¿El fin de la Transición?

Yo fui un luchador antifranquista. Desde la placenta organizaba manifestaciones que cambiaron el rumbo del líquido amniótico de la historia de este país. Una vez pude salir de la clandestinidad preparé el derrocamiento de la dictadura. Durante mis primeros cuatro meses fuera del escondite me dedicaba a hacer vudú cuando Franco salía por televisión. Mis deditos mojados de betún embrujado consiguieron que, finalmente, en noviembre de 1975, el dictador muriera por mi poder sobrenatural de wifi magia negra. Y yo pude centrar mis esfuerzos a formarme: me pasaría el día leyendo Interviú .

Sí, algunos han dicho, en estos últimos días, que el anuncio del cierre de las revistas Interviú (1976) y Tiempo (1982) es, simbólicamente, el adiós de la Transición española. Sin duda son dos publicaciones míticas, pero no debemos confundir el humo con el asado, como decía el pollo. La Transición sobrevivirá a todos los seres animales, minerales o siderales que hagan falta. Fácil. La Transición no se puede tragar, digerir: está hecha de hormigón armado de país, y cerebro, ‘subdesarrollista’. La Transición es una confusión, un caos, un desorden, una partida de trileros en la Rambla: ¿dónde está la bolita? Nunca lo sabes. Nunca lo sabrás. Pero ilusiona, ¿eh? Es la ludopatía nacional.

La Transición hizo una apuesta fuerte. De timba de bar nocturno de carretera sin ninguna raya blanca en el suelo. De habitación de trastos de bombilla de 20 vatios. De humo de tabaco como ventilador. De gafas ahumadas sin ojos. De caras de sombras de cine expresionista. Aquí se hizo una película que quería juntar con cemento tragedia y comedia. La Transición española es ‘Los santos inocentes’ y ‘La escopeta nacional’. La primera (Mario Camus hace la película de la novela de Miguel Delibes), la tragedia más miserable de la España eterna de olor de ajo sanguinario en la Extremadura del franquismo. El drama de unos pocos que mandan y unos muchos que obedecen. De poder de escopetas crueles, violentas, de señoritismo de cacería. Y la segunda (de Luis García Berlanga), la comedia crepuscular de cacería ‘mesetaria’ de zombis del franquismo. Almas en pena borrachas de nada. Y aquel catalán, como un ‘negrito bueno’ (José Sazatornil), obedeciendo al buana y pagando toda la fiesta. Vendiendo el bolsillo y el alma para no llevarse nada. Porque al final la Transición nos ha llevado a la desesperación, a la pansición, al vertedero de residuos. Nos ha llevado a Torrente (Santiago Segura). El país narcótico que sólo sabe despertar por cojones. Encefalograma plano y pistola.

Como Franco, los magos de la Transición también morirán en la cama. Sin admitir errores, fracasos, manipulaciones, mentiras, nada. Dejan una estructura de cemento contra la que se han estrellado las generaciones nacidas a partir de los años setenta. No han podido, no pueden hacer nada: dirigir, mandar, soñar. No dejan: es la tragedia y la comedia de siempre. El problema de España es más grave de lo que se dice porque es biológico, genético, nuclear. Como siempre, Cataluña es heroína moral y primero señala y luego la quieren matar. ¿Se puede entender la represión, la violencia, contra el gobierno de la Generalitat, sus dirigentes, contra todo un país, contra todos los catalanes, sin la Transición? No se puede entender.

No es extraño que, ahora, algunos aquí y todos allí (empezando por Podemos) sueñen con volver a la casilla del pecado original. E invoquen, vía ‘ouija’ de etanol, el espíritu de la Transición. Quieren que ‘El show de Truman’ continúe. Un ‘reality show’ de televisión en directo al servicio de la mentira. Una vida falsa donde el pobre Truman vive engañado rodeado de actores que cree que son sus vecinos, amigos, familia. Todo es un decorado físico y anímico. Una ciudad construida con cemento aluminoso. Que un día se derrumba. El cemento con el que se ha construido España, la Transición. Todo va cayendo, pero también todo se va reproduciendo. ‘The show must go on’. El futuro es más Transición-pansición-represión-humillación. Truman Cataluña, tarde o temprano, volverás a ver la puerta de salida de la ficción.

ARA