‘Deep state’ y unilateralidades

En el mundo natural hay algunas especies que se han ido diferenciando evolutivamente al quedar en orillas diferentes de ríos caudalosos. Si no hay puentes, las orillas de los ríos se convierten en territorios no comunicados. Esto se puede aplicar a algunos marcos mentales humanos.

Cuestionar la unidad territorial del Estado es vivido por algunos sectores como algo inconcebible, como algo que no se puede ni pensar sin vulnerar una lógica arraigada en siglos de hegemonía política. La unidad del Estado es vista por algunos actores políticos como una realidad previa y, de hecho, más importante que la democracia o los derechos y libertades de los ciudadanos. Quien ose poner esto en cuestión debe ser reprimido y castigado de manera que sirva de precedente inequívoco, como un aviso para navegantes.

Esta cultura política es sobre todo la del ‘deep state’ español (‘deep state’ se traduce como «Estado profundo» o «Estado dentro del Estado»), formado por las élites de la cúpula de los poderes ejecutivos y judicial, altos cargos de ministerios y fuerzas de seguridad, acompañados por dirigentes de partidos, medios de comunicación de la capital y sectores de la élite empresarial y financiera.

En caso de crisis política grave, buena parte de los miembros del ‘deep state’ probablemente propondrían retornar a prácticas de los estados autoritarios, suprimiendo derechos y libertades, antes que permitir que Cataluña se constituya en Estado independiente. Incluso esto podría producirse antes que aceptar que los ciudadanos de Cataluña hicieran como los de Escocia o Quebec: votar y decidir su futuro político. En caso de conflicto, el ‘deep state’ pone su nacionalismo por encima de la democracia y de las libertades. Se trata de un unilateralismo basado en una cultura política que supone un obstáculo decisivo incluso para definir correctamente el problema nacional-territorial de fondo del Estado.

Adicionalmente, todo indica que los juicios contra los presos políticos catalanes serán una ejemplificación de este unilateralismo. Parece que la fiscalía no cambiará el cargo de rebelión en su escrito de acusación. A pesar del criterio inequívoco de varias justicias europeas, la actitud del ‘deep state’ judicial será la muy hispánica actitud del «sostenella, y no enmendalla», dicho famoso de la obra ‘Las mocedades del Cid’ de Rubén de Castro (en otras versiones se escribe «mantenella, y no enmendalla»). No importan mucho los costes de imagen internacional, no importa mucho seguir haciendo el ridículo ante las instituciones y los actores políticos europeos, no importa que una mayoría sustantiva de los ciudadanos de Cataluña siga desconectada racional y emotivamente del Estado. Lo que importa no es resolver un problema, sino simplemente reprimir a unos líderes con mayoría parlamentaria que han rechazado una unidad estatal considerada lógicamente innegable y políticamente incuestionable.

El argumento de que la legalidad se debe cumplir suele ser correcto en abstracto. Sin embargo, cuando hablamos en concreto, no de la legalidad sino de esta legalidad, las cosas cambian. ¿Por qué? Pues porque precisamente esta legalidad -que no se puede reformar en términos prácticos de una manera consensuada entre mayorías y minorías nacionales- es buena parte del problema (sobre todo tal como la interpreta el ‘deep state’ político y judicial).

El catalanismo político de los siglos XIX y XX no era mayoritariamente independentista. Ahora lo es. Sólo este hecho debería hacer reflexionar a los actores e instituciones del Estado sobre sus causas y consecuencias, aunque sólo fuera para entender qué está pasando. Pero la cultura nacionalista española -versiones conservadora, jacobina, o una mezcla de las dos- actúa como una losa que lo impide.

Y casi por una cuestión meramente lógica nos encontramos con que el unilateralismo del Estado arrastra al catalanismo a su propio unilateralismo. Todo se remonta al proceso de reforma del Estatuto (recogida de firmas del PP, recurso y sentencia del TC de 2010, etc.). Si no hay puentes prácticos lo que pasa en cada orilla no puede ser más que unilateral.

Me refiero a puentes reales, no a puentes retóricos que sólo están dibujados, se dice, sobre un plano que de momento parece que está en blanco. En esta situación, ¿vale la pena que desde las instituciones catalanas se entre en una lógica de «diálogo y negociación» con el actual gobierno del PSOE? Pues creo que sí. Y lo creo aunque la actitud racional de entrada no puede ser más que la de un escepticismo tan grande como la suma de Pirrón, Montaigne y Hume juntos. Un escepticismo que no afecta sólo a un improbable resultado final, sino al simple hecho de que se establezca un lenguaje y una agenda compartidas. Las palabras a menudo son las mismas, pero los conceptos y la interpretación de los valores que las acompañan no lo son. De hecho, hay soluciones institucionales en la política comparada de las democracias plurinacionales, pero hay que querer incluirlas en la agenda de negociación.

Sin embargo, creo que sería un error tanto por motivos de fondo como estratégicos que el independentismo se negara a explorar esta vía. Creo que hay que agotar el camino de una comisión «bilateral» a pesar de que no se vea en el horizonte del PSOE ni los elementos intelectuales y analíticos adecuados, ni una situación de fortaleza parlamentaria, ni la voluntad de plantear soluciones al problema de fondo, que no es un problema catalán, sino español. Que una negociación haya fracasado siempre es diferente de no saber qué pasa porque no se ha llevado a cabo.

El primer paso, el de ofrecer un modelo de reconocimiento y acomodación política para Cataluña, le corresponde al gobierno central. Mientras no exista este modelo, todo sonará a una mera estrategia de ganar tiempo pensada para otros objetivos del partido socialista. Sin embargo, aquí resurge inevitablemente el tema de los presos y de los juicios. En estas condiciones no puede hacerse ninguna negociación que merezca ese nombre. Faltan estadistas en el gobierno central. Estadistas apoyados en puentes sólidos que no parecen posibles sin una intervención internacional solvente. Hoy hay demasiados río para puentes tan precarios.

ARA