El poder

Con 2.080.000 votos en un territorio que genera 200.000 millones de euros de producto interior bruto anual, se puede culminar la independencia y cualquier proyecto político que el catalanismo se proponga.

En ninguna nación sin Estado en un contexto liberal democrático las opciones soberanistas han tenido un apoyo popular tan amplio y seguramente tampoco con una estructura social tan organizada. Porque no sólo es una cuestión de mayoría, es también, y sobre todo, una cuestión de organización, de una movilización ciudadana vertebrada alrededor de complicidades muy intensas. El independentismo catalán tiene la Asamblea Nacional Catalana, tiene Òmnium, tiene los Comités de Defensa de la República… Basta comparar la potencia de estas formas de asociación con las que se presentan en otros movimientos de emancipación nacional (pensemos en Euskadi, o pensemos en Escocia) y no digamos con la densidad del tejido asociativo del unionismo en Cataluña, empezando por su principal partido político, Ciudadanos, que no cuenta con ninguna alcaldía en el país, y terminando por una Sociedad Civil Catalana de escasos miembros y totalmente dependiente del apoyo más bien turbio del aparato del Estado.

Junto a una opción desarticulada que se fundamenta en la alienación y en el resentimiento, el independentismo se presenta comprometido, solidario, tenaz y cohesionado. Este último es un factor que también marca la diferencia de las aspiraciones del catalanismo en el presente respecto a las experiencias históricas. Quizás habría que remontarse al referéndum para la aprobación del Estatuto de Nuria del 2 de agosto de 1931 para encontrar un momento en el que los diversos componentes políticos y sociales del nacionalismo catalán presentaran un nivel de unidad como el que se vivió el 1 de octubre del 2017, un espíritu unitario que aún se mantiene, aunque sea zozobrando, y que en cualquier caso, y a pesar de las suspicacias entre los dirigentes de los partidos, presenta un nivel de integración muy superior al que se terminó viviendo en los años treinta, y que degeneró en un conflicto radical entre la derecha y la izquierda que a su vez llevó a perder una guerra y en un derrumbe nacional que apenas ahora se está superando.

Con todos estos factores tan favorables, ¿qué falta pues para materializar el objetivo político más urgente y hacer efectiva la República en el marco del Principado? Pues seguramente traducir esta mayoría, esta organización y esta unidad en poder. Y no hay duda de que éste, al margen de cómo evolucionen los episodios políticos concretos (una investidura, unas elecciones, la constitución de un gobierno en la precariedad de una autonomía desahuciada) será el próximo paso que el soberanismo tejerá como movimiento en su conjunto. Los 2.080.000 votos permanentemente movilizados y con acceso a recursos económicos son la principal estructura de Estado que ningún gobierno autonómico anterior podía construir y que las autoridades españolas no podrán detener, al menos de manera inmediata, ni por la vía democrática ni a través de la represión.

Los 2.080.000 votos (una cifra por otra parte creciente en términos absolutos en cada convocatoria electoral) están en perfectas condiciones para crear una entidad política paralela al Reino de España que profundice en la crisis de este reino y haga cuestionar su sostenibilidad como fuerza coactiva. Los 2.080.000 votos son, por ejemplo, muchos contribuyentes, representan un abanico interminable de acciones concertadas que, en nuestro contexto tecnológico, se pueden concentrar en una respuesta contundente (una respuesta difícil de reprimir por un sistema judicial desbordado).

En definitiva, hace falta que esta mayoría ingente tome conciencia de los actos concretos que se necesitan para hacer República. El 1-O se ganó porque mucha gente tuvo muy claro cómo debía actuar. Ahora se trata, y siempre por medios pacíficos, de plantear nuevos objetivos que reafirmen la primacía de una soberanía catalana en un gesto como el que se expresó con más de 10.000 policías impotentes a la hora de detener una votación protegida por una ciudadanía entusiasta. En mi opinión, la función principal del liderazgo político de los próximos meses consistirá en ser capaz de revelar y de transmitir estos nuevos objetivos llevados a cabo con la misma convicción y la misma firmeza con las que se vivió el 1-O.

EL PUNT-AVUI