El poderoso dinero de Qatar

Miles de vacas han sido transportadas en vuelos aéreos al emirato de Qatar para remediar sus penurias de leche. Al cumplirse un año de las drásticas medidas de bloqueo diplomático, económico y comercial, impuestas por su gran rival, la otra monarquía oscurantista de los wahabíes de Arabia Saudí, los principados del Consejo de Cooperación del Golfo, además de Egipto, por su financiación a grupos terroristas como los Hermanos Musulmanes, el opulento, diminuto y arrogante Estado se vanagloria de su éxito y sabe comprar sin escrúpulos, a cualquier precio, cuerpos y almas de todo el mundo.

El primer ministro, de la familia reinante Al Zani, ha afirmado que su país ha tenido un crecimiento económico mas alto que el de los restantes miembros de aquella organización regional árabe, que le negaron el pasado año el pan y la sal por su política de ayuda a los violentos islamistas. Qatar presume de no haberse doblegado a las condiciones exigidas –entre ellas, la clausura de su cadena de televisión Al Yazira– ni al distanciamiento con respecto a la república islámica de Irán, considerada la primera enemiga de la Casa de los Saud.

Ante el cierre de sus fronteras terrestres con Arabia Saudí –tema contencioso que ya en 1992 provocó escaramuzas militares en la línea divisoria–, la prohibición de que su compañía Qatar Airways pueda volar a los aeropuertos del Golfo y que sus barcos atraquen en los muelles vecinos, el emirato ha encontrado nuevas fuentes de aprovisionamiento de alimentos y medicinas, y alternativas vías de comunicación. Irán, Turquía, India, Pakistán han aumentado sus exportaciones. Qatar ha ampliado su ámbito de intercambios comerciales, desvinculándose de sus vecinos árabes del Golfo, cuyos gobiernos rompieron sus relaciones diplomáticas hace un año con el emir Tamim Al Zani. Turquía ha ratificado el acuerdo de despliegue de sus tropas en Qatar e incluso contempló la posibilidad de establecer una base militar en la pequeña península de solo 20.000 kilómetros cuadrados, pegada a la costa del vasto reino saudí.

La increíble flexibilidad diplomática fue obra del padre, el emir Hamad bin Jalifa al Zani, que supo tejer este policromo tapiz de relaciones internacionales cruzando hilos con EE.UU. y a la vez Irán, con Israel pero también con los palestinos de Hamas, cuyo dirigente Jaled Mashal se estableció en Doha al abandonar Damasco al principio de la guerra civil, con Occidente y los talibanes afganos. El emirato se esforzó sobre todo a través de su televisión Al Yazira en edulcorar la ideología de los Hermanos Musulmanes, para hacerla presentable en Occidente. El enfrentamiento de Qatar y Arabia Saudí se agravó en Siria, porque mientras el príncipe de Doha apoyaba a sus infeudados los Hermanos Musulmanes, el rey de Riad fomentaba la lucha de los salafistas de Al Nusra. Ha sido su política en Oriente Medio lo que exacerbó su hostilidad. El primer ministro qatarí ha acusado a los gobernantes de Riad de pretender cambiar el régimen de Doha, asegurando que nunca hincarían sus rodillas ante ellos. Solo la Administración estadounidense podría mediar entre ambos poderes feudales árabes, aunque el emirato de Doha ha criticado las amenazas de EE.UU. contra su aliado, Irán. Qatar debe ganar su desafío del año 2022 de la Copa del Mundial de fútbol, tanto con la construcción de las grandes obras públicas comprometidas, como con su imprescindible y difícil agilidad diplomática.

LA VANGUARDIA