¿De quién son las calles?

Si es cierto que la lucha por la independencia es también un combate por la interpretación de la realidad -por relato, como se dice ahora-, habría que ser especialmente cuidadosos en dos cosas. Una, que cualquier interpretación respetara los hechos. Es decir, que el soberanismo no se autoengañase respecto de lo que es empíricamente constatable. Dos, que no se dejara engañar por la interpretación del adversario porque es como se pierden estas batallas. En este sentido, quisiera advertir de cuatro frentes por donde solemos perder la fuerza argumental.

 

¿Divididos?

En estos días se ha anunciado el inicio de una serie de artículos de Sarah Lyall en el ‘New York Times’, «Abroad in America», desde donde analizará la campaña estadounidense de las elecciones de noviembre, trascendental para evaluar el impacto de la política de Trump. Lyall la ha presentado con el siguiente texto irónico: «Saludos desde los Estados Unidos, donde la mitad del país habitualmente no se habla con la otra mitad. (Obviamente, esto no es estrictamente cierto. Seguro que hay algunas personas que nos unen a unos y otros en una conversación agradable, aunque de momento tengo dificultades para encontrarlas)». Pues bien: si esto se puede decir de los Estados Unidos de América sin que nadie sugiera ninguna afectación a la unidad nacional es porque allí -y en todo el mundo civilizado- las divisiones se dirimen votando. Aquí, en cambio, quienes quieren dividir se sienten protegidos por un sistema político que no permite resolver el conflicto que provocan de manera democrática. Para entendernos: aquí no hay fractura social, hay provocadores políticos protegidos por un sistema autoritario.

 

La mayoría social.

Es sorprendente que desde el mismo soberanismo se confunda la mayoría política derivada de los resultados del 21-D con la obvia y arrolladora mayoría social del independentismo de la que ha hablado, con razón, el presidente Torra. Primero, no olvidemos que el 21-D es una fotografía trucada de la realidad, obtenida en unas elecciones en estado de excepción de facto, sin instituciones propias, con los líderes en prisión y bajo graves amenazas. Ya está bien de darlas como un buen retrato de la realidad política democrática catalana. Y segundo, la hegemonía social del independentismo -cultural, asociativa, y sí, en las conciencias democráticamente más exigentes- es indiscutible. No nos dejemos confundir por unos resultados que, a pesar de ser obtenidos bajo «tortura electoral», también se ganaron.

 

¿De quién son las calles?

No se puede pedir que los gritos de las manifestaciones respondan a un análisis crítico de la realidad. Pero sí es exigible es que no nos confundan. Si por «las calles serán siempre nuestros», se entiende que queremos combatir la apropiación unilateral del espacio público por parte del Estado español, de acuerdo. Se ha dicho lo suficiente -aunque no sé si se ha entendido bien- que pedir ‘neutralidad’ en el espacio público es absurdo porque nunca lo es, nunca. La neutralidad, en todo caso, debe ser la de los poderes que han de velar por el empleo plural de este espacio público. Por ello, si este «nuestras» del grito quisiera decir que la calle es sólo de unos, o que no se deja que sea arbitrado por los poderes públicos democráticos que deben garantizar que todo el mundo tenga acceso al mismo, entonces sería una frase con efectos excluyentes, contraria a los propios objetivos.

 

Desconexión.

He combatido repetidamente el error de presentar la independencia como un proceso de «desconexión» con España. Primero, porque más allá de la secesión con el Estado español, en todos los demás terrenos la desconexión es imposible. Tampoco sería deseable desde el punto de vista cultural, económico, social o afectivo. Y sobre todo, porque la independencia ha de conseguir una mejor conexión. Sí: la independencia no es para cortar puentes, sino para hacerlos más anchos y salir de la confusión entre identificaciones nacionales, territoriales y de identidades. Cuidado, pues, con querer lo contrario de lo que nos conviene.

ARA