«El Reino De La Rioja»

Hace unos años, durante aquella convulsa década de los 80 del siglo XX (período en el que el territorio español se reestructuró en autonomías, y a la provincia de Logroño pasaron a llamarla Comunidad Autónoma de la Rioja), tuvimos la suerte (o la desgracia…) de visitar de manos de una guía oficial el monasterio de Santa María la Real de Nájera.

Fue una visita llena de sorpresas: para una mente infantil y soñadora, fácilmente manipulable, supuso un verdadero descubrimiento. Por un lado, se mostró ante mis ojos el panteón familiar de los reyes de Navarra (sentí cierta decepción, esperaba algo más glamuroso); por otro lado, sentí el orgullo de ser riojano. Tuvieron que pasar unos años para entender por qué el Panteón Real estaba en la provincia de Logroño y no en la de Navarra, pero en aquella temprana edad el dato no hizo cambiar la percepción del conjunto; vamos, que me dio igual.

Cuál fue mi sorpresa cuando oí hablar a la guía de un «reino medieval de la Rioja»… mi mente no tardó en inventar historias sobre ese glorioso pasado. Como buen riojano, aún no existía esa contradicción entre ser alavés y riojano, sentí «orgullo patrio»; al fin y al cabo, me sentía y me siento tan riojano entonces como ahora, por encima de denominaciones y de marcas de vino.

Cuando más emocionado estaba, se rompió mi sueño, cuán jarrón de porcelana; un forastero con pintas de sabelotodo -ya se sabe cómo son los de la capital- se encaró con la guía, y le recriminó que nunca había existido un reino de la Rioja. Empezó a recitar fechas, nombres de reyes, batallas… pero yo para entonces ya había desconectado; sinceramente, preferiría creer a la guía: ¿no era acaso ella la maestra de aquel lugar? Y, ¿por qué no creerme que había existido un Rey riojano? Pero algo sí llamo mi atención, y quedó a buen recaudo en el baúl de los recuerdos: al final del rifi rafe, el hombre, ya por lo bajini y de modo que sólo le oímos los más cercanos, comentó:

A base de mentiras van a crear una nueva realidad, una identidad excluyente.

Cuando llegué a casa, mi tío me preguntó por la excursión, y le conté que los riojanos habíamos tenido reyes. Literalmente, se descojonó:

Joder con los de Logroño, y luego dicen que somos nosotros los separatistas.

Se fue para donde el padre, y ahí se acabó la cosa. Empezaron a hablar de cosas de mayores, pero recuerdo que decían:

Estos sinvergüenzas (el apelativo fue otro) se van a quedar con el nombre y nos vamos a tener que comer las uvas.

Pasaron los años, y me tocó compartir pupitre con compañeros del territorio vecino. Decían que no éramos riojanos, que nos habíamos apropiado de un nombre que no nos pertenecía para vender la uva más cara. Pero ¿cómo podía ser eso posible, si cuando los alaveses íbamos a entregar la uva nos atendían antes y nos la pagaban mejor? ¿Quién se había subido al carro de quién? Y en una de aquellas riñas recuerdo que uno espetó:

¡¡¡¡Hasta los reyes nos queréis robar los p…. vascos!!!!

Me sentí dolido, del mal genio se me avivaron los recuerdos como las ascuas sopladas por el viento, y cual fuego abrasador grité:

¡Nunca existió un Reino de la Rioja!

Siempre me consideré una persona curiosa, y, si bien es cierto que me tiraba lo vasco, no me sentía tan diferente a los chicos de Logroño. Me sentía más cercano a ellos que, por ejemplo, a los bilbaínos, esos veraneantes que venían y, con cierta chulería, nos hacían a menos.

Éramos una especie de nexo de unión entre dos realidades que cada vez se alejaban más la una de la otra. Si durante el período Republicano, la guerra del 36 y los siguientes años de dictadura la división en la comarca había sido ideológica, izquierdas/derechas (el nacionalismo vasco siempre fue muy minoritario), ahora la división era entre sentirte vasco o español, era una cuestión de identidad.

Vivíamos sobre un terreno que nos hablaba en vasco, la toponimia es un fiel reflejo. Al otro lado de la «muga» se estaba forjando una nueva identidad riojana, una de cuyas principales características era el antivasquismo; por otra parte, estaba la cuestión de la denominación de Origen «Rioja» que se empezó a confundir con la Comunidad autónoma homónima

Al mismo tiempo, los riojano-alaveses, unidos tiempo atrás a Álava por una ideología foral y haciendo causa común en la defensa de la tradición y de la foralidad, no terminábamos de encajar en eso que les había dado por llamar «Euskadi», ni tan siquiera respetaron el grito de: “Gora Euzkadi!!!», aquel que con tanto ahínco combatiera el requeté de otras latitudes y que tampoco encontró muestras de adhesión entre las izquierdas locales.

Éramos parte del mundo vasco, pero a nuestra manera: el tremolar de la bandera, el cachimorro (que nos conecta directamente con el «bobo» de Ochagavía, en el valle navarro de Salazar, en pleno Pirineo: ¿quizás sea reminiscencia de unas rutas de trashumancia perdidas?), los paloteados, las castañuelas, las cintas, el baile de los pastores, las jotas, las gaitas…  tierra de vino, corderos, aceite y cereal. Que tienen su réplica en la comunidad vecina: el Cachiburrio (Briones, San Asensio, Cenicero…), el valle de Ojacastro -en el siglo XIII los habitantes de Ojacastro defendieron su derecho al uso del euskera en los juicios…. ¡¡y hasta les dieron la razón!!-, el del culo, los oficios, el soldao (tipos de paloteado) …, los danzantes del gallo en Santo Domingo, y un largo etcétera. Los bailes y danzas, junto a la indumentaria, bien podrían retrotraernos a cualquier punto de Euskal Herria. Recordando al afamado bardo Iparragirre -eúskaro y carlista por más señas-, sin temor a equívoco, cantaremos aquella de:

«Biba Rioja Biba Naparra arkume onaren iztarra hemen guztiok anaiak gera ustu dezagun pitxarra».

Tan lejos y tan cerca de la “Euskal Herria” del «txistu» y el tamboril…. pero hermanadas desde tiempos inmemoriales las dos márgenes del río: al igual que los Pirineos son una frontera artificial, el Ebro también lo es. Igual que la niebla no conoce de fronteras, y tras sobrepasar las cumbres sonserranas desciende para cubrir el valle por completo con un manto blanco e inmaculado, hermanando así la Sierra de Toloño con la de la Demanda (curioso nombre ¿de dónde vendrá?), así hermanó la cultura vasca a sus gentes. Pero como el sol de la mañana destruye la niebla, la injerencia externa y la desidia patria va a terminar por convertir en extraños a territorios hermanos.

Otro síntoma de la debilidad de nuestro pueblo: al crear diferentes demarcaciones territoriales, han contribuido a crear diferentes identidades y, como alumnos aventajados de Maquiavelo, las han enfrentado entre sí -provincias, comunidades autónomas, y hasta una frontera internacional- para crear una fractura a priori inexistente, consecuencia todo ello de la conquista del que fuera reino de Pamplona-Nájera. En definitiva, ahondar y potenciar las diferencias para hacer del todo imposible una reunificación. Nos han hecho olvidar nuestro mismo origen, odiar la lengua con la que nuestros mayores bautizaron a sus montes, yecos y parajes y que con tanto amor nos legaron, e incluso ver como diferentes bailes que no lo son.

“EL REINO DE LA RIOJA”