El juego de Domènech, Colau, Rabell y compañía

Aunque el independentismo, afortunadamente, ha pulverizado la ambigüedad que cobijaba la política catalana más inmovilista, todavía hay políticos, expolíticos y tertulianos de prensa, radio y televisión -españolistas encubiertos- que evitan definirse con relación a la libertad de Cataluña. Piensan -¿realmente lo creen?- que la indefinición les hace superiores al resto de mortales, gente primitiva, ignorante y alocada que maduraría si escuchara las doctas pontificacions de los ambiguos. Xavier Domènech, Ada Colau o Lluís Rabell son su retrato más vivo. Hay que ser muy, muy miserable para decir, como dijo Colau, que es necesario que los presos políticos salgan de la cárcel «para dar la cara». Esto solo ya debería apartar a esta mujer de la política por siempre más, pero hay otros que, sin tener responsabilidades políticas, se pasean de emisora ​​en emisora ​​diciéndonos que en Cataluña hay dos bloques, los del sí a la independencia y los del no, y que ellos, ¡naturalmente!, no están en ninguno de los dos, sino todo lo contrario.

De acuerdo con esta posición, los indefinicionistas tienen por costumbre repartir latigazos indistintamente. Son los auténticos ni-ni. Es decir, que si se les pregunta sobre el conflicto entre Cataluña y España siempre comienzan con estas palabras: «Nosotros no estamos ni a favor de los independentistas ni de los no independentistas», o «Yo no soy ni independentista ni no independentista». Y a continuación, como quien mira el partido desde el palco, reprueban las tonterías del bloque del no -sólo las que son tan obvias que no se pueden esconder- y luego, rápidamente, añaden: «Pero también hay muchas cosas que el bloque del sí no ha hecho bien». Y es que, claro, en Cataluña sólo los indefinicionistas hacen las cosas bien. Como las maestras de P3, que al ver dos niños discutiendo los llaman «niños, no os peleéis», ellos sí que saben y están por encima del bien y del mal. Todo consiste en no hacer absolutamente nada. Si no haces, si no te defines, nunca te equivocas y siempre podrás decir «yo ya lo decía». Ignoro qué autoridad académica les ha entregado el máster en ‘coaching’, pero se debe reconocer que son unos ‘coach’ infalibles.

Con relación a la libertad de Cataluña es muy positivo disfrutar de un ‘coach’ como Domènech, Colau o Rabell, porque sus sabios consejos son ideales para combatir el estrés. El inmovilismo no se estresa nunca. Le basta con aprenderse de memoria algunas frases de manual. La favorita es esta: «Hay que dialogar/pactar». Es tan bonita, hace tan progre repetirla a diestro y siniestro, que el que la dice siempre queda bien. En versión más larga encontramos esta otra: «Lo que deben hacer los dos bloques es sentarse alrededor de una mesa y hablar». La pregunta que no responden nunca es: «¿Cómo se puede hablar y pactar con alguien que no quiere hacerlo?» ¿Qué debe hacer una mujer que se quiere separar del marido, por ejemplo, cuando éste no quiere oír hablar de separación y la apalea si ella, al ver cerrada la puerta a cal y canto, se atreve a huir por una ventana? Con un ‘coach’ como Domènech, Colau o Rabell, o todo el ejército de tertulianos indefinicionistas que imparten sabiduría en Cataluña, a la mujer en cuestión le recomendarían que no huyera, que acatara las leyes del dueño -perdón, del marido- y que, por años que pasaran, siga intentando hacer una separación pactada. «Hay que pactar, Laieta, hay que pactar».

El problema es que si Laieta ha decidido separarse es justamente porque ha tomado conciencia de que su vida está amenazada en ese marco de convivencia. Sabe con certeza que aquel hombre no sólo no cambiará nunca -¡nunca!-, sino que tampoco le reconocerá como una igual con los mismos derechos que él. No hay senderos alternativos. Siempre, siempre, siempre será así. Pues bien, la docta medicina de los indefinicionistas es resignación cristiana y, mendigando-mendigando, tratar de llevar algún pajarillo a la mano. Lo del pájaro en mano no lo han inventado los indefinicionistas de hoy, no hay que decirlo; los de antes ya lo utilizaban. Pero, mira qué tumbos da la vida, ahora resulta que es el catecismo de la progresía catalana. Sin embargo, todo se entiende mucho mejor si analizamos la expresión «nosotros no somos ni independentistas ni no independentistas». El antónimo de independentista no es «no independentista». El antónimo de independentista es «dependentista». Ocurre, sin embargo, que es una palabra tan fea que nadie la quiere, porque deja muy retratado. Escuchar decir a alguien que es «dependentista» sorprende mucho y, en el mejor de los casos, da pena, porque implica el reconocimiento de una sumisión vocacional. Por eso todos los dependentistas han comprado un uniforme de camuflaje que tiene algunas variantes, como «unionista», «legalista», «constitucionalista»… Estas palabras suenan bien, ¿verdad? El marido de Laieta también es unionista, está encantado con su propia ley, la ley que encadena a Laieta de por vida.

Digamos las cosas por su nombre: o se es independentista o se es dependentista. No hay término medio. O se es independiente o no se es, o se quiere la libertad de Cataluña o no se quiere. El resto es joder la manta. Dejemos, por tanto, de hacer nuestro el lenguaje de los indefinicionistas y de hablar cándidamente por su boca. Triste camuflaje el de la indefinición. El indefinicionista, el ni-ni por excelencia, es mucho más transparente de lo que piensa, se define evitando definirse.

El Món