El crack de 1929

Con motivo de haber escrito un artículo sobre los fascismos y posfascismos me percaté que el tema quedaba cojitranco sin el requisito previo e ineludible de su contextualización: el análisis del fascismo histórico, inmerso a su vez en el ambiente creado por el crack de 1929.

Por ello, me permito la osadía de examinar los rasgos más sobresalientes de esta depresión casi mundial de los años 30, que fomentó un caldo de cultivo propicio para el surgimiento de los fascismos históricos y de la II Guerra Mundial. Llaman la atención las notorias similitudes de esa convulsa época histórica y la situación que padecemos actualmente. En lontananza, además, se vislumbra una nueva recesión, que algunos analistas auguran. También es llamativa una segunda apreciación. No hemos aprendido nada, pues volvemos a cometer los mismos errores que en el pasado. Ustedes, perspicaces lectores, se habrán alarmado ante mi rotunda aseveración. No es tan abrupta y extemporánea como a simple vista pudiera parecer. Júzguenla al terminar la lectura.

Después de la I Guerra Mundial (1914-1918) se produjo en la década de los 20, “los felices 20” o “Belle époque”, que la elite donostiarra saboreó con deleite, una era de crecimiento económico y de aparente prosperidad. Tras la Guerra se inició una fase de reconstrucción, la recuperación de la producción en los estados europeos más afectados por el conflicto y un espectacular desarrollo de la economía estadounidense, que se convertiría en la primera potencia económica mundial. La recuperación tras el cuatrienio bélico se manifestó especialmente en el sector automovilístico, que arrastró a otros como la siderurgia, la extracción petrolífera, la petroquímica (abonos, productos farmacéuticos y derivados del petróleo) y la fabricación de vidrio y de neumáticos. Se mostró, asimismo, en las innovaciones tecnológicas y en las formas de producción. Otros sectores industriales también experimentaron un notable desarrollo: la industria aeronáutica, en su aplicación civil, la industria eléctrica, que permitió la electrificación de los hogares y la difusión de la radio, del teléfono y del motor eléctrico. No fueron menores los cambios en el consumo energético, pues mientras el consumo de carbón se estabilizó, el del petróleo se cuadruplicó y el eléctrico se triplicó.

El mundo occidental asistió a un considerable aumento de la productividad industrial debido a la introducción de nuevas formas de organización del trabajo, el taylorismo, iniciado en EEUU, concretamente en la fábrica de automóviles Ford. Consistía en la eliminación de los tiempos muertos, la utilización de cadenas de producción y la máxima automatización, con la consiguiente reducción del tiempo de producción y de los costes. Se introdujeron nuevos conceptos como producción en cadena, cronometraje y especialización. El trabajador dependía de una máquina que no controlaba. Nadie mejor que Charles Chaplin, en el film Tiempos modernos (1935), para ofrecer un muestrario de estos cambios con su humor ácido y crítico.

El taylorismo dio lugar a varias consecuencias: extraordinario incremento de la productividad, aumento empresarial de los beneficios, compra de bienes más baratos por los consumidores, ascenso del consumo a causa de la reducción de los precios y de la presión de la publicidad, que hizo su aparición en este momento, creándose al efecto la correspondiente escuela de psicólogos. Se acentuó la concentración empresarial vertical y horizontal y los cárteles por mor de la exigencia de grandes inversiones. Todo ello redundó en una enorme deshumanización y proletarización del trabajo.

Pero los desequilibrios subyacentes ocultaban graves problemas sectoriales, que cristalizaron en una profunda crisis del sistema capitalista y una larga depresión, cuya cúspide fue el crack de 1929. Bajo la aparente euforia económica estaban latentes las causas que provocarían esta depresión de los años 30: un crecimiento económico desequilibrado, que afectaba primordialmente a la agricultura, a las materias primas y a los sectores industriales envejecidos. El sistema monetario estaba afligido por dos espinosos problemas: la inflación y el endeudamiento crediticio, ambos derivados fundamentalmente de la guerra. La inestabilidad financiera se adueñó de la economía por la pérdida de valor fijo de las principales monedas respecto al oro, los trastornos en los mercados de divisas y el desplazamiento de capitales en busca de la máxima rentabilidad, creando un ambiente de pura y dura especulación.

Todo este frágil sistema económico saltó por los aires el 24 de octubre de 1929, el ‘Jueves Negro’, con la quiebra de la bolsa neoyorquina, que se extendió rápidamente a otros sectores y países. El pánico se apoderó a de la banca. En EEUU cerraron unos 5.000 bancos de 23.000, la quiebra crediticia bancaria afectó seriamente a la industria y arruinó a muchos campesinos. Recuerden la excelente novela de John Steinbeck, Las uvas de la ira, llevada a la pantalla, en 1940, bajo la magistral dirección de John Ford. Entre 1930-32 la crisis llegó a Europa y a España en plena II República, contribuyendo a la inconsistencia del régimen apenas estrenado. En 1931 quebró uno de los principales bancos austríacos y la banca alemana cerró sus puertas durante varios días. En septiembre del mismo año la libra esterlina sufrió una severa caída arrastrando a otras monedas y a comienzos de 1932 la depresión alcanzaba Francia y España. Solo la URSS, aislada económicamente en virtud de su régimen político comunista, se vio libre del terremoto económico.

En Europa el hundimiento económico maltrató principalmente a la siderurgia y a la fabricación de automóviles, al sector agrario, al comercio internacional, al sistema monetaria internacional por mor de las devaluaciones, las fluctuaciones de los cambios monetarios, la creación de zonas monetarias separadas y, en general, la adopción de políticas económicas proteccionistas. Las consecuencias sociales más evidentes: destrucción masiva de puestos de trabajo, disminución de los salarios, desempleo, desigualdad, conflictividad, huelgas, descontento, creciente contraste entre ricos y pobres y sensación generalizada de injusticia. Todo ello en una carente de medidas de protección y previsión social, agravadas por el fracaso de las disposiciones gubernamentales para afrontar la crisis. El efecto inmediato sería la flaqueza de las democracias y el desarrollo de otras alternativas, por la izquierda, Socialismo, Comunismo y Frentes populares (éstos como compromiso de las izquierdas para frenar el fascismo), y por la derecha, tendencias autoritarias, dictaduras militares y fascismos.

Frente a la crisis, al principio, se adoptaron soluciones típicas del liberalismo clásico, una mezcla de austeridad y autoridad, conocida como deflacionismo, basada en tres elementos: reducción salarial, equilibrio del presupuesto del Estado y defensa del valor de la moneda. Así lo hicieron Hoover, en EEUU, o Brùning en Alemania. Pero resultaron un fracaso. Más exitosa devino la política de Roosevelt, que había triunfado en las elecciones de 1932 en EEUU. Aplicó medidas novedosas, el New Deal (nuevo pacto), fundamentadas en las ideas de Keynes, quien proponía el intervencionismo del Estado, algunas de ellas vigentes en la actualidad: reforma de la banca mediante el control de los poderes públicos, contratación de obreros en paro a cargo de la Administración para equipamiento público, asegurar a los campesinos precios garantizados, convenios colectivos, salarios mínimos, disminución de la jornada laboral, inversiones públicas en obras civiles, actuaciones monetarias para controlar la inflación y estimular el consumo, supervisión de la actividad bursátil, imposición de cuotas a la producción de empresas y explotaciones agrícolas, sistema federal de seguro de paro y de pensiones, horario máximo de trabajo y conversión de los sindicatos en interlocutores de los empresarios.

En Europa los intentos más originales para salir del pozo los realizó el Frente Popular en Francia a partir de 1936, con medidas sociales análogas a las del New Deal estadounidense: aumento salarial, reducción de la jornada laboral, obra pública y otras.

Espero que esta lección de la historia nos haya enseñado algo. Estoy convencido que se aproxima una nueva recesión. El tiempo es juez fidedigno e inapelable y el sentenciará. Está demostrado que los únicos que aprenden en cabeza ajena son los peluqueros.

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