Entre Illescas y Villaluenga

Situémonos. Estamos en 1936. El 18 de julio, Franco se alza contra la República, que en esos momentos preside Manuel Azaña. Empieza la guerra. Tres meses más tarde –la noche del 18 de octubre– un regimiento del ejército franquista, liderado por el comandante Jesús Velasco, ocupa Azaña, un pueblo de Toledo. Los soldados ven el letrero con el nombre del lugar y lo tirotean. Al día siguiente se lo cambian: deja de llamarse Azaña para pasar a ser Numancia de la Sagra. “Numancia” porque es el nombre del regimiento que lo ha ocupado y “la Sagra” porque es la comarca a la que pertenece y quizá si le hubieran puesto Numancia a secas se habría podido confundir con la desaparecida población celtíbera cercana a Soria.

El pueblo se había llamado Azaña desde el siglo XII, y habría continuado con ese nombre si no hubiera tenido la mala suerte de que, en 1936, el presidente de la República se llamara así. En El Confidencial, quien fue alcalde del municipio –por el PP, de 1991 al 2003– explica que intentó devolverle el nombre original y que no lo consiguió: “A Velasco se le cruzó este pueblo porque pensaba que lo de Azaña venía por el presidente de la república, Manuel Azaña, pero en realidad es una derivación fonética del árabe que significa noria de agua. El superior de Velasco no quería cambiar el nombre, derivó el asunto a su superior, el comandante Varela, y este confirmó que Franco no quería que se cambiara ningún nombre. Pero a Velasco le dio igual y lo impuso por la fuerza. Esos dos días todos nos escondimos en las casas aterrados, sobre todo las mujeres porque corría el rumor de que los moros les cortaban los pechos. El alcalde salió pitando para salvar su vida”.

Todas las sugerencias para volver al nombre original han sido en balde. Porque a los habitantes del pueblo –la inmensa mayoría llegados de otras zonas de España y sin familiares ni ningún vínculo emocional con el municipio– se la repampinfla. Y ningún partido quiere arriesgarse a despertar la ira de los vecinos. Ahora algunos quieren acogerse a la ley de Memoria Histórica que –dicen– Pedro Sánchez ha reactivado. Ni siquiera IU presenta la propuesta, porque sabe que saldría trasquilada, y que si hacen un referéndum ganará el no por mayoría absoluta. Por mucho que a los numantinos les expliquen que el nombre de Azaña no tiene nada que ver con el político, ellos siguen diciendo que sí. ¿Qué quieres, en esta época de ‘fake news’?

Como solución, sólo se me ocurre empapelar las calles con carteles con la famosa frase que –si bien es de Negrín, jefe del gobierno republicano durante la guerra– a veces se atribuye a Azaña porque él mismo la enarboló: “Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero si esas gentes [los catalanes] van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con él ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere”.

Con esos carteles en las calles, en cuatro días hasta los reticentes al cambio de nombre exigirían que el pueblo volviera a llamarse Azaña, como se había llamado siempre hasta que al regimiento Numancia se le ocurrió pasar por allí.

LA VANGUARDIA