Entender los hechos de octubre

El pasado octubre sucedieron muchos hechos relevantes, que podemos englobar dentro de la categoría de ‘hechos de octubre’ (de 2017). El independentismo pasó de la afirmación valiente del referéndum del 1-O al desconcierto de la declaración-suspensión del 10-O, que desembocó en la sorpresa y decepción del vacío institucional posterior a la declaración votada el 27-O por el Parlamento. Creo que si este descenso del orgullo por el referéndum a la decepción por el post 27-O no pasó factura a los partidos pro independencia el 21-D fue sólo porque la represión desatada hizo prioritaria la urgencia de la cárcel o el exilio del liderazgo político independentista. De ahí el resultado electoral obtenido en conjunto para estos grupos, en un contexto que no podía ser peor. Ahora bien, esto no implica que el liderazgo político del independentismo haya recuperado la confianza de que llegó a disfrutar en su espacio anterior al referéndum. Y recuperarla no será posible sin entender de una manera más completa los hechos de octubre.

Los hechos de octubre no han sido explicados. Las últimas semanas se han conocido detalles fragmentarios, algunos expresados ​​(más o menos cuidadosamente) como defensa en procesos judiciales; otros como alegatos autojustificadores verbales o en letra impresa. Y sólo una admisión abierta de error: la del presidente Puigdemont cuando calificó de equivocación no haber sacado adelante la declaración del día 10. No es suficiente para entender qué pasó. Y sobre todo, la principal pregunta que muchos se han formulado y se formulan: ¿por qué no se aplicó el resultado del referéndum? La respuesta no es ni la falta de voluntad ni la insuficiente preparación de las «estructuras de Estado» (verdadero fetichismo del Proceso).

El resultado del referéndum no se aplicó porque era imposible hacerlo. Claro y simple. En la política pública, y pensando en términos de resultados, cada instrumento vale para unas cosas y no para otros. Y un referéndum de autodeterminación hecho en un Estado que se opone frontalmente a ella sirve para hacer un ejercicio de nación; es decir, para mostrar la determinación de un grupo grande de gente dispuesto a hacer esfuerzos y soportar sacrificios para afirmarse como tal. Esto fue el 1-O, gracias a los millones de catalanes que participamos, y los cientos de miles que fuimos activos preparándolo y defendiendo los colegios electorales. Esto le confiere un valor ineludible para transitar por la política catalana (y española) los próximos años.

Sin embargo, un referéndum no es un instrumento que tenga como resultado ‘per se’ la creación de un Estado. Porque un Estado es (dicen los manuales) un entramado de instituciones que aplica la ley sobre las personas en un territorio, en el que goza del monopolio de la fuerza, y evita que cualquier otro pueda hacer uso de la misma. Y ni el independentismo catalán ni su dirección política tenían la posibilidad ni la voluntad de usar la fuerza para aplicar el resultado del referéndum. Por cierto, la falta de comprensión de esto por parte de las instituciones centrales, que viven en el vientre de la fiera, y están acostumbradas a ejercer de Estado, es -me parece- lo que las llevó a la búsqueda hasta extremos paranoides de preparativos de una rebelión, que sólo ha existido en sus mentes. Y, ante una ausencia más que evidente, han optado por adentrarse en la prevaricación sistemática, en lugar de corregir su acción represora.

El referéndum no fue seguido de la creación del Estado porque era imposible. Hemos comprobado que con una mayoría de votos en una votación, y más si la participación es limitada, no es suficiente para crear un Estado. Y que la falta de fuerza efectiva y, aún más, de la voluntad de hacer uso de ella exige conseguir mayorías más amplias que las estrictamente necesarias en estados con más calidad democrática, para que tenga más coste social y político para el Estado mantener una posición contraria a la mayoría social territorial. Al respecto, y sobre cómo aumentar el apoyo a la independencia, he escrito en otras ocasiones; no vuelvo a ello ahora.

Postdata (Porque otro día ya no tocará): Es erróneo sostener que una convocatoria autónoma de elecciones habría mejorado las cosas. Al contrario, habría provocado una represión más intensa. Porque la aplicación del 155 ya había sido decidida en cualquier caso; no como respuesta a la declaración, sino al referéndum (porque la afirmación como nación y la sensación de pérdida de control de territorio del 1 de octubre es lo que no se perdona). Y cuando el represor tiene restricciones para utilizar la represión (ya no estamos en aquellas otras épocas), la incertidumbre sobre la reacción del reprimido aconseja contención, por si acaso. Si Rajoy hubiera comparecido el 27 de octubre con elecciones ya convocadas en Cataluña, habría tenido la certeza de encontrar el independentismo boquiabierto y recluido en casa ya antes de empezar a aplicar la represión. Reflexionemos.

ARA