En defensa del president Torra

En estos días hemos asistido a una nueva exhibición de impotencia intelectual por parte del Estado español en su afán de criminalizar al presidente Torra. Este Estado, que a través de su gobierno y de sus tribunales no para de violar sistemáticamente los derechos humanos, ha optado por la descalificación personal de los líderes disidentes. El prestigio internacional del presidente Puigdemont ha hecho mucho bien a Cataluña y mucho daño al Estado español, lo que ha sacado de quicio a este último. Le ha hecho tanto daño que tiene a todos sus poderes fácticos trabajando día y noche para encontrar la piedra filosofal que le permita herir mortalmente -o al menos, durante un par de generaciones- a Cataluña y su lucha por la libertad.

Una de las maniobras españolas ha consistido en tratar criminalizar al presidente Torra desde el mismo momento de su designación. No podían soportar que un tercer presidente del Proceso tuviera la misma buena imagen en el exterior que sus dos antecesores. Todo el mundo ha podido ver el abismo que separa la cultura democrática catalana del totalitarismo del Estado español, que se ha revelado ante todos como violador de derechos humanos y ferozmente sanguinario -¡han llegado a amenazar a los catalanes con una masacre!-, y necesitaban tomar medidas. Y las han tomado. La maniobra ha consistido verter cubos de basura sobre la persona del presidente Torra a fin de orquestar una campaña de mentiras y de injurias que lo desacredite y que, de paso, desacredite su cargo y Cataluña. Si, por medio de una avalancha de huelgas en sectores estratégicos de las comunicaciones y de disturbios e intimidación de turistas el pasado verano, ya intentaron destruir la envidiable imagen que tiene Cataluña en el mundo, ¿qué no harán con un solo hombre. Es tan fácil verter basura sobre personas indefensas, que la caverna supremacista de Europa, formada por PP, PSOE y Ciudadanos, no se lo ha pensado dos veces.

La operación consiste en buscar posibles comentarios que la persona en cuestión haya hecho en la red sobre la relación Cataluña-España, extraer los que sean más idóneos para el objetivo que se persigue, descontextualizarlos tanto como se pueda y venderlos a continuación de acuerdo con el procedimiento del sociólogo nazi Joseph Goebbels. Imaginemos qué habría hecho Goebbels hoy, si hubiera tenido al alcance las nuevas tecnologías de las que disfrutan sus imitadores contemporáneos. Estos últimos, sabedores de que la inmensa mayoría de la gente no irá a la raíz del comentario estigmatizado ni buscará el hilo de los comentarios que lo hayan motivado, tienen barra libre para que el linchamiento tenga éxito. Cuando la masa receptora no tiene más información que la que se le suministra no cuestiona su veracidad y no repara en todo lo que el suministrador le oculta ni en todo lo que previamente ha manipulado. Esto, lógicamente, imposibilita que la difamación pueda ser cuestionada o refutada y todo el mundo irá repitiendo como un loro los mismos epítetos contra la víctima, que en cuestión de días incluso se verá reñido por algunas ‘voces amigas’. Ya tenemos la máquina bien engrasada y sólo hay que recoger sus resultados.

Muy bien. ¿Y cuál es el crimen de que se acusa al presidente Torra? Pues de haber empleado el gentilicio «españoles» en tono despectivo, aunque todos los que lo acusan son los mismos que en otros contextos y situaciones coloquiales han utilizado y siguen utilizando la expresión «los españoles», «los catalanes», «los alemanes», «los americanos»… con relación a hechos vinculados a España, Cataluña, Alemania, Estados Unidos. Es una praxis habitual y universal. A veces tiene un sentido positivo y otras negativo. No hay duda de que, como toda generalización, es un reduccionismo poco objetivo, ya que la expresión «los españoles», «los catalanes», «los alemanes», «los americanos»… parece aludir a la totalidad de los habitantes de aquellos países, como si fueran todos iguales, lo que no es cierto. Sin embargo, ¿qué persona no se ha expresado en estos términos infinidad de veces a lo largo de su vida?: «los españoles son eso», «los catalanes son aquello», «los alemanes dicen», «los americanos hacen»… El 23 de mayo pasado, el ‘Telenotícies Migdia’ de TV3 daba este titular: «Los españoles todavía creen en Europa». Ah, ¿sí?, podríamos decir. ¿No se ofenderán quienes no creen en ella? No, no ofenderán porque tienen suficiente cerebro como para no ofenderse.

Es el mismo mecanismo que hace que los periodistas de todo el mundo utilicen las capitales estatales como sinónimo de Estado: «Madrid prohíbe…», «Berlín exige…», «Washington invade…». ¿Es esto objetivo? No, claro que no. Es obvio que no todos los madrileños prohíben, ni todos los berlineses exigen, ni todos los washingtonianos invaden. Pero el reduccionismo se convierte en perfectamente válido, porque todos somos lo suficientemente inteligentes como para sobreentener su sentido. Pues bien, por la misma razón, todo el mundo sabe de sobra que cuando alguien utiliza un gentilicio como sinónimo de Estado no se está refiriendo a todos sus habitantes.

La cosa cambia radicalmente cuando el gentilicio va precedido de la palabra «todos»: «todos los españoles», «todos los catalanes», «todos los alemanes»… Por ejemplo, la famosa frase de Luis Martínez de Galinsoga, director de La Vanguardia, en 1960: «Todos los catalanas son una mierda». Aquí sí que el autor de la frase eliminaba sobreentendidos y dejaba claro que todos los catalanes, sin excepción, eran lo que él decía que eran.

Decía el cineasta Samuel Fuller que una pantalla de cine es un campo de batalla donde se expresan todas las emociones. Y ciertamente es así. Pero hoy este campo de batalla también es Internet. Twitter, sin ir más lejos, es un campo de batalla en el que cada tuit viene empujado por una emoción, un sentimiento, un estado de ánimo. Hoy día no hay una pantalla más emocional que Internet, porque las emociones que expresamos a través del ordenador o del teléfono móvil son infinitamente más reales que las que vemos en una ficción cinematográfica. Y la clave está en la inmediatez. De ahí los equívocos que provocan algunos mensajes de WhatsApp. Una carta convencional de las de antes, por ejemplo, requería un tiempo y un espacio para ser escrita, y un sobre, y un sello, y una caminata hasta el buzón más cercano; ahora, en cambio, basta con sentir una emoción para que sea difundida al instante por todo el mundo, da igual que provenga de un dormitorio, de un campo de fútbol o de en medio de un bosque. Dejando de lado el tema de las amenazas de muerte vía Twitter, que es por completo inadmisible, sugiero a estas almas que nos hablan desde una pretendida superioridad moral, que elaboren un decálogo del ‘Buen Tuitero’. Y ya puestos, también podrían dictar una orden que prohibiera tocarse los genitales sin usar papel de fumar.

Detengámonos, pues, en aquellos twitts que el nacionalismo español está utilizando para intentar calumniar al presidente Torra: «Los españoles sólo saben expoliar», «Evidentemente, vivimos ocupados por los españoles desde 1714», «Franceses y españoles comparten la misma concepción aniquiladora de las naciones que malviven en sus estados»,» Vergüenza es una palabra que los españoles hace años que han eliminado de su vocabulario», «oír hablar a Albert Rivera de moralidad es como escuchar a los españoles hablar de democracia».

De entrada, hay que resaltar que estos tweets no están escritos por ningún presidente, sino por un ciudadano. Es decir, están hechos en una etapa de la vida en que el señor Quim Torra no sólo no era presidente, sino que ni se le había pasado por la cabeza llegar a serlo nunca. Este detalle es muy importante, porque es obvio que el presidente de un país no tiene la misma libertad de expresión que podemos tener el resto de personas. Basta comparar las formas de Mariano Rajoy, cuando alude a Cataluña, con las de Pedro Sánchez y Albert Rivera. Mientras estos últimos tienen carta blanca para decir cosas que no dirían si fueran presidentes, Rajoy, observado por Europa, se ve obligado a salvar las formas y a tragarse lo que piensa. ¿Acaso Elisenda Alemán diría lo mismo, si fuera presidenta, de lo que dijo tiempo atrás: «Los españoles siguen follándonos por detrás y por delante»? Por supuesto que no lo diría. Y Quim Torra tampoco. ¿Por qué, pues, Xavier Domènech, jefe de los Comunes, se dedica a censurar a Quim Torra mientras calla respecto a Elisenda Alemán? Cuánta hipocresía.

En cualquier caso, ningún verdadero demócrata español se siente aludido ni indignado por los tuits de Quim Torra o Elisenda Alemán, porque entiende muy bien que ambos se refieren conceptualmente al Estado español. Dicho de otro modo: lo que provoca la indignación del verdadero demócrata español es ver cómo su Estado agrede y expolia a Cataluña. Se dirá: «¿Y qué pasa con los españoles que viven en Cataluña y que se sienten españoles?» Y se puede replicar: «¿Y qué pasa con los catalanes que viven en España y que se sienten catalanes? Tenemos un problema, ¿no?. Ciertamente. ¿Y qué hacen los demócratas cuando tienen un problema de esta naturaleza? Pues hacen un referéndum, ponen las urnas y votan. Así de sencillo.

Tiene toda la razón Quim Torra cuando denuncia la expoliación que padecemos, tiene toda la razón cuando dice que somos un país ocupado desde 1714 -los hechos actuales lo dicen bien claro-, tiene toda la razón cuando habla de la concepción aniquiladora de Francia y España -sólo hay que ver el trato sanguinario que han dispensado a sus colonias a lo largo de la historia y los lingüicidios que han perpetrado-, tiene toda la razón cuando dice que ‘vergüenza’ es una palabra suprimida del vocabulario español -¿o no es una vergüenza escandalosa el odio desatado en España contra los derechos nacionales de Cataluña?; ¿o no es una vergüenza escandalosa, el silencio de la ciudadanía española ante el apaleamiento que sus cuerpos paramilitares desataron contra el pueblo catalán?; ¿o no es una vergüenza escandalosa, la indiferencia de la ciudadanía española mientras su Estado viola derechos humanos y persigue y encarcela a personas inocentes por tener ideas desafectas al Régimen?-, tiene toda la razón Quim Torra cuando compara la inmoralidad de Albert Rivera con el totalitarismo español -¿o no es inmoral llamarse demócrata y blandir los mismos principios supremacistas que José Antonio Primo de Rivera?-.

Son todas estas barbaridades lo que debería escandalizar a todo verdadero demócrata. Sin embargo, todavía no hemos visto que se haya creado ninguna plataforma española contra las agresiones de su Estado contra Cataluña, ni movimiento alguno en defensa del derecho de autodeterminación de los pueblos y en solidaridad con los presos políticos y los exiliados. ¿Dónde están todas esas almas de piel tan fina ante el gentilicio de español y tan despóticas ante el gentilicio de catalán? ¿Dónde está toda esa ‘progresía’ madrileña que se cree universalista porque en la fiesta de los Goya reivindica la igualdad entre hombres y mujeres, cosa muy loable, mientras colabora, con su silencio, a la desigualdad entre pueblos? ¡Dios mío, cuánta hipocresía! ¡Y cuánta ignominia! Sí, ignominia e hipocresía. Permitanme que se lo diga: ¡además de ignorantes, son unos hipócritas! Tienen la jeta y el descaro de llamar «racista», «supremacista» y «fascista» a un humanista como el presidente Torra.

¿Dónde está la humanidad de un Estado que presume de la tortura de seres vivos como Fiesta Nacional? ¿De qué racismo, supremacismo y fascismo hablan? Racismo es celebrar un genocidio cada 12 de octubre; supremacismo es despreciar el derecho inalienable de los pueblos a la libertad; fascismo es la imposición de la ‘unidad de España’ como pensamiento único, fascismo es la conversión de la administración de justicia en tribunales políticos al servicio de un Régimen absolutista, fascismo es la existencia de una prensa estatal corrupta que anuncia encarcelamientos y dicta sentencias antes incluso de que lo hagan los mismos tribunales, fascismo es el criminalizar, es el esposar y amordazar la disidencia. Todo esto es racismo, supremacismo y fascismo. Propongo al PP, al Partido Socialista y a Ciudadanos que se miren al espejo.

EL MÓN