Donostia, destrucción democrática

Hoy primer lunes de octubre se celebra el Día Mundial de la Arquitectura, instaurado por el Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) de 1985 celebrado en San Francisco USA, coincidiendo con la anterior conmemoración del Día Mundial del Hábitat instituido por Naciones Unidas. Con tal motivo parece obligado hacer algunas reflexiones dado que la arquitectura, como la más social de las bellas artes, afecta a la sociedad en la que se implanta. En esta ocasión analizaré la debacle patrimonial, cultural y urbana que está aconteciendo en Donostia en estas décadas democráticas más brutales que en la dictadura ya que el conocimiento y la cultura han evolucionado.

Recientemente la presidenta de la delegación en Gipuzkoa del Colegio de Arquitectos Judith Ubarrechena difundió un comunicado interno para los colegiados, se supone que consensuado por toda la junta, que puede ser calificado de desfachatez, prepotencia y culturalmente ofensivo, y al que es más que necesario se produzca una contundente respuesta, obligatorio. Bajo el título “Patrimonio premio o castigo” alude a cierta zozobra de los arquitectos y ciudadanos al contemplar obras que afecten a edificios notables y critica que se produzca «un debate más o menos público» y a una oposición social «más o menos ruidosa». Lo que es un síntoma de conciencia cuidadana es para ella un incordio que impide avanzar lo que define como lo que «requiere el dinamismo de una ciudad del siglo XXI», a costa claro, de todo lo precedente; y finaliza tan brutal posicionamiento afirmando que «El patrimonio es un valor… pero se puede convertir en una losa que nos aplaste». Jamás había oído semejante muestra de incultura y desprecio a la identidad urbana de una ciudad y un país.

No se sabe si entendió el sentido de la extraordinaria y masivamente visitada exposición “Galdu genuen hiria / La ciudad que perdimos” entre diciembre pasado y enero de este año en Santa Teresa Komentua. Paradójica declaración cuando continuamente se esta apelando por todas las administraciones a la implicación y participación ciudadana, especialmente en asuntos de incumbencia urbana, patrimonial y cultural.

El declive de Donostia

Donostia actualmente es una ciudad objeto –en este caso al contrario de 1813– lentamente autodestruida por unos dirigentes que evidencian un analfabetismo ilustrado, una docta ignorancia ante una ciudadanía que asiste más que espantada, insultada por esta agresividad del poder; es decir, del PNV en coalición destructiva con el PSE. Conocida, entre otras varias incapacidades, su apatía cultural posee incomprensiblemente una capacidad decisoria superior al ostentar el departamento foral de Cultura con un diputado, Denis Itxaso, de nefasta por negligente e irresponsable gestión. La cultura es inherente al cargo pero no a quien lo ocupa. Basta con oír su populista excusa ante la grave situación y desprestigio cultural en Chillida Leku por la falta de financiación, con el agravante de aportar 4 millones a la remodelación de Anoeta. La incomprensible, por no justificada, necesidad amparada, como es habitual, por un fraseo insustancial del proyecto de reforma del Koldo Mitxelena de Ramón Cortázar y Luis Elizalde (1896) por nada menos que 9 millones. Sus represivas acciones para destituir a dos personalidades culturales vascas como Socorro Romano y Jose Mª Usain directores de Untzi Museoa que durante 25 años –desde que se inauguró– han hecho una inmensa labor cultural y editorial y lamentablemente escasamente reconocida. Este político es un peligro para la arquitectura vasca y la cultura.

Es decepcionante lo sucedido en la capital desde hace años con el continuo derribo de referencias de gran calidad como la villa de un estilo neovasco contemporáneo de Ondarreta del prestigioso arquitecto Javier Carvajal (1971); la pérdida del espacio urbano compartido con el edificio de la Pescadería y desfiguración, incluso comercial, del Mercado de la Bretxa en 1999 de Antonio Cortazar (1870) y 1898 (José Goicoa); ahora parece ser reconsiderada después del fracaso total la Fábrica Municipal de Gas (1893) mutilada en 2007 en sus dos elementos principales, el edificio del Gasomotor y el Gasómetro en 2007, trasladados y descontextualizadamente emplazados en el barrio de Morlans en 2011; Mercado de San Martín de José Goicoa (1882 y reformas posteriores); Savin Bodegas y Bebidas (1963); la hecatombe del Cerro San Bartolomé desde 1993; la falta de certeza respecto al futuro del Palacio Bellas Artes (1914); las incomprensibles dudas con Trinitateko Plaza, magistral obra de Luis Peña Ganchegui (1963) y su degradada entrada; la reciente alteración parcial del Club Náutico de José Manuel Aizpurua y Joaquín Labayen (1929), una arquitectura de rango europeo; la impune alteración del perfil del entorno a la cúpula del Hotel Londres de Luis Elizalde (1922); la brutalidad que se anuncia con la Estación del Norte de los ingenieros franceses Alexander Casimir Letourneur (1883) y Albert Biarez (1880); la incierta restitución de su magnífico pórtico anexo, las vacilaciones y sumisiones al poder económico en el Bellas Artes (1888) con intervenciones ilegales e intervención de tribunales e instituciones europeas. Especialmente el que se considera hito cultural referencial, la barbaridad cometida en Tabakalera (1888) con la complicidad de un jurado e incluso responsables de patrimonio de Diputación y Ayuntamiento.

Gracias al empeño de Uliako Auzo Elkartea desde 2015 y hasta este año con el respaldo de cerca de 5.000 firmas se ha conseguido salvar el parque que comprende los antiguos viveros municipales, el valioso arbolado de la finca y los antiguos depósitos de agua (Buskando y Soroborda) unas magníficas arquitecturas industriales del siglo XIX que incluso estaban ya protegidos por el Plan Especial de Patrimonio Urbano Construido (PEPPUC). La amenaza de intervenir en Miramar Jauregia de Selden Wornum y José Goicoa (1889) y de convertir sus jardines en un aparcamiento.

La desaparición de un bello edificio ecléctico con un añadido carácter de hito urbano en Miracruz 19, para sustituirlo por una banal construcción descontextualizada demagógicamente presentada. El pasado año 2018 se procedió a la demolición de Villa Eugenia de Ramón Cortázar (1918) y Zerutxo de Lucas Alday (1916). Las villas Saga, Argialde, Torregrosa así como otras de Ondarreta, Miraconcha y Atogorrieta, que tienen además una gran relevancia urbanística por su integración en armónicos conjuntos residenciales de baja densidad son destruidas sin cesar una tras otra. ¿Por qué el Ayuntamiento se niega a catalogar los bellos portales y vestíbulos del Ensanche alterados por intervenciones incultas, y permite el fachadismo, una degradación arquitectónica con el vaciados de edificios para habilitar plantas de sótanos? La ridiculez supina de vender fragmentos de un elemento tan singular como la barandilla de la Concha de J. Rafael Alday (1910) para sustituirla por una reproducción sin valor de autenticidad y comercializar analizando sus tramos originales como souvenir donostiarra.

Incluso el derribo con agosticidad de notables edificios industriales modernos (movimiento Docomomo de cuyo congreso en Donostia en 2016 tan satisfecha se muestra la citada presidente y en el que se censuró toda ponencia crítica) como OASA Transformadores del ingeniero industrial Vicente Mendizabal (1957) en Añorga.

Urbicidio y martirio de San Bartolomé

Una de las mayores aberraciones urbanísticas que se pueden contemplar en la actualidad en un ciudad civilizada europea es el gravísimo atentado urbano que se esta cometiendo entorno al cerro de San Bartolomé por un Ayuntamiento entregado a los especuladores que ha esperado más de 20 años para perpetrar esta multiagresión, que merecerá un artículo específico en otra ocasión, con un Colegio de Arquitectos en cómplice silencio, como en todos los demás casos expuestos, arrodillado –lo mismo que en Bizkaia– a la administración para no molestar y esperar alguna cortesía, subvenciones para la festivalación de la arquitectura, y quizás algo más discreto y jugoso. A ello también contribuye la existencia de algunos arquitectos arrolladores que sin escrúpulo alguno proyectan para la destrucción de valiosas arquitecturas sin el deber ético de hacer ver al promotor que una rehabilitación sensible es compatible e incluso económica y ecológicamente más beneficiosa, en todos los sentidos –y atractiva comercialmente– que la destrucción de edificaciones de singulares e irreproducibles valores estéticos que la arquitectura precedente ha legado a una sociedad para integrarse en la biografía cultural de una ciudad. Tal y como se está haciendo en la mayoría de las ciudades civilizadas de Europa

Donostia denostada

En realidad autodenostada, despreciada, devaluada. Toda esta alarmante degradación de Donostia tiene un año de referencia, 2016 el año de la Capitalidad Cultural Europea una gran ocasión para proyectarse en al menos en el continente europeo como la ciudad de una nación, Euskal Herria, culta convertida en una banal serie de intrascendentes y despilfarradores festejos. Un ridículo universal. Nada de importancia, trascendencia y legado para el futuro se hizo y una de las referencias más elementales de una ciudad es mostrar con autenticidad su imagen que constituye el paisaje urbano que radica básicamente en su patrimonio arquitectónico, urbanístico y paisajístico.

El Plan Especial de Rehabilitación de la Parte Vieja (iniciado en 1988 y aprobado definitivamente en 1992) ha servido para muy poco. Se establecieron tres grados de protección. En el grado 1º se incluyeron los «edificios históricos de notable valor cultural» entre ellos el tramo de la muralla medieval que se salvó del derribo en 1863 de todo el resto del encintado defensivo y que desde hace demasiados años no es mas que el respaldo de un aparcamiento de superficie.

Actualmente y debido a esta plaga, sino maldición, del turismo descontrolado y alentado, Alde Zaharra presenta una pésima imagen con su paisaje urbano prostituido por una permisividad municipal inadamisible que ha transformado este antaño entrañable barrio en un vulgar lugar con pérdida absoluta, salvo contadas excepciones, de su valor ambiental tradicional.

Resulta impropio de un centro histórico y sumamente agresivo a su estética y rigor competitivo de sus edificios, la proliferación de añadidos degradantes en forma de rótulos, toldos exagerados, barricas, carteles clavados en las fachadas de los edificios, carteles publicitarios, (es inaudito que se tolere la agresión visual del rotulo luminosos con mensajes desfilando y las fachadas del edificio usurpadas con las fotos del los menús del bar restaurante Bartolo en Fermín Calberon kalea y la indiferencia de los vecinos del edificio), rutinaria mercancía turística, baratijas de todo tipo ocupando las calles, acaparación ilegal por manadas de gente tragando pintxos (por cierto en toleradas pésimas condiciones higiénicas, prevaricación de la concejalía de salud) y bebiendo a modo de abrevadero. Un chabacano paraje consentido por el Ayuntamiento sometido, como otros muchos, ante la intolerable e inmensa presión e influencia de la hostelería, el nuevo poder ciudadano.

¿Cómo se han tardado tantos años en solicitar –en esta ocasión a instancias de Eusko Jaurlaritza a la que se ha añadido el Ayuntamiento de Donostia el pasado 11 de abril– incoar el expediente de declaración de Alde Zaharra y el Puerto, Conjunto Monumental?

Todos estos atentados cometidos en diferentes años y legislaturas por los partidos que han dominado la capital, PSE y PNV destruyendo edificios de diferentes épocas, estilos tipologías, emplazamientos que componían la belleza de Donostia una muestra de su elegancia urbana, de un refinamiento arquitectónico propio de una cosmopolita sociedad que exigía belleza mostraba cultura y unas administraciones que gobernaban con honradez, se denotaba un gusto y sensibilidad hacia las bellas artes, con un urbanismo equilibrado, rico en inserciones de pequeñas agrupaciones de viviendas unifamiliares a modo de ciudad jardín integradas en ámbitos de cualidad paisajista en relación con la naturaleza inmediata y circundante ha sido una constante desde hace 150 años, un siglo y medio, y ahora se esta destruyendo impunemente para convertirlo en una ciudad de inmuebles.

Este terrorismo cultural tiene culpables fácilmente identificables y son los mismos en casi toda Euskal Herria, el PNV un partido antaño nacionalista y abertzale y ahora un refugio de todo lo más humanamente rechazable, especuladores y avariciosos apátridas súbditos del euro.

Poder y deber

Al alcalde de Donostia Eneko Goia, ¿le importa algo de todo esto que sucede en la ciudad que gobierna con las incesantes barbaridades urbanísticas que se cometen, casi todas rodeadas de sospechas?

El poder publico en sus diferentes ámbitos tiene el inexcusable deber de garantizar la conservación, restauración y divulgación de todos los bienes que integran el patrimonio cultural en todas sus facetas, inmueble, mueble e inmaterial como un modo de enriquecimiento y arraigo al derecho social a la cultura.

Esta obligación garantista sobre el patrimonio incluye a todos los elementos de relevancia y significado para la historia de la ciudad y su arquitectura y es independientemente del grado de catalogación e incluso debe comprender aquellos bienes que carecen de ella. Además los bienes que poseen un reconocimiento legal de amparo no puede estar sometidos al mercadeo de unos intereses personales. La catalogación es imprescindible que sea permanente, para siempre. Debe prevalecer el criterio indubitativo de interpretar del modo más favorable para el mantenimiento y disfrute social de un valioso legado artístico, histórico y cultural.

Resulta imprescindible y urgente un cambio de actitud y sin duda acusaciones publicas de los responsables de esta hecatombe con denuncias ante las diferentes instancias judiciales

Una ciudad estigmatizada por el apoyo de su Ayuntamiento a las matanzas públicas de toros para regocijo de una masa, una manada de individuos sin humanidad ni escrúpulos, ansiosa de violencia y sangre con el agasajo a un corrupto, golpista y juerguista monarca español (el jefe de los torturadores como acertadamente le definió Arnaldo Otegi) al que en el ruedo de la muerte de Ilunbe se le vitorea y en el restaurante Arzak se le homenajea.

Finalmente es obligatorio reconocer la actividad en defensa de los valores del urbanismo, la arquitectura y en suma de la cultura urbana que realiza la Asociación para la Conservación del Patrimonio Ancora, además de la implicación de otros destacados y concienciados arquitectos así como la de sensibles ciudadanos que están arraigados con la identidad de Donostia.

Escrito con la sinceridad y el dolor que me produce contemplar la impune destrucción democrática de Donostia, así como también de la de otros tantos lugares de Euskal Herria, mi nación, el país de los vascos.

Evidentemente soy consciente de las represalias de todo tipo que comporta la libertad de expresión, especialmente cuando señala la avaricia, ignorancia y brutalidad evidente que permite la permisividad, prevaricación y corrupción total ética, cultural y económica que implican actos dolosos –sino delictivos– que afectan a las administraciones y otras entidades.