El secuestro de la plurinacionalidad

Todos los estados son nacionalistas. No hay ninguna excepción en el mundo (salvando algunos microestados). En democracias plurinacionales como el Reino Unido, Bélgica, Canadá o España se da una tensión inherente entre el nacionalismo que siempre impulsan las instituciones, las organizaciones y los actores políticos del estado y los proyectos nacionales impulsados ​​por las instituciones (cuando existen), las organizaciones y buena parte de los ciudadanos de las naciones minoritarias.

En la práctica, una síntesis armónica entre estas dos lógicas se convierte en una misión casi imposible a pesar de que se compartan valores cívicos, democráticos y sociales. Los ciudadanos de las dos realidades viven en universos mentales demasiado diferentes (reconstrucciones históricas, valores colectivos, autoimagen y autoestima, proyectos de futuro, etc.). Las soluciones, cuando son posibles, son de carácter pragmático. Y se establecen a través de la negociación.

El reconocimiento del pluralismo nacional constituye un aspecto clave de la concreción de los valores de libertad y de igualdad política, una concreción que resulta irrenunciable para las colectividades nacionales que no disponen de un Estado propio. En ausencia de reconocimiento nacional, los discursos sobre la libertad y la igualdad de ciudadanía convierten formulaciones retóricas que actúan en favor de los particularismos nacionales, culturales y lingüísticos de las mayorías. En estos contextos se hace aún más importante la cuestión de cómo evitar la tiranía de la mayoría.

En términos de teoría política: en las democracias plurinacionales los enfoques individualistas de Kant o Rawls son necesarios pero resultan insuficientes. Hay que complementarlos con las perspectivas analíticas sobre el reconocimiento individual y colectivo abiertas por Hegel, Berlin y Taylor.

La Constitución española no establece un reconocimiento efectivo del pluralismo nacional. Además, todas las materias de gobierno tienen su centro real de decisión en las instituciones del Estado. Pero, por mucho que se aumentara la gestión del gasto de competencias de autogobierno, se mantendría sin resolver el punto clave de la capacidad de Cataluña de decidir políticas diferenciadas y sin injerencias del Estado en los ámbitos simbólico, institucional, competencial , económico, fiscal, de política europea y de política internacional. El problema no es España. El problema es el Estado español. Un Estado que secuestra la plurinacionalidad.

El estado de las autonomías arrastra ‘aluminosis’ tanto en su diseño como sobre todo en su desarrollo práctico. Se ha convertido en obsoleto. Como he dicho en otras ocasiones, la política comparada muestra soluciones institucionales de carácter pragmático para acomodar una sociedad plurinacional en términos liberal-democráticos: modelos confederales, federales plurinacionales (con asimetrías constitucionales) y modelos consociacional.

¿Alguna de estas soluciones es aplicable al caso español? En términos realistas creo que no, a menos que intervinieran actores europeos o internacionales. Son soluciones que los venden demasiado grandes a muy limitados planteamientos de los dirigentes del PP, del PSOE y de C’s, unos partidos hipernacionalista a los que les molesta el pluralismo nacional y que reflejan culturas políticas anticuadas tanto en términos liberales como democráticos. Se trata de partidos que, junto con instituciones como el Tribunal Constitucional, el Tribunal Supremo y el gobierno central, no dudan en degradar el estado de derecho y la democracia con prácticas propias de estados autoritarios.

Hemos visto magistrados del TC que se extralimitan y actúan en términos inconstitucionales sobre los candidatos a la investidura y magistrados del TS que prevarican y que juzgan ideas más que hechos. El Estado español es cada día menos un estado de derecho y más un hecho autoritario con sabor de franquismo.

Y aquí, el papel del PSOE resulta lamentable -digo ‘lamentable’ y no ‘decepcionante’ porque este partido hoy ni siquiera tiene la capacidad de decepcionar-. ¿Se acuerdan de los tiempos en que se presentaba ampulosamente como «el partido de las Libertades«? En la inoperancia generalizada de la socialdemocracia europea, este partido ha añadido la connivencia con un nacionalismo español, en buena parte de carácter preliberal, que comparte con el PP y C’s. De progresistas a reaccionarios en una generación. Un récord negativo difícil de superar.

Dos conclusiones y una nota final: 1) a pesar de haber soluciones técnicas en la política comparada de las democracias plurinacionales, una reforma constitucional profunda que solucionara la cuestión nacional-territorial del Estado español resulta imposible en términos prácticos; 2) si la independencia de Cataluña tampoco es posible sin intervención de actores europeos o internacionales, seguiremos viviendo durante mucho tiempo en el conflicto, con todos los costes de tiempo, energía y recursos que ello conlleva.

Naturalmente, me gustaría poder dejar entrever que el tema nacional-territorial del Estado ofrece vías razonables de solución mediante reformas. Pero, francamente, no las veo. Hace años que las terceras vías están muertas. Ningún partido estatal está ofreciendo soluciones que puedan parecer justas y estables, es decir, soluciones que merezcan ese nombre. Sobra retórica y faltan proyectos concretos que no rehuyan el tema de fondo: el reconocimiento y la acomodación política de una sociedad plurinacional. Y seguramente también faltan conocimientos de teoría política y de política comparada en la mayoría de los integrantes de la clase política. Nunca es demasiado tarde para aprender.

Nota final. En política lo más importante suele ser la práctica. Creo que hay que constituir un gobierno de la Generalitat efectivo que evite nuevas elecciones. Un objetivo que debería ser prioritario para JxCat y ERC. También creo que los comunes y la CUP deberían facilitarlo. Por responsabilidad, defensa y proyección de futuro factible, manteniendo las acciones en torno a los presos políticos, al presidente Puigdemont y a los consejeros del exilio. Francamente, ¡no creo que ponerse de acuerdo y combinar estos objetivos sea tan difícil de hacer!

ARA