Delito… e indignidad

Es un hecho globalmente compartido por la opinión pública que se ha manifestado -y me gustaría pensar que también para la que no ha dicho nada- que el más grave de los hechos juzgados por la agresión sexual durante los Sanfermines de 2016 es la violación en grupo de una chica. Y todos los detalles del caso, perversamente registrados por los componentes del pelotón que ellos mismos calificaban como «la Manada», no hacen sino agravar las circunstancias y no atenuarlas, como vergonzosamente ha considerado el tribunal.

Y es así: lo que es punible desde el punto de vista penal es, efectivamente, la violación. Y la irritación social que ha causado la sentencia es, precisamente, porque los jueces han menospreciado el grado de violencia y de esta manera, despreciando la víctima, eran condescendientes con los agresores. Una tibieza quien sabe si también condicionada por el hecho de que entre el rebaño había agentes de la seguridad y el orden públicos, lo que no desde el Código Penal pero sí desde un sentido común cívico hace todo más grave.

Que los hechos -‘sólo ‘de abuso sexual y no de agresión- y la correspondiente sentencia se hayan considerado leves, ha terminado desplazando la mayor parte del debate jurídico sobre el comportamiento de la víctima. Para los jueces -y para aquellos que han defendido su criterio-, la gran cuestión a dilucidar para poder calificar el delito era el grado de consentimiento o de resistencia de la víctima a sus agresores. Y por eso, con toda la razón -y también gracias a la creciente sensibilidad del momento en el ámbito internacional-, el escándalo social se ha centrado en la violencia de género y en el machismo, que, como tantas otras lacras sociales , siguen más vivas de lo que quisiéramos creer..

Sin embargo, y sin querer desviar la atención de lo que es el más grave y que es delito, creo que también se debe poner a juicio la propia conducta de estos energúmenos -etimológicamente, «gente influida por un mal espíritu»-, más allá del daño causado a la víctima. Para decirlo claro y crudo: ni siquiera en el caso de que hubiera habido consentimiento explícito y participación voluntaria de la víctima, el comportamiento de estos hombres sería disculpable. Quizá no habría crimen, tal vez no habría delito penal, pero su conducta, desde un punto de vista moral, social, cívico, e incluso como especie, seguiría siendo reprobable. Por eso incluso la autodenominación de ganado -la Manada- es inadecuada porque ninguna especie animal sería capaz de actuar con un tipo de perversión que sólo puede ser propia de quien actúa con libertad, y por tanto con maldad y crueldad conscientes .

Dicho en forma de pregunta: ¿qué tipo de imaginarios sexuales patológicos hay detrás de las motivaciones que llevan a un grupo de hombres a atravesar toda la Península para ir a hacer turismo sexual deshumanizado? ¿En qué clase de hipocresía moral están instalados estos individuos que les permite tener unas familias a las que seguro que querrían proteger de comportamientos depredadores como los que ellos planifican lejos de casa? ¿No hay, en su comportamiento, una agresión también en contra de ellos mismos y que denigra su dignidad?

Una vez más estamos ante una expresión del mal para el que cuesta encontrar una explicación razonada y razonable. Estamos ante un comportamiento indigno que, más allá del delito, ofende gravemente el uso de una libertad que ya nos es bastante escasamente dada y permitida. Hay violencia machista contra las mujeres, pues, pero también hay agresión contra la dignidad humana en general.

ARA