España como sustitutivo de Dios

La famosa frase atribuida a Abraham Lincoln, que dice que «puedes engañar a todos durante un tiempo, incluso puedes engañar a algunas personas durante mucho tiempo, pero no puedes engañar a todos todo el tiempo», se ajusta como un guante al Estado español. Poco a poco, más lentamente de lo que sería necesario, pero de manera inexorable, esta gigantesca falacia que es en sí mismo el Estado español va quedando totalmente desenmascarada ante la comunidad internacional. Como el asesino del film «El mayor espectáculo del mundo», de Cecil B. DeMille, que esconde su rostro detrás de un maquillaje de payaso, el Estado español esconde tras unas capas de democracia formal su verdadero rostro, su verdadera identidad, que es la de un Estado de raíces profundamente totalitarias.

Un nuevo episodio de este proceso de desenmascaramiento nos la ha servido su ministro de Exteriores, José Borrell, retirando el estatus diplomático al delegado del gobierno flamenco, André Hebbelinck, a raíz de las declaraciones de Jan Peumans, presidente del Parlamento flamenco, denunciando la violación de derechos humanos que supone el encarcelamiento de la presidenta del Parlamento de Cataluña y del resto de presos políticos catalanes en un Estado de la Unión Europea. Ante esto, el Estado español, visceral como es, ha reaccionado no de acuerdo con el rostro que aparenta su maquillaje, sino con la verdadera identidad que hay debajo. Y es que no le basta con amordazar Cataluña, también, si puede, pretende amordazar a todos los políticos internacionales que osen denunciarlo.

Al Estado español ya no le gustó la carta de apoyo que Peumans remitió a Carme Forcadell en prisión, y tampoco le ha gustado que haya pedido tres veces la expulsión de España de la Unión Europea por su violación sistemática de los derechos humanos. Ahora, pues, España ha estallado. Llegados aquí, Peumans reiteró que España no lo hará callar: «Para mí está fuera de debate que los políticos que defienden su opinión estén encerrados en una prisión; es indigno de un Estado de derecho». Y Flandes, por su parte, a través de su ministro-presidente, Geert Bourgeois, calificó la actitud de España de «muy hostil» y resaltó que lo que ha hecho este Estado «no había pasado nunca en la historia de la Unión Europea, nunca, desde la creación de la Comunidad Europea del carbón y del acero».

Del mismo modo que, como dice el villancico, ‘las doce van tocando’ (*), también las capas de maquillaje de España van cayendo. Ayer una, hoy otra, mañana otra… Mande quien mande, PP o PSOE, PSOE o PP, su cultura totalitaria y supremacista es irreprimible y se manifiesta siempre. Lo hemos visto estos días en la negativa del gobierno español a pedir al presidente del Parlamento Europeo que permita el uso del catalán en la cámara, a pesar de que dicho presidente ya ha dicho que no pondría ninguna pega si España se lo pidiera. En cuanto a José Borrell, sólo recordar que se trata de un acaudalado personaje con un pasado relacionado con fraudes fiscales, como el que le obligó a retirarse como candidato a las elecciones españolas del 2000, o la multa que le ha sido impuesta por la Comisión Nacional del Mercado de Valores por el uso de información privilegiada en la venta de acciones de la compañía Abengoa cuando era consejero, el año 2015. Si tuviera una brizna de dignidad ya haría semanas que habría dimitido.

Todo esto ocurre porque no es que el Estado español otorgue a su Constitución el mismo valor que los fundamentalistas musulmanes otorgan al Corán, atribuyéndole cosas que no dice. Va más lejos. Para el Estado español todavía hay algo más sagrada que su ‘biblia’, Y es España. España como concepto. España, elevada así a la categoría de Dios, se convierte en una verdad suprema que no puede ser cuestionada porque es un principio sagrado, y la sola disidencia de este principio se convierte blasfemia y herejía. Por eso he escrito a menudo que España no es una nación, es una religión. Esta es la razón por la que los presos políticos y los exiliados son considerados herejes, y también son herejes el gobierno de Cataluña y los setenta diputados independentistas del Parlamento, más un millar de nuestros alcaldes y concejales, más la ANC y Òmnium Cultural, más los millones de catalanes que osan querer la libertad de Cataluña, más, más, más… ¡Ah! Y el presidente del Parlamento de Flandes también, claro. También es un hereje.

Si tuviéramos que hacer una lista de las veces que el mundo ha violado los derechos humanos en nombre de Dios no acabaríamos nunca. Son tantas, que la humanidad sólo puede sentir vergüenza de sí misma. Ahora, por suerte, ya no se puede invocar a Dios en la Unión Europea para justificar el sometimiento de un pueblo. Hay que emplear otra palabra, otro concepto, y la palabra o concepto del Estado español se llama ‘España’. España como sustitutivo de Dios. Un dios que, con el lenguaje ufano que lo caracteriza, se define a sí mismo como «indisoluble». Es, pues, en nombre de España como Cataluña debe ser sometida, es en nombre de España por lo que hay que enviar al exilio o encarcelar a los herejes catalanes, es en nombre de España por lo que hay que expoliar, amenazar, amordazar, apalear o ensangrentar a los infieles demócratas que se atreven hacer uso de las urnas. ¡España, España, España! España lo vale todo, y por España todo vale. Incluida la violación de los derechos humanos. Es el Estado totalitario del sur de Europa que dice: «Si los catalanes tienen miles de urnas, nosotros tenemos miles de porras». Mientras tanto, se le van cayendo las capas del maquillaje. Ya se sabe, no se puede engañar a todos todo el tiempo.

(*) https://www.youtube.com/watch?v=Ct8SHr0OUOc

EL MÓN