Ampliando la base de los desmemoriados

Es fácil de hablar claro: la cuestión que se nos pregunta a los independentistas, del 1-O acá, es si pensamos que vale la pena que el Estado nos mate por la manía de la independencia. Dicho de otro modo: si estamos dispuestos a cargar con los muertos que el Estado quiera ocasionar, con el monopolio que tiene de la fuerza, por su unidad y ante la vista gorda de la UE. Más o menos el dilema que hizo que el president suspendiera la DI, dicen, pero convertido en pregunta de examen para el independentismo raso. Y una vez colocaditos todos dentro de este imaginario perverso, retorcido, ya estamos dentro de la trampa: que si muertos arriba y abajo, que si el Ulster, que si los Balcanes; que así sois de irresponsables los separatistas, que hasta dónde nos piensan llevar. ¿Pero qué cojones es esto? ¿Nos hemos vuelto locos todos, o qué?

Si la trampa produce efecto es una premisa incontestada: que el Reino de España esté dispuesto a matarnos es un detalle menor, que no discute nadie. Margallo mismo lo dijo claro: el Estado no se retirará pacíficamente de Cataluña. Que no lo cuestione el españolismo -de Abascal hasta Colau, de Bertín Osborne hasta Sardà-, mira: ‘¡Es el nacionalismo, estúpido!’ Pero que una parte importante del independentismo lo haya asegurado, que haya asumido sin resistencia la disposición de un Estado de la UE a asesinar civiles suyos, y que lo acepte como argumento válido para renunciar al derecho de autodeterminación (que justamente fue creado para evitarlo), diría que es el fin del movimiento este nuestro. Tan fin como que si el débil se alinea con el imaginario del fuerte, las posibilidades de que tenga éxito son -un momento, que cojo la calculadora-: cero.

Como en esta columna no somos periodistas ni tenemos información privilegiada, siempre hablamos a nivel de calle. Y ‘la calle’ es el agente más temido en este momento, porque un cordón policial roto o una barrera de autopista levantada tienen la capacidad, en un fin de semana, de nublar lustros de una ofensiva político-mediático-judicial que envidiaría cualquier dictadura. Desde la calle vemos que nos regañan los adversarios, y también nos regañan los nuestros por si los adversarios se ven obligados a abrirnos la cabeza, o a reventarnos un ojo, o a hacer lo que les plazca con nuestra rebelde anatomía. Y si hace un año presumíamos de cargarnos de razones, ahora nos hemos puesto a competir con el españolismo para dotarnos de sinrazones. Lo vemos en las redes, en las tertulias, en todas partes a donde llega la voz de los generadores de opinión: antiindependentistas furibundos e independentistas de toda clase, los mismos que tiempo atrás se tiraban de los pelos dialécticamente, hoy se retwittean los artículos unos a otros, comparten los mismos editoriales de periódicos, se dan la razón mutuamente: usted primero; no, y ahora: usted primero.

¿Cómo es que nos hemos dejado hacer esto? ¿Cómo es que nos hemos dejado tomarel pelo de esta manera? ¿Cómo es que hemos rebajado nuestros estándares democráticos hasta el listón podrido del Estado autoritario? Si lo desean volvemos al presidente, pero no para recriminarle las decisiones del 10-O o del 27-O, que ya hay articulistas que se dedican a ello, sino para recordar una jugada previa que va ligada con eso, y que parece que todo el mundo, por los propios intereses, se ha empeñado en olvidar. Se trata de aquella interpelación al españolismo moderado cuando les decía cada día -mientras en la calle nos mordíamos los puños- que hasta el último minuto de la víspera del referéndum estaba dispuesto a parar máquinas y negociar las condiciones, la fecha, la pregunta y las mayorías para validar el resultado. Algunos inocentes todavía miramos el reloj. Pero una vez tocaron las doce y los inocentes respiramos, aquel ofrecimiento que nos había dado tantos dolores de tripas pasaba a ser un capital estratosférico que hemos dejado perder de la manera más idiota.

Es tan fácil como recordar este episodio, uno de tantos, para situar la responsabilidad de la violencia en el lado que toca. Es tan fácil como recordar quien eligió la vía violenta, y la sigue eligiendo, antes que negociar un referéndum en los términos más ventajosos que ni el españolista más listo se podría imaginar. Y con tanto olvido interesado, una parte del independentismo ha decidido ampliar la base, sí, pero los desmemoriados: los que quieren volver a situarse en la foto de Herrera, Turull y Rovira en el Congreso y volver a comenzar el proceso que termina con la oferta-Puigdemont: fecha, pregunta, mayorías pactadas. spoiler: De estos cuatro nombres, sólo hay uno que ha salido indemne de la venganza del reino. Como dijo un sabio: ‘Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes’. Servidora no iría ni tan lejos: ‘Locura es hacer lo mismo una y otra vez’.

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