Cinco caminos para avanzar

El objetivo de la independencia nos ha obligado a seguir varias estrategias simultáneas, e incluso contradictorias a corto plazo. La principal contradicción -pero no la única- que hay que afrontar es la de tener que gobernar con responsabilidad el día a día del país y, al mismo tiempo, defender una ruptura con el mismo sistema desde el que se gobierna. La trascendental reunión del presidente Torra y el presidente Sánchez es una expresión muy nítida de esta dificultad.

Otro ejemplo de esta tensión ha sido recibir en el sistema penitenciario propio los presos a los que el Gobierno y la mayoría parlamentaria querrían libres. Frívolamente, se ha hurgado como si esto fuera una expresión de hipocresía soberanista del gobierno catalán. En realidad, es todo lo contrario. Primero, porque no son los gobiernos los que pueden aprisionar o liberar a nadie sin vulnerar la división de poderes que tanto reclamamos. Pero, sobre todo, porque de la asunción de la contradicción nace la fuerza del soberanismo: aquí, la mayoría parlamentaria -y por tanto la mayoría de los ciudadanos- quiere un proceso netamente democrático, esto es, de la ley a la ley. Y sí, esto obliga a dar todo tipo de rodeos.

Paralelamente a la muy compleja y arriesgada misión que tienen las actuales instituciones políticas de gobernar según las reglas del viejo marco autonómico y a la vez avanzar hacia la independencia, el conjunto del independentismo debería ser capaz de trabajar simultáneamente en cinco terrenos que tampoco son siempre coincidentes, ni en los tiempos ni en los procedimientos. Los resumo brevemente:

 

Dignidad.

Más allá de todos los agravios políticos históricos y actuales, el derecho a la autodeterminación se fundamenta en la voluntad de una comunidad de existir y ser reconocida políticamente. Hay, más allá de cualquier razón pragmática, una cuestión de dignidad nacional que es la que contra todo tipo de obstáculos ha hecho perdurar una conciencia diferenciada respecto de las otras comunidades nacionales vecinas. Es el punto de partida.

 

Proyecto.

La voluntad de autogobierno, sin embargo, se hace fuerte en la medida que ofrece la esperanza de una mejora general de las condiciones de vida, de más prosperidad económica, de justicia, libertad y máximo respeto a los derechos civiles, de vitalidad educativa y cultural y de intervención con voz propia en los asuntos mundiales. Hay que tener un proyecto y explicarlo.

 

Mayoría.

Una mayoría amplia y sobre todo sólida, aunque no suficiente, es necesaria para lograr el propósito. La principal limitación para tenerla depende de que se pueda constituir en un marco de juego limpio, sin miedos ni amenazas. Crecer a cualquier precio, disimulando el propósito o las dificultades, sería letal si constituyera una mayoría volátil.

 

Confianza.

Los buenos argumentos materiales a favor de la independencia han hecho menospreciar la razón emocional. Ahora se paga el precio de haber hablado demasiado de «desconexión» con España, cuando de lo que se trata es de conectar mejor y en plano de igualdad. Tampoco es fácil invitar a hacer un nuevo país desde la desconfianza antipolítica. Y, además, no se empieza un ascenso a la cima sin una gran dosis de fe en las propias fuerzas, y aquí somos expertos hacerlas tambalear.

 

Democracia.

Finalmente, por contexto geopolítico, por grado de desarrollo social y económico, y sobre todo por convicción, sabemos que lo que seremos sólo lo conseguiremos democráticamente. Puede parecer una autolimitación, pero es una necesidad y la única garantía para el futuro reconocimiento de nuestra soberanía política.

A la independencia se va haciendo varios caminos simultáneos, no siempre coincidentes e incluso contradictorios. ¿Y si dejamos que cada uno elija la vía por la que se sienta más capaz de avanzar?

ARA