Escucha la respuesta dentro del tiempo

Es sabido que la variable tiempo es fundamental en política. Saber y poder elegir el momento oportuno para tomar una decisión suele ser tan relevante como la misma decisión, si se quiere que tenga éxito. Precipitarse o dejar pasar la ocasión puede ser dramático. Y el instinto político y la capacidad de liderazgo van consustancialmente ligados al dominio de los tiempos. No es extraño, pues, que las críticas más severas y más fundamentadas que se pueden hacer al proceso independentista -pero también los elogios a los aciertos mayores- no sean tanto a las decisiones en sí como a las fechas seleccionadas o dejadas escapar. Desde la discutible decisión de comenzar la ruptura con el Estado con un referéndum, el 1-O, hasta las decisiones -tomadas o no tomadas- el 3-O, el 10-O, el 27-O, el 21-D, el 30-E, y así sucesivamente.

Pero no es sólo la elección del momento, de la fecha, sino que también lo es la velocidad y la duración, es decir, el ‘tempo’ lo que determina el valor y el sentido de la acción política. Tal como señala Renaud Vignes en un reciente artículo en ‘Revue du Mauss’, «la deformación social del tiempo es un desafío para nuestras instituciones», es sobre todo la aceleración de los ritmos de la vida social lo que está poniendo en cuestión el papel de las instituciones democráticas, jurídicas y sociales, que habían sido pensadas para otra temporalidad, mucho más pausada. Citando a Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, Vignes recuerda que ya no es que el pez grande se coma al pequeño, sino que el más rápido se come al más lento. Y concluye: «La deformación social del tiempo es uno de los primeros factores explicativos de la impotencia política».

Creo que es interesante esta reflexión para añadir más perspectiva a los análisis -y a las tomas de decisiones- sobre las preocupaciones y los malestares de la política catalana actual que nos aquejan. Porque, si bien es cierto que la sensación de incertidumbre la provoca, principalmente, la falta de un horizonte, de una fecha, para el cumplimiento de la promesa de emancipación que se ha dado en llamar República, el desafío que tenemos delante es aún mayor. Me refiero, por un lado, el conjunto de temporalidades, todas abiertas, que lo hacen todo imprevisible: detenciones inesperadas, fecha de las sentencias, anticipación de elecciones, amenazas de un nuevo 155… Pero, por otro, el hecho es que el proceso independentista ha apretado el acelerador de todas las crisis del sistema político español. La judicatura ha puesto al descubierto su autoritarismo; la monarquía hace aguas por todas partes; las instituciones de seguridad del Estado, con Fernández Díaz, Villarejo y los «¡A por ellos!», han enseñado las vergüenzas; se ha descubierto que el sistema financiero estaba implicado en las corruptelas del Estado… y el gobierno español se muestra incapaz de frenar y enderezar nada. La actual aceleración les lleva al precipicio.

Ciertamente, esta aceleración también nos afecta a nosotros. La impaciencia del independentismo es expresión de esta misma aceleración de la vida política. Se aguantaron pacientemente muchos años de pujolismo sin apremiarlo para nada. Pero ahora, toda espera nos desespera. La ausencia de señales inmediatas facilita la falsa creencia de que «los políticos no hacen nada». Los imprescindibles cálculos estratégicos son vistos como dilaciones inútiles. Y el trabajo discreto pero sólido que pide tiempo es considerado un escape.

El tiempo, en definitiva, no es sólo un bien económico de primer orden, o un factor de exclusión social y de debilitamiento de la solidaridad, sino también, con su aceleración política, la principal causa de la impotencia de las instituciones democráticas. Lo vemos estos días en Estados Unidos, el Reino Unido o Francia. Todo depende de calendarios urgentes. Y también, en el caso de nuestro conflicto nacional, según cómo nos representemos el marco temporal del camino que falta, encontraremos tanto el remedio como el fracaso de las aspiraciones de independencia.

ARA