El mariscal: ¿suicidio o asesinato?

 

Tras la debacle legitimista de Roncal (marzo de 1516), el mariscal Pedro de Navarra fue hecho prisionero y encerrado en las mazmorras del castillo de Simancas (Valladolid). Seis años después, una mañana del mes de noviembre de 1522, don Pedro Navarra aparecería degollado en su celda, justo al tiempo que los navarros, acaudillados por el hijo del propio mariscal, ocupaban Hondarribia. La investigación oficial, iniciada el 26 de noviembre, se apresuró a decir que había sido un suicidio, aunque hay razones para, cuando menos, tener dudas. Aquella fatídica mañana, don Pedro había mandado a su asistente a ver qué tiempo hacía, y cuando regresó, el mariscal agonizaba desangrado sobre su cama. Tenía una profunda puñalada, dada con el cuchillo de punta, en el lado derecho del cuello (el contrario a la yugular), que le atravesaba el cuello de parte a parte, seccionando la tráquea, y otro corte en la parte interior del codo izquierdo. Está claro que el escenario y las formas son, como poco, sospechosas. ¿Por qué esperar a la mañana, cuando podía haberse cortado plácidamente las venas por la noche, aprovechando la soledad y el sosiego nocturno? ¿Por qué hacerlo a pleno día, nada más despertar, teniendo que mandar fuera a su servidor para poder quedarse solo? ¿Quién elige morir atravesándose el cuello de lado a lado? ¿No sugieren esas heridas en cuello y brazo la violencia de un forcejeo?

En los últimos tiempos, el mariscal sospechaba que iba a morir. Había visto cómo el emperador Carlos I había mandado degollar a varios líderes comuneros apresados, y no era la primera vez que esto se hacía de manera encubierta o incluso simulando un suicidio. Y tan solo 3 meses antes dos navarros, héroes de Amaiur, el alcaide Jaime Belaz y su hijo Luis, habían muerto asesinados en su celda. Todo parecía indicar que el emperador estaba ajustando cuentas. Tal vez por ello el mariscal rezaba mucho, y había estado leyendo un manual sobre el arte del buen morir, en el que quedaría muy clara la doctrina católica, que sostenía que el suicidio era un acto execrable, que atentaba contra Dios, condenando a los suicidas al infierno. Está claro que algo no cuadraba en esta versión oficial…

Un año antes, el mismísimo emperador Carlos I de España había mandado llamar al mariscal, a quien ofreció la libertad si se pasaba a su servicio. Su respuesta, recogida por el historiador español Sandoval, fue que no podía ponerse a su servicio porque no había nacido en España ni pertenecía a la casa real de Castilla, y porque debía fidelidad a sus legítimos reyes, Juan y Catalina. Una respuesta que, de un modo u otro, le costó la vida.

http://www.noticiasdenavarra.com/2012/12/02/ocio-y-cultura/el-mariscal-suicidio-o-asesinato