El expolio es sobreexplotación

Vacas más flacas cada día que pasa. Es la percepción que transmiten los comentarios más coloquiales y espontáneos. Los que son la principal expresión de los estados de ánimo. Pesimismo económico. Los análisis expertos, no bastante coincidentes en el diagnóstico, tampoco se arriesgan demasiado ni osan hacer vaticinios optimistas. Incluso, desde este tipo de industria del humo y las expectativas que es muy a menudo la política institucional, nos llegan consideraciones exculpatorias pero desesperanzadas, o invitaciones a una paciente conformidad. Ya hemos asumido que la superación de la crisis necesitará un proceso largo y doloroso. Sabemos que la crisis ya ha hecho muchas víctimas -todos lo somos un poco- y que hará muchas más aún. Hemos asumido que es muy profunda, que sus causas son globales y locales, que no son de aplicación las soluciones de manual. Hemos oído que es una crisis estructural, de sistema, que la raíz es financiera, que ha sido provocada por la caída general por la pendiente de la especulación. Que el modelo de bienestar que pretendíamos sólo era posible y viable en circunstancias excepcionales que ya no volverán, porque nuestro viejo Occidente ya no es ni será más el centro de drenaje de las otras economías del mundo. Y nos hemos sentido acusados y culpabilizados. Nos han dicho que también era culpa nuestra, que habíamos estirado más el brazo que la manga, que nos habíamos dejado llevar por un consumismo desenfrenado, que lo habríamos tenido que ver llegar.

 

Mucha gente tiene la impresión de que primero, en tiempos de vacas gordas, los que lo enredaron todo con todo tipo de argucias obtuvieron provechos colosales. Y que ahora, en tiempos de vacas flacas, es esta gente la que sufre las reducciones salariales, la precariedad, el paro o los desahucios. El sentimiento es de injusticia. De desprotección. De desconfianza ante unos representantes que no parecen muy convencidos de sus razones y, sobre todo, de sus actitudes.

 

En Cataluña, como en otros lugares, la crisis afecta -no sólo, pero sí fundamentalmente- a los sectores populares y a las clases medias trabajadoras, y a los colectivos más dependientes de los servicios del estado del bienestar. Pero en la Cataluña tradicionalmente industriosa y activa, creadora de empleo, hay un factor excepcional que empeora las cosas y que nadie más sufre -entre las economías occidentales- a una escala equiparable: es el déficit o expolio fiscal crónico. Este factor distorsiona todos los parámetros e impide la adopción de las políticas necesarias para invertir la situación económica interna. Esta es la causa principal de la falta de inversiones y de liquidez de la administración catalana, o del aplastamiento de los servicios públicos. Este es, en Cataluña, el principal mecanismo de la sobreexplotación de la gente trabajadora por parte del estado español.

 

El expolio fiscal ha tenido un impacto histórico decisivo en la conformación de la mayoría de deficiencias actuales de la economía catalana. No lo explica todo, pero explica muchas cosas. Persistentemente, cada año, cada día, el 8% del PIB catalán es extirpado. Alrededor de 15.000 millones de euros anuales de media durante este siglo. Más de 13.000 en 2012, en medio de la caída de la actividad. ¿Y saben qué? Hay partidos que se dicen de izquierdas y catalanistas, y que representan sectores desfavorecidos del país, y que nunca han considerado la denuncia de esta cuestión como una pieza básica de su discurso y de su práctica política. Todavía hoy, con la miseria presente en las calles, hay formaciones que reclaman todo el pedigrí de las izquierdas y quieren repartir credenciales, que ignoran o relegan el expolio fiscal. Y lo menosprecian cuando se debaten las políticas públicas o unos nuevos presupuestos. ¿Cómo es posible?

 

Algunas izquierdas regalaron la patente del catalanismo a una “burguesía” espectral que les servía de coartada para no comprometerse con el país y sus aspiraciones de radicalidad democrática. Ahora, aceptan el derecho a decidir y eso les honra. Son demócratas. Pero aún subordinan la eficacia de esta democracia a una legalidad española que ha sido concebida para obstruirla. Dudan ante la afirmación de soberanía del pueblo de Cataluña. Y no se inmutan ante el expolio. Las inercias son poderosas. Pero como el compromiso social de estas izquierdas es auténtico, esperamos su giro inminente. Necesitamos su contribución en esta gran oportunidad de transformación histórica que se nos ofrece. Que la buena conciencia desvanezca los espejismos de la mala teoría.

 

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