«A las armas, catalanes…»

Nuestro mal de hoy viene de muchos años atrás. Los poetas dejaron testimonio de ello ya hace algunos siglos. Los historiadores también. Corría XVII centuria y Cataluña estaba en guerra con Castilla, donde el conde duque de Olivares y su rey Felipe, que lo era, ay, también de Cataluña, atizaba las armas contra el Principado y las instituciones catalanas de autogobierno. La ‘España contra Cataluña’ de nuestros días es un viejo de trescientos ochenta años, como mínimo. Y sigue teniendo, ¡en mala hora!, una buena salud.

Nuestro lejano poeta anónimo lo tenía claro: «Ahora el rey, Nuestro Señor, declarada nos tiene la guerra». El soberano como jefe del Estado -la monarquía plural- tenía un poderoso cómplice activo, impulsor de todas las fechorías contra la ciudadanía catalana: «el gran conde de Olivar siempre le sopla en la oreja: -Ahora es hora, nuestro rey, ahora es hora de que hagamos guerra contra todos los catalanes, ya veis qué han hecho».

Si bien en aquella lejana centuria ya existían instituciones políticas y leyes para gestionar la represión contra Cataluña y dar alas al odio contra los catalanes, fueron las armas y los ejércitos castellanos los que asumieron las acciones de violencia contra el país. Lo hicieron con el apoyo de la corte -la casa real de entonces- y del virrey -el delegado del gobierno de Madrid en Cataluña-, y de las fuerzas de ocupación de los tercios españoles, trasladados a una Cataluña que se había manifestado hostil al salvaje centralismo castellano.

Las agresiones de los invasores de Cataluña de aquellos momentos son muy diferentes de las que han sufrido en los últimos años y que han tenido una expresión muy dolorosa en las acciones policiales de hace justamente un año. Debemos dar, pues, un valor simbólico a aquellos eventos a la hora de hacer la traducción o proyección a los hechos recientes que han sucedido en la Cataluña actual.

Nuestro poeta anónimo explica bien lo que seguramente vio con sus propios ojos hacia 1640: «Contra todos los catalanes, ya veis qué han hecho», dice, y lo explicita: los castellanos han quemado iglesias, albas,  casullas, cálices y patenas; han matado a un sacerdote mientras decía misa y a un caballero en la puerta de una iglesia; han dado a sus caballos el pan de los catalanes «para asolar la tierra»; han derramado por las calles el vino que no era lo suficientemente bueno «sólo para regar la tierra». El colmo de la maldad de los castellanos: «en presencia de sus padres deshonraban las doncellas». Además han sembrado el terror en los pueblos de Riudarenes y Santa Coloma de Farners, entre otros. Todo esto y mucho más sucedió porque la autoridad política que dirigía las fuerzas de ocupación así lo autorizó. El poeta pone este hecho en boca del mismo representante real, al hacerle decir: «-Licencia les he dado yo, mucha más se pueden tomar».

Los catalanes de aquel momento no quedaron impasibles ante la sangrienta represión. La defensa estuvo a cargo también de cientos de segadores llegados a Barcelona: mataron al virrey, a los diputados de la quinta columna «y a los jueces de la Audiencia».

Ya había en ese momento presos políticos que estaban encerrados en prisión por no haber apoyado la política anticatalana de la monarquía y del gobierno de la capital castellana contra la legítima defensa de los derechos nacionales de una Cataluña todavía independiente. Liberar a los presos se convirtió en un objetivo prioritario de los resistentes catalanes en aquella guerra, que se prolongó doce años y que puso a prueba la firmeza de las instituciones catalanas -la Generalitat de Cataluña-, que consiguieron sobrevivir a pesar de no haber ganado la contienda.

Liberar a los presos: «Vayan a la cárcel, den libertad a los presos». El poema popular, como he dicho, anónimo, termina con un llamamiento a la ciudadanía a defender el país de los enemigos que, ciertamente, estuvieron a punto de avanzar sesenta años la aniquilación de Cataluña perpetrado después de 1714.

Nuestro poeta, con un alto sentido patriótico y una firmeza sin límites, sabía bien lo que había que hacer en aquella situación de extrema gravedad. Y lo grita a los cuatro vientos: «¡A las armas, catalanes, que nos han declarado la guerra!»

EL PUNT-AVUI