¿Esperar otros cien años?

Aunque es cierto que ya figuraba en la primera versión de su programa para las primarias socialistas, no fue hasta la recta final del proceso electoral interno —cuando las posibilidades de victoria eran palpables y el apoyo del PSC masivo— que Pedro Sánchez dio relieve a la propuesta de “reconocer el carácter plurinacional del Estado”, de entender España como una “nación de naciones”; en el bien entendido de que la única nación política y titular de la soberanía seguiría siendo España, pero admitiendo la existencia en su seno de “naciones culturales”.

Para sus contrincantes en la pugna por la secretaría general, esas ideas de Sánchez resultaban tan atrevidas, tan extravagantes, que fueron objeto de viva polémica en el debate del 16 de mayo. A Susana Díaz le parecieron un ejemplo más de los “bandazos, vaivenes y cambios de opinión” del detestado rival; y las “naciones culturales” por él invocadas, una expresión —dijo con sarcasmo— de la “imaginación” y la “creatividad” del madrileño. Patxi López se mostró igual de condescendiente pero más lacónico y, cual si fuese el mismísimo Ernest Renan, espetó: “a ver, Pedro, ¿tú sabes qué es una nación?”.

Seguramente, la victoria de Pedro Sánchez siendo portador de tales planteamientos ha precipitado la baja del PSOE del exministro del Interior, José Luis Corcuera; y, francamente, sin tener en sus filas al ideólogo de “la patada en la puerta”, no sé qué clase de futuro le aguarda al socialismo español… Pero, indiferente a tan irreparable pérdida, el retornado secretario general quiere incorporar aquellas tesis a la ponencia marco del 39º congreso del PSOE, que tendrá lugar dentro de una semana. Unas tesis —conviene subrayarlo— que son de enorme prudencia y de acendrada ortodoxia, pues propugnan apenas “perfeccionar el reconocimiento del carácter plurinacional del Estado, apuntado en el artículo 2 de la Constitución”.

Sin embargo, el simple empleo de la palabra plurinacional por parte del líder del principal partido de la oposición ha desatado todas las alarmas. Una tropa de constitucionalistas y otros jurisconsultos han corrido a advertir que se trata de un debate lleno de peligros; que abrirlo es “caer en la trampa política del nacionalismo y dejar instrumentos en manos de partidos que pretenden destruir el sistema”; que hablar de nación de naciones es “un contrasentido”; que admitir “naciones culturales” es problemático y, en todo caso, no puede legitimar ni derechos de autodeterminación ni privilegios económicos. El pasado viernes, en estas mismas páginas, el catedrático Andrés de Blas nos aleccionaba sobre los riesgos de reconocer el carácter plurinacional de España y, de paso, hacía dos afirmaciones de gran calado histórico: que, en el proceso constituyente, los “hechos nacionales” catalán o vasco renunciaron “a ser calificados como naciones”; y que la introducción del término nacionalidades “no se entendió como sinónimo de naciones”.

Ya me disculpará el doctor De Blas, pero durante el período 1977-79 ninguna expresión política de los nacionalismos catalán o vasco renunció a nada; en todo caso, se inclinaron ante la correlación de fuerzas imperante en las Cortes Constituyentes, con ánimo de hacer viable el cambio democrático. Y, en Cataluña, todos los matices del catalanismo, desde el PSC y el PSUC hasta Esquerra Republicana, entendieron que el término constitucional de nacionalidades era sólo un eufemismo de circunstancias para no excitar a los aparatos aún franquistas del Estado; pero que a medio plazo, una vez disipada la sombra de la dictadura, nacionalidades sólo podía significar naciones. El concepto de “naciones culturales” no apareció para nada en el debate público de aquellos años; y, si alguien sostiene lo contrario, tendrá que demostrarlo.

De cualquier manera, que Cataluña es una nación, y una nación política, no lo afirma el independentismo desde 2012; lo sostiene el catalanismo desde hace más de un siglo, a menudo con el apoyo de la mayoría democrática de los catalanes, por mucho que el Estado español no lo admitiese ni en 1931-32, ni en 1978-79, ni en 2010 en el preámbulo del último Estatuto.

Ahora, después de casi cinco años de proceso soberanista, el segundo partido político español —el PSOE— parece dispuesto a debatir con infinitas cautelas la posibilidad de que Cataluña sea una “nación cultural” sin derechos políticos. ¿Cuánto tiempo tendría que pasar para que se la reconociese como nación política constitutiva de España, igual que Quebec en Canadá o Escocia en el Reino Unido? ¿Otros cien años?

EL PAIS