El españolismo nos regala una victoria

Confieso que, a pesar del paso de los años, me sigue maravillando que, en términos políticos y tácticos, el españolismo sea tan torpe. Con la elección de Quim Torra lo han vuelto a demostrar, hasta extremos inauditos. Porque tenían una ocasión de oro, pero la rabia irracional en que viven instalados desde el discurso de Felipe de Borbón el 3 de octubre les ha impedido verlo.

Es evidente que la incapacidad del independentismo para devolver a Carles Puigdemont a la presidencia de la Generalitat es una derrota que, bien administrada, les habría podido reportar grandes beneficios, tanto en el interior como sobre todo en el exterior. Los partidos independentistas, al final, han hecho lo que la Moncloa quería que hicieran y no lo que los ciudadanos votamos: forzar un presidente que no estuviera implicado en juicios para poder decir al mundo, y particularmente a Europa, que la crisis catalana había terminado y que la República proclamada en octubre ya era sólo una anécdota del pasado. Era, por tanto, tan sencillo como convertir a Quim Torra en el símbolo de la derrota del independentismo y de la aceptación tácita de esta derrota. Convertirlo en el presidente de la comunidad autónoma española de Cataluña, muy lejos de aquella presidencia de la República que se vislumbró durante unas horas el 27 de octubre por la tarde. Pero esta gente es tan torpe que lo han convertido en todo lo contrario, y sin que él haya tenido que hacer nada, casi. Nada nuevo.

Todo el mundo recuerda aquella anécdota famosa del presidente Tarradellas cuando se entrevistó por primera vez con el primer ministro Suárez, en Madrid. La reunión fue muy mal, pero, al salir de ella, Tarradellas dijo a los periodistas que había ido bien y con ello comprometió al presidente del gobierno español y abrió la vía a una solución pactada. El 125º presidente sabía que en política los gestos y las primeras impresiones son muy importantes y por eso jugó tan fuerte. Pero ahora los gestos y las primeras impresiones del españolismo respecto de Quim Torra impiden e impedirán a partir del primer minuto cualquier tipo de conciliación. No comprometen nada al independentismo, al contrario. Y proyectan en Europa una imagen que se habrían podido ahorrar de fortaleza de Puigdemont y de continuación del conflicto -incluso más violento y agresivo. Porque el tono hacia Torra es peor incluso que el tono hacia Puigdemont.

En pocas horas, políticos y medios españoles han conseguido, sobre todo, que todo el trabajo realizado por el gobierno español y los partidos unionistas de octubre a esta parte, para tratar de reconducir la situación catalana en su favor se haya quemado, como una chispa y de una manera tan irracional como significativa. El Parlamento de Cataluña, salvo la CUP, se ha doblegado a la exigencia de moverse dentro del marco legal español. Y el nuevo gobierno no parecía que quisiera dar pasos significativos en favor de la concreción de la República. Sin embargo, el incendio tan desproporcionado que ha originado el españolismo no parece que pueda llevarnos sino a un periodo de una confrontación mucho más aguda, y muy pronto. El primero de octubre lo creamos los independentistas, pero ahora parece que el primero de octubre próximo -con todo lo que implica- lo crearán o lo forzarán los españolistas, incapaces de leer la realidad del país, ebrios como están de autoritarismo supremacista. El Borbón les dijo que la unidad de su patria pasaba por encima de la voluntad democrática de la población y se lo creyeron. Por eso no les parece bien qué vota la gente ni que lo que vota la gente tenga consecuencias.

Y con esto nos han regalado, otra vez, una victoria que no nos merecíamos. Les tendremos que dar las gracias, pues. Aunque quizá el independentismo, si quiere llegar a buen puerto, no debería confiar tanto en los regalos.

Vilaweb