El partido del Sur: el colofón

La presentación en sociedad, con nula sorpresa, de la candidatura de Susana Díaz a la secretaría general del PSOE y, por extensión, a la presidencia del Gobierno de España que tuvo lugar el domingo pasado en el recinto ferial del IFEMA, en Madrid, fue un espectáculo.

La foto mil veces vista de la fila cero del acto es impagable. La vieja, viejísima, guardia jugaba a ser una pintoresca guardia de corps, destinada a la vieja militancia, anclada en un pasado que no volverá, pero cuyo recuerdo es sumamente confortable. Díaz se acreditó como la candidata sin vida propia fuera del aparato del PSOE y sin una preparación especial que aspira a liderar el -todavía no está claro- segundo, tercero o cuarto partido de España. Si éste era el objetivo, prueba superada.

Vamos de más a menos. ¿Qué queda en el discurso de Susana Díaz de socialdemocracia? No digo del discurso publicitado oficialmente, sino lo que queda en la memoria colectiva. Diría que nada. Tenemos un discurso nacionalista español sin el contenido social que en la democracia había tenido de forma inequívoca el PSOE.

No sabemos nada de programas de igualdad, de protección social, de inversión I+D, de juventud, comunicaciones, educación, pensiones, salud pública, sistema crediticio, feminismo… ni de la reforma institucional de España, se mire a España por donde se mire: organización territorial (¿alguien se cree eso de volver al Estatut previo a la sentencia del TC?), poder judicial, corrupción, ley electoral, Europa…

Con este raquitismo ideológico, queda sólo verborrea, no retórica. Para ser retórico hay que tomar muchas sopas. Así, sin mensaje socialdemócrata como tal, el mensaje político no llega a ningún sitio. Teniendo en cuenta que los irreductibles, en todas partes, compran, sin abrirlo, cualquier envoltorio.

Visto como han ido las cosas, un esfuerzo de construcción ideológica tampoco habría tenido mucho éxito, y, en parte por esto, no era necesario dedicarse mucho a ello. Lo que los electores en las primarias del PSOE y el resto de ciudadanos tienen claro es que estamos ante una lucha encarnizada y descarnada por el poder. Desde el aparato del partido se ha presentado a Pedro Sánchez, el oponente a batir y a rematar, como uno frívolo traidor y por eso se lo destituyó el 1 de octubre pasado provocando un estruendo inédito en las filas del PSOE. El sanchismo rememora los hechos del 1 de octubre de 2016 como un auténtico golpe de Estado, capitaneado por los entreguistas que querían dar, vayan ustedes a saber por qué razones ocultas, el poder a Mariano Rajoy. Se pasó del «no es no» –¡aprobado en un comité federal previo!- a «la abstención es lo que hay», aprobado por una gestora. Los dos bandos se acusan de forma irreconciliable de todas las canalladas posibles.

La habilidad del sanchismo, de futuro incierto, radica en presentar una batalla de las bases contra el aparato, en una especie de batalla de los enanos contra gigante que es el sistema. Que eso sea sincero, vista la trayectoria de los jefes visibles en los últimos 15 meses, quizás no sea la consecuencia a la que universalmente se llegaría. Como tampoco lo sería que el golpe de mano en el comité federal del 1 de octubre fue una necesidad ante una traición con todas las de la ley.

El hecho es, sin embargo, que el intento de acercamiento –sincero o no- de Sánchez a Podemos no hizo temblar las vigas de Ferraz. En cambio, provocó un seísmo indescriptible el anuncio de sentarse a hablar –no a pactar- con los grupos catalanes. Al fin y al cabo apareció el cornetín de carga cerrada… contra los propios. ¡Hasta aquí podríamos llegar! Antes de derechas que roja, sería el lema que acuñaron al PSOE, cayendo en brazos del PP, con los, hoy por hoy, simples coristas de Ciudadanos.

Por lo que se ve, de programa, poco. De ideología, nula: puro instinto de supervivencia. O sea pensaron, según mi opinión claro, que la supervivencia del sistema es la propia y viceversa. Todo eso tendrá una consecuencia nada gratificante. Sea cuál sea el resultado de las primarias, los que pierdan, sea por un margen estrecho o sea por aplastamiento –el africanismo no es patrimonio solo de la derecha nominal-, serán marginados de hecho o de derecho: serán drenados del PSOE.

Si gana Díaz, como resulta previsible, contando como cuenta con el apoyo del aparato –poder nada menospreciable en ningún sitio-, tanto por sus formas como por su mensaje, amplias capas de la izquierda que todavía militan en el PSOE se marcharán y gran parte de la geografía quedará huérfana de una representación tradicional. El PSOE se convertirá, ya oficialmente, en el gran partido del Sur, grande en el Sur y sólo en el Sur.

Si gana Sánchez, ya se está preparando una batería de acciones para hacerle imposible disfrutar de la victoria. El fin último de la gran infamia es perpetuar el régimen y consolidar el gran partido del Sur. Mejor final para esta larga agonía del régimen, imposible.

ELNACIONAL.CAT