El inquietante antifeminismo

El avance político de la extrema derecha en todo el mundo es un hecho. Para mencionar sólo los últimos casos, el año terminó con el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil y la irrupción de Vox en la política española. Una victoria política acompañada de un inquietante desacomplejamiento del discurso racista, xenófobo y antifeminista en determinados -pero influyentes- medios de comunicación, y sobre todo en las redes y la cultura popular. A modo de ejemplo, véase el éxito del rapero español Hill Kin y su canción ‘Feminazi’, un fenómeno de interés porque también en Brasil el éxito de Bolsonaro fue acompañado de un puñado de canciones machistas hechas virales. (Para más información, lea en ‘La Trivial’ el artículo de Iago Moreno «La ofensiva cultural de Bolsonaro: fake news, trap y antifeminismo»).

Y es que de la irrupción descarada de la extrema derecha, el elemento más perturbador y alarmante es el antifeminismo. Con que la extrema derecha fuera racista, xenófoba -en España, anticatalanista-, homófoba, anticomunista, militarista, con una concepción patriarcal de las relaciones entre hombres y mujeres y una defensa de la familia tradicional como expresión del orden ‘natural’, a menudo acompañado de una religiosidad reaccionaria, ya se contaba. Pero que haya hecho del antifeminismo uno de sus principales elementos de identificación y confrontación -en el Brasil de Bolsonaro, fue el tercer tema más popular en Facebook y ha sido el primer desafío de Vox a sus ‘socios’ andaluces-, pide que se preste atención. Sobre todo cuando se comprueba que es asumido, también, por un número elevado de mujeres: en Brasil cerca del 42 por ciento, según los últimos sondeos, habrían votado Bolsonaro. Mujeres que dan el feminismo por superado, que critican el victimismo o que dicen que no se quieren sentir tuteladas por el gobierno (véase Anna Jean Kaiser en The Guardian, 14 de octubre de 2018).

Sobre las causas del crecimiento de la extrema derecha ya se ha reflexionado suficientemente. En muchos casos con explicaciones demasiado simples, como cuando se dice que todo es resultado del miedo y la frustración, particularmente de unas clases medias cada vez más empobrecidas y sin expectativas. Sobre todo, porque si todo esto puede dar cuenta de un conservadurismo creciente, en cambio no explica nada la atracción que se siente por la radicalización violenta, por el discurso del odio o por las lógicas de confrontación abierta en las que apoyan estos movimientos.

En el antifeminismo de la extrema derecha hay una clara oposición a las políticas de género, que son presentadas -y, al parecer, percibidas por un número significativo de ciudadanos- como una imposición coercitiva de un orden social que no es querido. La censura del pensamiento y el lenguaje que la corrección política ha logrado imponer en ciertos ámbitos, no siempre ha conseguido cambiar la percepción íntima de la realidad vivida, y estos movimientos políticos han encontrado una mina para facilitar que se exprese la incomodidad sentida. No es que las políticas de género sean la «causa» del antifeminismo, como el independentismo no lo es de la exacerbación españolista, pero si que tanto el antifeminismo como la exacerbación españolista se aprovechan de la incapacidad para asumir realidades más complejas. Un antifeminismo que no es sólo «ignorante», sino que tiene sus teóricos sobre todo a la derecha pero también en sectores intelectuales de la izquierda, como es el caso de la francesa Sylviane Agacinski, compañera del antiguo primer ministro socialista Lionel Jospin (véase el pertinente informe de Angela McRobbie, «Anti-feminism and anti-gender far right polítics in Europe and beyond» de enero de 2018 para OpenDemocracy).

La cuestión es bastante compleja para seguirla con atención y ver qué recorrido acabará teniendo en cada contexto particular. Las opiniones individuales, condiciones objetivas y decisiones de voto están cada vez más condicionadas por nuevos mecanismos de coacción que, además de hacerlas muy volubles, no suelen tener la coherencia que se les supone. Más allá de condenarlo, no es nada fácil comprender qué está pasando.

ARA