China recuerda a la UE las consecuencias de su estancamiento

LOS VACÍOS QUE DEJA, LOS OCUPAN OTROS

La última semana de noviembre tuvo lugar en Budapest una cumbre China-Europa del Este. Fue un evento poco noticiado en la prensa europea, que recordó al silencio que la presentación del euro en la bolsa de Nueva York mereció en su día en la prensa de Estados Unidos. Un silencio cargado de recelo.

Esta cumbre no era la primera, sino la sexta, pero fue la más importante hasta la fecha: participaron los once miembros europeo-orientales de la UE y además cinco países de los Balcanes. En total 16 países. China anunció en ella una inversión de 3000 millones de dólares en infraestructuras, incluida la construcción de un enlace ferroviario de alta velocidad entre Belgrado y Budapest.

En el contexto de parálisis que vive la Unión Europea, un parón que viene de lejos y que ahora se ve acentuado por la crisis política en Alemania -cuyo gobierno ya ni hace ni deja hacer- la idea de que la vida no admite el vacío y que otros ocupan los espacios abandonados, explica el nerviosismo palpable en Bruselas y Berlín.

La UE ni siquiera envió representantes al evento, que fue observado, “con enorme recelo, no solo en Bruselas sino también en las capitales de muchos estados miembros”, en palabras de un diplomático europeo.

“Las inversiones chinas en Europa Oriental contienen el peligro de incrementar las brechas en la UE”, dice el presidente  de la comisión de comercio del Parlamento Europeo, Bernd Lange, un alemán del SPD, según el cual, “con su apoyo a los países del Este, China está comprando influencia en la política europea”. Su colega de la CSU en el Parlamento Europeo, Manfred Weber, pide “más decisión” contra Pekín y reclama “un frente unido”, algo cada vez más ilusorio para la UE, no ya en el Este de Europa sino en general.

Como respondiendo a estos nerviosismos, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, dedicó una alusión directa a Bruselas y Berlín al loar la cooperación con China de este foro bautizado 16+1: “Vemos la iniciativa del Presidente chino del cinturón y la ruta de la seda, como una nueva forma de globalización que no divide al mundo en profesores y alumnos, sino que se basa en el respeto mutuo y las ventajas comunes”.

China ha aprovechado la eurocrisis para ganar posiciones en Europa. Mientras Bruselas y Berlín estrangulaban a la sociedad griega pisoteando su referéndum anti austeridad e imponiendo un castigo aún mayor por aquel desafío democrático, China se hizo con gran parte del puerto del Pireo como base de entrada comercial. Su entrismo europeo forma parte de un esfuerzo mucho más general por tejer vínculos comerciales en el mundo que compliquen la previsible degeneración en conflicto bélico, de las actuales presiones político-militares occidentales que se lanzan contra  el incremento de su potencia mundial.

Ese es un escenario que ya esta en marcha y para el que los dirigentes chinos se preparan. Trasladar a Asia Oriental el grueso de la flota de Estados Unidos fue una decisión de la administración Obama y azuzar el espantajo norcoreano, que una simple negociación bilateral con Washington reclamada por Pyongyang desde hace décadas resolvería de un plumazo, es el recurso para militarizar la región y rearmar Japón.

China está presionando a Arabia Saudita para que le venda su petróleo en yuanes y quiere comprar el 5% de la compañía petrolera nacional saudí, Aramco, en lo que podría ser la mayor compra de la historia. Quiere afianzar con ello su voluntad de convertir el yuan en moneda de referencia internacional a partir de 2018. Se trata de aprovechar que la demanda energética de Asia Oriental es más importante para las potencias del Golfo que la de Estados Unidos para debilitar al dólar. El futuro petroyuan sería un factor crucial contra el dólar, aún dominante y responsable del 42% de las transacciones generales realizadas en el mundo, según el cálculo del think tank parisino independiente, LEAB.

Entre las contracciones del parto de la multipolaridad de las que esos movimientos chinos forman parte, una de las más significativas es la serie de enmiendas a la globalización (viejo seudónimo de la hegemonía occidental anglosajona) que se lanzan desde Estados Unidos, centro y tradicional beneficiario del concepto en su versión más moderna. Donald Trump está enmendando la ortodoxia tradicional de ese concepto, apuntando tanto nuevas medidas proteccionistas como correcciones en las prioridades de la política imperial que dividen al establishment de su país y lo enzarzan en una extraordinaria pelea. Y no solo Trump.

Desde la crisis financiera de 2008 la mundialización del libre cambio, la eliminación de barreras y todo eso, no progresa. Cada cual a su manera, en todo el mundo aparecen políticos deseosos de enmiendas; desde Orban, Putin y Erdogan en la periferia europea, hasta Modi en India, Duterte en Filipinas y Abe en Japón. No deja de ser chocante que sea China (Xi Jinping en la última cumbre de Davos) la que proclame la defensa del libre cambio, cuando desde 1980 ese país ha venido practicando una política claramente intervencionista, con su economía dirigida por el Estado, que controla la inversión y la producción, y su crecimiento cada vez más fundamentado sobre el consumo interno y la inversión interior y menos en la exportación, por importante que sea ésta.

La pregunta que se plantea es la de si esta reconfiguración, a la vez geopolítica y económica, que parece estar teniendo lugar, desembocará en un nuevo consenso multipolar en el que los diversos actores mundiales, tradicionales y emergentes, alcanzarán nuevas normas y acuerdos de coexistencia consensuados, o si por el contrario el mundo se dirige hacia una dinámica bélica de imperios combatientes.

La Unión Europea no está participando en el tránsito a la multipolaridad como sujeto autónomo.

Con su seguridad hipotecada al atlantismo, cuya potencia hegemónica -Estados Unidos- es un rival comercial que amenaza con tasar un 20% sus productos, su contradicción estratégica está servida.

Con los defectos de diseño de su entramado institucional (a la medida de Alemania, potencia exportadora dogmática del ordoliberalismo) que la eurocrisis ha evidenciado, la Unión Europea está particularmente mal preparada y situada para abordar las enmiendas a la globalización actualmente en curso.

Esas dos cuestiones generales son las que definen el marco general de la crisis desintegradora de la UE. El evento de Budapest ha provocado nerviosismo en Bruselas y en Berlín, precisamente porque es un recordatorio de que, “la historia castiga a quienes llegan tarde”.

La frase se la dedicó Mijail Gorbachov a Erich Honecker, el dirigente de Alemania del Este. Hace un millón de años.

LA VANGUARDIA