Esto no lo resuelven unas elecciones

A pesar de parecer reiterativos, o incluso redundantes, conviene recordar las veces que sea necesario que las elecciones del día 21 constituyen una absoluta anomalía institucional, hasta el punto que pueden considerarse ilegítimas desde una perspectiva democrática. Digo esto sin saber quien las ganará -ni si, en realidad, es posible «ganar» una presidencia que ya ostenta Carles Puigdemont, 130º presidente de la Generalitat de Catalunya-. Si hacemos abstracción de este hecho, querrá decir que la capacidad de los catalanes para comulgar con ruedas de molino es casi infinita. Cualquier análisis que no parta de esta premisa -referida a la legitimidad, y no digo legalidad, de los próximos comicios- resultará por fuerza insuficiente y, según como se plantee, también truculenta. Sea como sea, la situación no permite los habituales esquematismos y simplificaciones sobre ambos modelos territoriales aquí confrontados: ninguna encuesta da una mayoría clara, sino que muestran una segmentación insólita. La cuestión también es más profunda que el habitual chafardeo especulativo sobre los pactos posteriores a las elecciones. No he leído ninguno que aportara nada sustancial al análisis, incluidos los que me ha tocado hacer a mí mismo en ciertas ocasiones. En este caso, la cuestión de fondo, el tema real, es otro: ¿cómo puede esta votación resolver o, al menos, mejorar la situación política que vive Cataluña? ¿Estamos cerca de una solución plausible -no digo ‘definitiva’ que es una palabra siempre ajena a la política- o bien de una repetición de las estrategias fracasadas que ya conocemos?

Empecemos por el bloque que ha estado de acuerdo en aplicar el artículo 155: C’s, PSC-PSOE y PP. Imaginemos que Arrimadas, Iceta o Albiol ganan, por separado o a partir de una alianza coyuntural posterior. Imaginemos, incluso, que sacan 100 diputados. O 101. Incluso en caso de que esta hipótesis improbable se hiciera efectiva, su victoria no serviría para resolver el viejo ‘problema catalán’. Se pondrían muy contentos y lanzarían confetis. Pero el -desde su punto de vista- el problema de los dos millones o dos millones y medio de catalanes que no se sienten españoles, sin contar los que no se sienten demasiado, seguiría exactamente donde estaba. No cambiaría nada. Durante unos días podrían hacer ver que El Tema ha quedado atrás, o que se ha convertido en una obsesión ya en declive, pero a la vez sabrían que no es así. En este sentido, la fraseología de Miquel Iceta sobre la reconciliación resulta especialmente extravagante, porque parece insinuar que aquí ha habido una confrontación simétrica: quienes golpeaban a los votantes -y quienes daban por buena esta acción violenta- y los votantes golpeados son equiparables, y ahora se han de «reconciliar». Alucinante.

¿Y qué pasaría si los partidos del bloque independentista fueran capaces de llegar a una mayoría vistosa? 100 diputados. O 101. O, incluso, los 135 escaños de la cámara. Aunque esto no guste a mucha gente, no pasaría absolutamente nada: esta victoria no modificaría ni un milímetro la posición del gobierno español, ni la de Europa, ni la del mundo económico, ni la de nadie. Incluso una victoria mayúscula, por goleada, no haría cambiar la Constitución que permite aplicar el artículo 155, ni tampoco la interpretación abusiva del Código Penal, ni las presiones del ministerio de Exteriores hacia países terceros, ni modificaría tampoco la posición del mundo empresarial, etc. Quien tenga alguna duda sobre todo, debería observar con cierta atención -y, sobre todo, con una cierta honestidad intelectual- qué ha pasado en los últimos dos meses. La tolerancia de una sociedad hacia los cuentos a la lumbre del hogar tiene un límite. Y si alguien todavía tiene dudas, que observe las encuestas que se han publicado hasta ahora, y saque las conclusiones oportunas.

En relación a las terceras o cuartas vías que representan los comunes, y muy especialmente en relación a las apelaciones al diálogo, todo se puede resolver con una simple y corta pregunta: ¿dialogar de qué y con quién? Este diálogo es simplemente imposible. Quizá dentro una generación las cosas habrán cambiado, pero ahora mismo es una pura ilusión.

Ahora tienen derecho a preguntarme cómo han llegado hasta el final de este papel: y, así pues, ¿usted qué propone? Yo les responderé, humildemente, que mi función es la de analista, no la de proponente de nada. Todo el que tenga una propuesta viable, debería presentarse a las elecciones. Yo no lo he hecho. Pregunten a su candidato, pues, no a mí, y no le acepten vaguedades, ni metáforas, ni frases hechas, ni consignas altisonantes.

ARA