¿Aún no es suficiente?

Si después de la infamia judicial del 20-S que encerró a Jordi Sánchez y Jordi Cuixart en prisión… Si después de la infamia policial del primero de octubre de los del «¡A por ellos!»… Si tras la infamia política del golpe autonómico del 27-O que clausuraba un Parlamento y un Gobierno democráticos y que encerraba a siete honorables ciudadanos en prisión y ha enviado a siete más al exilio… Si, retrocediendo un poco más, con la sentencia 31/2010 del Tribunal Constitucional que rompía el pacto de 1978… si sabiendo cómo funcionan las cloacas de Interior, la corrupción sistémica, el sangriento expolio fiscal y la grosera invasión competencial amparada por el modelo autonómico… y si ahora aún añadimos la investigación por supuestos delitos de odio a maestros mientras salen de la cárcel violadores en manada y violentos de extrema derecha condenados; sí sumamos a todo ello los jueces condescendientes con los ladrones de cuello blanco y los que se ceban contra los CDR… Si después de todo este panorama político todavía hay quien tiene la necesidad de no tener prisa, y detenerse, y afianzarse, y ampliar, y competir entre nosotros para ver quién ha hecho más méritos y posee más víctimas, y renunciar a tomar decisiones soberanas ante la unilateralidad del adversario… y si, sobre todo, cree que hay que esperar a que llegue la semana de los tres jueves en la que el Estado español pactará un referendum de autodeterminación, es que tenemos que acabar dando la razón a Manuel de Pedrolo sobre el alma de esclavo de algunos de nuestros compañeros de viaje.

La excepcionalidad política es tan grande que si algo sorprende es la sangre fría con la que la mayoría de catalanes soportan la brutalidad de un Estado que ha demostrado a las claras sus profundas grietas democráticas y el ánimo de revancha. Todo el escenario político descrito antes, en una sociedad empobrecida y realmente fracturada, habría hecho estallar una cruenta revuelta popular. Pero resulta que Cataluña es una sociedad con una prosperidad y bienestar quizás precarios, pero indiscutibles. Y es una sociedad -con las excepciones que se quiera- bastante bien estructurada y equilibrada para resistir todas estas amenazas y agresiones con una cultura radicalmente pacífica y democrática. Somos un país con una resistencia y una paciencia de Job. Y sabremos encontrar una nueva oportunidad para emanciparnos, con los mínimos riesgos posibles, aunque ahora parezca un comportamiento ingenuo.

Ahora bien, en estas circunstancias, lo que encuentro intelectualmente irritante es que se pasen más cuentas al independentismo por su impotencia que al Estado por su barbarie; que se destaque más la inexperiencia y las dudas de los líderes soberanistas que han tenido que tomar decisiones de urgencia que el valor, la entereza y el sacrificio con que han asumido sus consecuencias. ¿Les parece justo reprochar a los partidos, a Òmnium y a la ANC, bestialmente decapitados y amenazados, de que vivan un tiempo de desconcierto y además acusarles de no saberlo reconocer? ¿Es necesario que el independentismo, para redimirse ante toda la tertuliada que observa con ojo crítico y mano impoluta, se vista con ropa de saco, se ponga cenizas en la cabeza y pasee descalzo por la plaza pública?

El lector atento ya habrá adivinado que estas líneas están escritas bajo el impacto del documental de Mediapro ’20 -S’. Y si la indignación por la tergiversación posterior que ha hecho el Estado español es tremenda, la respuesta ciudadana de ese día, rápida, masiva, serena, resistente y digna tanto en la sede de Economía como en la de la CUP, me reafirma en la profunda confianza de que este país no sólo merece emanciparse sino que lo sabrá hacer más pronto de lo que muchos imaginan.

ARA