El imperio y el Estado

La historia de España parte de una imposibilidad: un imperio inmenso que no se tiene la fuerza de administrar. Cuando en los siglos XVI y XVII el imperio se convierte en una realidad en Europa y América, más por azar que por voluntad y determinación, la metrópolis, Castilla, es pobre, rural y atrasada. Hay un gran desequilibrio entre la acción política y económica a llevar a cabo y los recursos disponibles para hacerlo porque estos, que en gran parte genera el mismo imperio, son insuficientes para su mantenimiento. Más pasivo que activo, siempre déficit y deuda, en términos económicos y políticos. Esto trae la ruina al país y a la monarquía, España se declara en quiebra seis veces en el siglo XVII.

El imperio, el primero de la edad moderna, llega demasiado pronto, España no estaba preparada, era una nación sin conciencia de serlo, con un Estado débil y anticuado, que no supo evolucionar para separar a partir de la Paz de Westfalia la razón política de la fe religiosa. El derroche de recursos para el mantenimiento del imperio no permite a España construir una administración civil e instituciones eficaces. El militarismo y el clericalismo las sustituyen y se constituyen en la columna vertebral del Estado, que es inevitablemente poco neutro porque está demasiado ideologizado. Controlado por élites con intereses de parte que se postulan como generales.

Si el Estado es el que hace la nación, un Estado débil y «partidario», controlado por fuerzas que no representan a todos, no puede crear una nación fuerte, culturalmente sólida y políticamente cohesionada. Cataluña y el País Vasco no están integrados, pero más allá de eso el nacionalismo español es más «arrebatado y extremo» que atractivo e integrador. Es una situación radicalmente diferente a la de Francia. La monarquía borbónica exportada a España en el siglo XVIII, iniciado ya el crepúsculo de la decadencia, ha tenido siempre dificultades para entenderlo.

El Estado es incompleto, en exceso controlado por partidos políticos oligárquicos y defensores de intereses de clase con insuficiente implantación y corta visión. Las partes que lo forman, poco integradas, tienden a la centrifugación de sus intereses, la consecuencia inevitable es que en este entorno hay y habrá problemas de funcionamiento de la democracia. Hay demasiados ciudadanos que sólo se sienten identificados con el Estado cuando mandan «lo suyos»…

Si la nación no tiene suficiente arraigo y la ciudadanía la siente poco suya, la democracia será más contingente que estructural. Los partidos oligárquicos tenderán a «poseerla» y utilizarla en beneficio propio, la democracia dejará de ser esencial para el Estado. Como dice J.M. Colomer: «El Imperio ruinoso construyó un Estado débil, el cual creó una nación incompleta, que se sustenta en una democracia minoritaria…».

El Reino Unido creó el Estado no sin dificultades, Carlos II fue ejecutado por no querer aceptar la soberanía del Parlamento como institución suprema del Estado. Pero lo relevante es que este sólo conquista y estructura su propio imperio en el siglo XIX, una vez asegurada la solidez del Estado y concluida la integración de los reinos que lo forman: Inglaterra, Irlanda, Gales y Escocia. Existen, pues, los elementos necesarios para administrarlo, sin desgarrarlo, por falta de experiencia política y económica, para hacerlo.

Este principio llevado al extremo lo representa Alemania. Es Prusia quien hace la unidad de la nación basada en un mito más que en una realidad, la forja su ejército, derrotado en Jena por Napoleón en 1806. La reina Luisa a sus hijos: «En un día el destino ha destruido el edificio que grandes hombres construyeron en los dos últimos siglos. No ha quedado rastro del Estado en Prusia, no hay ejército prusiano, no ha quedado honor…», y derrotado también en Langensalza en 1866 por Hannover. Prusia gana las guerras contra Dinamarca, Austria y Francia, no por capacidad militar, sino por la habilidad política del canciller Bismarck, que las secuencia y separa con inteligencia y visión. Fue este político excepcional el que creó primero el Estado y voluntariamente renunció a conquistar un imperio para evitar diluirlo y preservar la nación.

A pesar de las guerras de 1914 y 1939, son el Reino Unido, Alemania y Francia los estados que dan fuerza a Europa, son estados eficaces y naciones fuertes porque política y culturalmente están integradas, en las que sus ciudadanos tienen voluntad y orgullo de pertenencia. Es sabido, las comparaciones son siempre inexactas e incluso «odiosas».

EL PUNT-AVUI