El peligro que viene de Beijing

En Europa hay tal disgusto y tal fijación con la América de Donald Trump que se ha perdido el foco. Con el fin de hacer quedar mal a los EE.UU., no hay inconveniente en olvidar los abusos en derechos humanos de China. Se acepta la palabra de Xi Jingping como la de un gran estadista pro-globalización cuando en realidad es uno de los dictadores más peligrosos del mundo.

10 años después de la celebración de los juegos olímpicos de Beijing, la represión interna contra las minorías es más fuerte que nunca desde la caída de Mao, pero el silencio político occidental también.

El Tíbet vive en un constante estado de sitio, todo diálogo con el Dalai Lama es rechazado y la entrada de turistas está prohibida. El proceso de sinificación es imparable, vía la inmigración masiva, y los tibetanos ya sólo son un 47% de la población dentro de su propia región autónoma. Se obliga a los nómadas a abandonar su modo de vida multi-centenario y se les fuerza a vivir en campos de concentración donde la tasa de alcoholismo es altísima. Más de 300 personas, muchos de ellos hombres y mujeres jóvenes, se han inmolado en los últimos años para reclamar el regreso del Dalai Lama. Han sido ignorados. Cientos más de hombres y mujeres han emprendido el camino del exilio, atravesando el Himalaya a pie durante semanas para poder escapar de un régimen que los discrimina por el solo hecho de ser tibetanos y hablar su lengua. Cómo no, la gran mayoría de los altos cargos del partido comunista en el Tíbet provienen de otras partes de China.

En Xingjian, la tierra de los Uighur, no están mejor. China ha convertido esta nación túrquica en un campo de pruebas para un nuevo autoritarismo con las tecnologías del siglo XXI. Más de 500.000 Uighur (de un total de 11 millones) malviven en campos de concentración y de reeducación, apartados de sus familias y sus amigos, casi siempre sin haber cometido ningún tipo de crimen más que el de ser Uighur. Hacer demasiadas llamadas fuera del Xignjiang puede ser causa para terminar detenido. Pero China no se detiene aquí, la última decisión del gobierno chino, es el envío de más de 1 millón de oficiales Han del partido comunista chino para que vivan dentro de las familias Uighur y así adoctrinarlas y controlarlas. Pone la piel de gallina. Una aberración de consecuencias sociales incalculables, que sólo la imaginación de Manuel de Pedrolo en su novela ‘Hemos puesto las manos en la crónica’ había podido prever.

Por otra parte, la distopía china no se detiene aquí. Con 200 millones de cámaras de seguridad instaladas, China ha construido un panóptico omnipresente con capacidad de analizar en tiempo real las caras de sus propios ciudadanos mientras caminan por la calle o entran en el metro. Es más, ya ha comenzado a implementar en algunas escuelas un sistema de reconocimiento facial de los alumnos en tiempo real, que mediante inteligencia artificial permite a las autoridades conocer su estado de ánimo en todo momento. En su afán de controlarlo todo, el régimen chino está creando un nuevo autoritarismo que pronto exportará a terceros países con toda normalidad. Como si la vida fuera un episodio de ‘Black Mirror’, el gobierno incluso ha hecho pruebas piloto con sistemas de crédito social para que aquellos ciudadanos que presentan «mal comportamiento» no puedan acceder a ciertos servicios tales como abrir una cuenta bancaria o viajar en avión.

Al contrario de lo que han vendido muchos analistas, Xi Jingping es el presidente chino más orgulloso desde Mao del carácter autoritario de China, ha recentralizado el poder en sus manos y pretende exportar el modelo Beijing a todo el mundo. La relación especial de China con ciertos países como España o el bloque de Europa Central debería hacernos sospechar en este sentido. Occidente pierde el tiempo poniendo el foco en el mercantilismo chino, mientras Beijing utiliza su riqueza para hacer prosperar la idea de que la democracia es menos importante y está desligada del bienestar material.

Por todo ello sorprende el silencio de Europa. Siempre a la jugada táctica para tener algún rol en la geopolítica mundial, utiliza a China como contrapoder de los Estados Unidos de Trump, pero el precio a pagar puede ser muy alto. Dice mucho de la mediocridad de esta generación de líderes europeos el que nadie se atreva a defender con fuerza ni la democracia ni la autodeterminación de los pueblos frente al autoritarismo chino.

Así pues, alerta con China y las consecuencias geopolíticas de normalizar su auge y sus abusos sobre los derechos humanos y los derechos colectivos de sus minorías nacionales. Aunque no lo parezca, todos somos Uighur, todos somos tibetanos, todos somos hongkoneses, todos somos aquellas voces de la oposición que todavía se atreven a criticar el régimen de Beijing. Los catalanes no nos podemos permitir tener una visión puramente mercantil de China, y sólo podemos elegir entre ser solidarios hoy y defender a Uighur y tibetanos públicamente, o sufrir las consecuencias de nuestro silencio más adelante. Si Occidente no reacciona y el modelo Beijing se impone, todas las minorías nacionales y democráticas del mundo sufrirán las consecuencias.

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