El laberinto catalán

La hora de ser radicales

Vicent Partal

Este año tan duro que hemos pasado no ha sido en vano. Tras la proclamación de la independencia, el gobierno y el parlamento quedaron aturdidos. No activar la República pero al mismo tiempo ganar las elecciones del 21-D les dejó, creo, muy descolocados.

Seguramente entendieron que todo tenía que ver con la represión y nada más -y hago retórica porque así me lo dijeron algunos-. Es posible que pensaran que si tenían más de dos millones de votos era porque la gente no quería a sus dirigentes en prisión y en el exilio -que ni los queríamos ni los queremos-, pero que no entendieron que eran votos por la República. Para romper con la monarquía española y continuar el camino de la independencia.

La represión hizo efecto y desde el 30 de enero ya supimos que todo iría cada vez peor, políticamente hablando. La CUP se encontró sola defendiendo la necesidad de proclamar la República y de mantener el enfrentamiento con el Estado español.

Hay que matizar esto, para ser justos. Dentro de Juntos por Cataluña, la tensión entre los que podríamos llamar puigdemontistas y convergentes -en el sentido más rancio de la palabra ‘convergents’- es brutal. Y por eso los zigzags son constantes y dejan asombrado al público normal. Y las bases de ERC derrotaron la propuesta de la dirección de abandonar la unilateralidad en la conferencia nacional, una derrota difícil de hacer con la elegancia con que lo hicieron.

Con todo, hasta ahora hemos asistido más a actos de acomodo a la situación que de respeto al mandato del primero de octubre. Llarena ha decidido quién puede ser presidente de la Generalitat y quién no. Ahora incluso decide quién puede ser diputado y quién no. Puigdemont aún no ha activado el Consejo de la República prometido, ni se sabe cuándo piensa hacerlo. Y PDECat y ERC regalaron los votos a Pedro Sánchez en un gesto increíble, como si la batalla no fuera por la independencia.

La enorme demostración popular del primero de octubre parece, sin embargo, que ha hecho efecto. En veinticuatro horas se ha consumado, al menos aparentemente, la ruptura entre las fuerzas independentistas y el gobierno socialista español, que no había cesado de humillarlas desde la llegada al poder. Personalmente soy muy escéptico sobre la realidad del hecho y me da miedo de que sea una pantomima -especialmente al ver qué dicen y hacen los grupos parlamentarios independentistas en Madrid, y también porque dos minutos después ya se volvían a discutir y pelear sobre el significado de lo que habían pactado. Pero el gesto está. El presidente Torra ha acelerado eso que llamaban el tiempo prudencial para ver si Sánchez hacía ningún gesto, y en un día se ha acabado. Punto final al espejismo madrileño.

Ahora hay que saber si esta actitud se mantiene. Hay que saber todavía si la línea apuntada en la sesión parlamentaria de ayer se sostiene o si es solamente una reacción asustada por lo que el independentismo oficial vivió lunes. Y por eso mañana y estos días serán necesarios gestos claros, gestos y palabras, y cambiar radicalmente esta línea de sumisión que durante un año la calle ha aguantado estoicamente.

La gente que fue a manifestarse a Bruselas con un frío glacial, quienes votaron por la libertad el 21-D a pesar del golpe de estado y todas las amenazas, los que han asistido semana tras semana a las concentraciones por los presos en los pueblos más pequeños y en los barrios de las ciudades, los que no se han asustado nunca frente a la brutal campaña de invenciones mediáticas, los que han hecho inútil la campaña de los encapuchados unionistas contra los lazos amarillos, quienes hicieron del Once de Septiembre un éxito arrollador a pesar de no entender qué hacían los políticos, quienes el lunes dijeron basta, merecen hechos claros y palabras nítidas. Hace falta un proyecto que se pueda entender y que sirva para hacer efectiva la República tan pronto como sea posible. No es necesario que sea mañana. Hay que prepararlo bien. Pero ya está bien de hablar de una legislatura autonómica completa como si no tuviera ninguna importancia el paso del tiempo.

Que no hemos hecho ocho años de revolución democrática para que unos políticos se crean que una vez que tienen nuestro voto pueden hacer que les de la gana. Los programas electorales de Junts, de Esquerra y de la CUP, lo que votamos en medio de la presión más grande imaginable, no hablaban en ningún lugar de doblegarse, ni de dar pasos atrás, ni decían que teníamos que ser más y que esto no nos permitía restituir las instituciones catalanas violentadas por el golpe de estado de Rajoy o hacer efectiva la República. Querer eso es lícito, yo no lo discuto de ninguna manera. Pero si se quiere hacer esto, que todo el mundo hable claro y volvamos a pasar por las urnas. Cataluña ha puesto en pie el movimiento popular democrático más potente que ha visto Europa en décadas. Y eso merece respeto de los políticos que lo representan.

Ahora es la hora de ser radicales. La hora de ir a fondo. Mucha gente creemos que no hay ninguna solución en el Estado español, que no sirve de nada cualquier zanahoria que pueda mostrar el PSOE. Que no habrá una democracia digna mientras nos mantengamos dentro de este Estado, que la represión continuará y continuará tan enloquecida y fuera de control como hoy. Yo no diré que toda la enorme movilización del lunes estaba de acuerdo con ello y exigía la República inmediatamente. No sería honrado de hacer. Pero si hay alguien que está convencido de que la multitud que desbordó Barcelona un lunes laborable y que llenó las plazas de pueblos y ciudades comulga con lo que hacen el parlamento y el gobierno, creo, simplemente, que no tiene los pies en el suelo.

VILAWEB

 

 

De lo posible a lo imposible y viceversa

Ramón Cotarelo

EL MÓN

Uno de los ensayos de Quim Torra, un ensayo literario y antológico por el que recibió el premio Carles Rahola de 2009, es ‘Viaje involuntario a la Cataluña imposible’. Con este título era inevitable que sirviera de base para numerosos juegos de palabras y metáforas. Esta es una de ellas. Por una serie de circunstancias conocidas por todos, la Cataluña imposible de repente era posible. Y, después de pasar esto, corría peligro de hacerse imposible otra vez.

Por su condición de intelectual, el presidente Torra tiene el dominio de la palabra, sabe definir lo real, ponerle nombre, justificarlo, darle perspectiva teórica. Pero cuando la palabra es verbo y se convierte en acción, el intelectual se desconcierta, da un paso atrás. Sin duda la acción por la acción, los hechos desnudos, sin argumentación, son violencia inútil. Pero la teoría sola, la simple especulación sin aplicación práctica es una ilusión, un espejismo o un engaño.

Evidentemente, los últimos tiempos han acumulado razones más que de sobra para plantear una ruptura entre Cataluña y el Estado y la construcción de la República Catalana. La barbarie de la represión del 1-O justifica la separación entre dos colectividades, una de las cuales se cree con derecho de apalear salvajemente a la otra. Añadamos que el 1-O de 2017 es sólo su manifestación más evidente. Cataluña vive un 1-O perpetuo desde hace años, siglos.

A consecuencia del 1-O de 2017, Puigdemont mantuvo que Cataluña se había ganado el derecho a un Estado propio. Y Quim Torra que se llegará al mismo desobedeciendo a cualquier otro Estado que no sea el catalán. Al Estado español, evidentemente, Pero él mismo no puede olvidar que, como presidente de la Generalitat, es el representante del Estado en Cataluña, según la Constitución vigente. Si no quiere serlo, deberá ir contra la Constitución. Es decir: deberá desobedecer.

No tiene sentido que el máximo representante del Estado en Cataluña anime a la ciudadanía a desobedecer a este Estado si no empieza por hacerlo él mismo. Y que conste que para ello no hace falta ninguna violencia. Sólo una declaración de parte (Gobierno, Parlamento, gente) rechazando el derecho y la jurisdicción españolas en Cataluña.

Porque el presidente Sánchez tiene mucha razón cuando dice, refiriéndose a los hechos del lunes, que con la violencia no se consigue nada. Sánchez es un auténtico crack. Quizás se ha dado cuenta de que la violencia bestial aplicada por los franquistas españoles ha sido tan contraproducente que ha puesto en marcha, por fin, el proceso de su propia aniquilación. Pero que se dé cuenta no significa que tenga que actuar en consecuencia con racionalidad y sentido común ni reconocer el salvajismo del 1-O ni pedir perdón. El Estado español siempre acaba devorado por su misma soberbia y fanatismo.

No se puede olvidar que la violencia tiene muchas formas. No se reduce sólo a los actos de fuerza, cruentos, a alborotos en la calle. También es violencia -y peor- una organización estructural de la sociedad que trata de eliminar a una parte de ella a base de negarle el ejercicio de su derecho más importante: el derecho a ser. Y cuando la supervivencia de un pueblo en manos de un poder tiránico está en juego, hay que utilizar todos los mecanismos de defensa posibles, por muy cargados de consecuencias que estén.

En otras palabras, está muy bien y es loable que el presidente Torra exija hechos al presidente Sánchez y no simples palabras, pero no se puede olvidar que nos hemos de exigir lo mismo: hechos y no (más) palabras. No basta con decir que la iniquidad debe ser respondida con la desobediencia. Hay que desobedecer. Cada uno en su lugar.

No basta con afirmar que si las sentencias de la mascarada judicial montada por los neofranquistas españoles son condenatorias, no se aceptarán. Hay que rechazar la farsa misma, negar a los farsantes el derecho a actuar como justicia e impedir que cometan una injusticia.

Cataluña entera, con sus dirigentes a la cabeza, debe desobedecer. Y que las consecuencias de la desobediencia recaigan sobre todos, incluidos los que firman artículos pidiendo la desobediencia.

Hay una Cataluña republicana e independiente posible e inmediata que depende de nuestros actos.

Ya no de nuestras palabras.

 

 

Ruptura o procesismo: esta es la cuestión

Joan Minguet Batllori

VILAWEB

¿Qué quieres que te diga? Creo que nos entretenemos con los lazos amarillos; creo que caemos como bobos en esta jugada de rememorar el 1 de octubre de 2017 con dosis de nostalgia épica, como si ese día no fuera hoy, todavía; creo que la desgraciada y diabólica existencia de presos políticos nos hace blandos o, diré más, es la excusa perfecta para que algunos políticos catalanistas pronuncien frases muy altisonantes, pero no hagan nada de verdad para dar respuestas reales a las demandas que, sin ir más atrás, la ciudadanía expresó el pasado Once de Septiembre. Nos llenamos la boca de objetivos democráticos, pero vivimos mansamente en un Estado corrompido. Yo, el primero.

El sábado pasado tuvimos una prueba irrefutable de ello. Los cuerpos policiales españoles que hace un año nos zurraron convocan una manifestación. Una manifestación para refocilarse en las obleas que repartieron; venían a hacer una micción sobre nuestros ideales (ya veis que lo digo con finura). Y el gobierno catalán, con su consejo de interior a la cabeza, protege a estos manifestantes rapaces de las hordas de independentistas (¡es un sarcasmo!) con cargas de los Mossos mientras, por las redes sociales, algunos destacados prohombres del procesismo recriminan las acciones de protesta de quienes no hacían otra cosa que defender el espíritu del 1 de octubre en la calle.

¡Vaya jeta! Desde el sofá de casa, quienes siguen manteniendo posiciones de poder desde los tiempos de Pujol reivindicaban el pacifismo del movimiento independentista. Un pacifismo que, de momento, no nos ha traído más que prisioneros, exiliados, abatidos por todo tipo de policías y estrategias de los partidos políticos en el gobierno para decir que hacen caso del pueblo catalán, pero desde la apatía absoluta. O regalando botellas de ratafía a nuestros secuestradores, estos que siguen diciendo que las imágenes de la represión policial de hace un año son falsas. Ir a apoyar a los reclusos de Lledoners es una muestra hermosa de solidaridad, pero la cosa sustancial es cómo los sacamos de allí dentro.

No llamo a la violencia porque yo no levantaré ningún arma, ni ninguna porra tampoco, para defender la razón democrática -que va por delante de la razón legalista, no jodamos, señores del 155-, pero si hay personas que se empiezan a hartar de la apatía procesista y se atreven a hacer frente a los que nos zurran por todas partes, sólo puedo mostrarles mi agradecimiento. Si, además, lo hacen con palos de colores, mi gratitud es máxima porque las imágenes que nos han dejado serán otro referente mundial policromado para evidenciar la represión implícita de todos los cuerpos policiales.

Que no quieran confundirnos: los dirigentes políticos catalanes nos deberían aclarar qué hacen con los deseos de la mayoría democrática de este país, mayoría en la que incluyo a todos aquellos que querían un referéndum aunque fuera para votar no. El mismo sábado en que los mandos de los Mossos cargaban contra la gente equivocada (sí, consejero Buch, aquello fue una carga, se ve que aprendiste de tus antecesores en el cargo, Felip Puig o Joan Saura), Oriol Junqueras anunció desde de esta prisión donde nunca debería haber entrado que encabezará la lista de Esquerra a las elecciones europeas. Y a mí me gustaría saber por qué su partido se quiere presentar en Europa. Más aún: ¿qué hacen, todavía, los partidos independentistas en el parlamento español? ¿Es que no ha quedado suficientemente claro que España y el resto de países europeos no harán nada por la causa catalana? Una cosa es que las justicias de algunos países europeos hayan frenado la inquisición judicial española, pero la inquisición política del Estado borbónico continúa con paso firme. Y puede ir más lejos. Y los mandatarios europeos nos han dejado solos.

El procesismo es un engaño. Ya no tiene más cuerda. Y por eso algunos se ponen tan nerviosos cuando los más coherentes -no, no he escrito más radicales, ni anticapitalistas, ni vándalos- los ponen en evidencia: los CDR, la CUP, Arran, muchas veces también Òmnium y la ANC. Y cuando se ponen nerviosos envían Mossos para hacer ver hacia fuera que ellos son independentistas, pero de aquella manera de ser independentista que no se note mucho, que sí, pero que bien, que por qué no dialogamos, podríamos hacer comisiones de estudio, pactemos, pactemos, pactemos…

Dicen que dos no se pelean si uno no quiere. En Cataluña comenzamos una ruptura de gran calibre. Pero es un camino que, de momento, sólo nos ha perjudicado a nosotros mismos, en primer lugar a los que son privados de libertad por la inquisición española. ¿Vamos acumulando mártires? ¿Continuamos yendo con un lirio en la mano a las manifestaciones? ¿O exigimos ya acciones políticas claras que evidencien que votamos por una República catalana? Una república en la que, por cierto, la policía catalana debería protegernos de los verdaderos vándalos y no cargar contra los ciudadanos del país armados de polvos multicolores.

 

 

Se ha muerto el último autonomista

Salvador Cot

EL MÓN

Con los diputados de Ciudadanos y PP abandonando el Parlamento -una actitud que ya forma parte de la tradición tabarnesa, como el cúter de los lazos- y sus portavoces exigiendo el retorno al 155, han pasado a mejor vida los últimos defensores de la España de las autonomías, del ‘café para todos’ como sistema de organización territorial del Estado. Ni ellos mismos se creen lo que dicen defender. Y el PSC, en fin, ni siquiera vota en el Parlamento.

La paradoja es que gran parte del independentismo institucional quisiera retornar a la antigualla autonomista. Y no por convicción, obviamente, sino porque no ven ninguna estrategia viable que pueda llegar, con garantías, al lugar que prometieron a los electores que les hicieron ganar. De aquí que al gobierno de Quim Torra no se le haya ocurrido otra cosa que gesticular desesperadamente con la retirada del apoyo parlamentario al gobierno de Pedro Sánchez. El objetivo es modestísimo: Intentar pasar tranquilos el mes de octubre, si puede ser. Nada más .

Costará hablar de estrategia con gente injustamente exiliada y encarcelada. Pero hay que hacerlo. Y también es cierto que, paradójicamente, tanto es verdad que hay que ampliar la base como que hay que recuperar la iniciativa. ¿Octubre? Pues octubre. Pero en noviembre el independentismo debe recuperar la credibilidad política. Porque, como escribía Lenin en ‘¿Qué hacer?’: “Para que las personas ajenas nos consideren una fuerza política tenemos que trabajar mucho y con tenacidad a fin de elevar nuestro grado de conciencia, nuestra iniciativa y nuestra energía”. Pues eso, la credibilidad depende de la iniciativa y de la energía.

 

 

Torra no gobierna

Lluís Foix

La Vanguardia

Una de las muchas diferencias entre el primero de octubre del 2017 y el del 2018 es que hace un año el presidente del gobierno era ­Mariano Rajoy y el de la Generalitat, Carles Puigdemont. El desgaste político y humano como consecuencia de la crisis catalana se ha cobrado muchas víctimas. El president Torra no controla la situación y su futuro político es incierto.

El Parlament ha estado tres meses en modo silencio mientras la política discurría en los medios de comunicación, en la calle y en conmemoraciones de los varios aniversarios que se cumplen estos días. El presidente Pedro Sánchez y sus ministros han abierto vías de encuentro, pero el president Torra está más pendiente de Waterloo, de la ANC y Òmnium que de aprovechar la nueva atmósfera que podría encauzar los graves problemas que afectan a Catalunya y a España entera.

Quim Torra no gobierna sino que palabrea sobre lo que hay que hacer. Recurre a los gestos y a los guiños a la CUP y los CDR olvidando que fueron los cuperos quienes enviaron a Artur Mas a la “papelera de la historia”.

Una de las funciones elementales de cualquier gobernante es el control del orden público. Los episodios del sábado pasado en el centro de Barcelona fueron lamentables. Grupos de los CDR se enfrentaron a los Mossos que impedían que otra manifestación de policías y guardia civiles no chocara con la de los independentistas radicales. Los Mossos utilizaron la violencia y tanto el conseller Buch como el propio president Torra aprobaron su proceder. Es discutible si era prudente que las dos manifestaciones de signo contrario se celebraran a la misma hora. Lo que no es cuestionable es que la calle es de todos.

Lo que es incomprensible es que después de que los del CDR pidieran la dimisión de Buch y Torra, el presidente les saludara efusivamente ­diciéndoles: “Presionáis y hacéis bien en presionar”. La semana pasada plantaron varias tiendas delante de la Generalitat y Quim Torra salió a saludarles. Al cabo de unas horas los Mossos desmantelaban el campamento de los CDR. Pero ¿quién manda aquí?

Los Comités de Defensa de la República pueden cortar carreteras, entrar en las delegaciones del gobierno central, arriar banderas españolas y europeas de edificios públicos, levantar peajes, paralizar el tráfico de Barcelona y plantarse delante del Parlament con la intención manifiesta de asaltarlo. Los Mossos se enfrentaron a grupos minoritarios de los CDR en la Ciutadella y en la Via Laietana. En la jornada del lunes, el president Torra hizo de pirómano y de bombero. El portavoz del sindicato policial, Toni Castejón, calificó a Torra de irresponsable. A los que jaleó por la mañana le abuchearon por la noche.

Para precipitar cambios no se precisan muchas personas. En su relato de la técnica del golpe de Estado, Curzio Malaparte describe la estrategia que Trotski y Lenin estaban estudiando para el golpe que hizo triunfar la revolución el 25 de octubre de 1917. Lenin sostenía que la revolución consistía en que millones de hombres y mujeres, masas de obreros y desertores, tomaran las calles de San Petersburgo para derrotar al gobierno y apoderarse del Estado. A Trotski le bastaban mil hombres para apoderarse del Estado y después derrotar al gobierno. Fue la opción de Trotski la que triunfó con sólo unos centenares de agitadores y técnicos que se entrenaron inadvertidos durante unos días por las calles de San Petersburgo para, en muy pocas horas, el día indicado, controlar las estaciones de tren, los teléfonos, los puentes sobre el Neva y asaltar el Palacio de Invierno. Todo fue muy rápido y con muy poca gente “ya que las masas no sirven de nada, una pequeña tropa basta”.

Hay un vacío de poder o un poder que está condicionado por quien es el presidente legítimo, con residencia en Waterloo, el presidente real que vive inmerso en la retórica y la palabrería y luego el poder que opera en y desde la calle.

Las manifestaciones festivas, familiares y cívicas se reservan para la Diada. Lo que estamos viviendo estos días es otra cosa que nada tiene que ver con la revolución de las sonrisas. No hay mayoría social ni tampoco mayoría política para que unos miles de radicales dicten la agenda catalana y española. La situación es grave por la existencia de políticos en la cárcel y otros escapados a varios países europeos. También porque las heridas físicas y psicológicas causadas hace ahora un año tardarán mucho tiempo en cicatrizarse. El grito de “ni olvido ni perdón” es coreado por miles de personas. Mal presagio.

Ya sé que reivindicar la democracia representativa puede parecer una ilusión en el ambiente que se ha creado desde hace ya meses. La política puede bajar a la calle masivamente, pero sólo cuando regresa a las instituciones es cuando puede gestionar los intereses de una sociedad diversa y plural. Para ello hace falta que los políticos que gobiernan recuperen la credibilidad y la autoridad perdidas. Siempre se pueden convocar nuevas elecciones.