En cambio, Pontón prioriza otras, las más próximas a los vencidos sociales, a las víctimas de aquel progreso, a la mucha gente que ha sido ocultada y sin historia.
Según Fontana, tanto a finales de la Primera Guerra Mundial como sobre todo después de la Segunda, la reacción popular ante los costes humanos de aquellas masacres fue apostar por una sociedad más justa, más libre y más pacífica. Así, las mejoras sociales y políticas, sobre todo en Europa occidental, después de la derrota del nazismo, y el avance hacia el Estado de bienestar serían estimulados por las políticas que querían cerrar el paso a la revolución social. Por eso, desde 1945 hasta 1974, en los países más desarrollados se acortaron notablemente los niveles de desigualdad social. Pero la crisis económica de los años 70 y, después el hundimiento del mundo soviético cambiaron radicalmente la situación. El comunismo dejó de ser un peligro y eso, junto con la moderación de la socialdemocracia, provocó la pérdida del miedo a la revolución. Así, la sociedad del siglo XXI estará marcada por el predominio de un capitalismo descontrolado que se siente seguro y sin un opositor fuerte. La conclusión será evidente: los poderosos están ganando la guerra de clases e imponiendo el triunfo de la desigualdad. Nunca en la historia contemporánea había habido tanta diferencia económica entre una minoría muy rica y una mayoría que no sale del empobrecimiento. Estos dos libros nos ayudan a entender cómo ha sido posible llegar a esta inquietante situación.
LA VANGUARDIA